“Es muy triste todo lo que le pasó a Juan Martín, pero hoy estamos acá para celebrar todo lo que logró”. Las palabras no son de cualquier deportista. Tampoco de cualquier ser humano. Corresponden nada menos que a Novak Djokovic, el tenista más ganador de todos los tiempos, el que sentenció el debate tras colgarse la medalla de oro olímpica. Las pronunció en territorio argentino, en un coqueto hotel del barrio porteño de Retiro, en (casi) perfecto español, con un gran amigo a su lado: Juan Martín Del Potro.

Si existe un suceso para sintetizar la representación del ex tenista tandilense, un ícono del deporte argentino, un hombre franquicia en cada rincón del mundo de las raquetas, alcanza con mencionar que Djokovic, plagado de “obligaciones”, haya volado para pasar tres días con él, en la otra punta del planeta, para acompañarlo en su adiós del tenis. “La amistad que tenemos supera la rivalidad que tuvimos”, expresó el serbio, la figura rutilante de una tarde que quedará grabada en el alma de Del Potro, un campeón tan potente como emocional.

“En los últimos días abrí mi corazón. Tuve una carrera maravillosa; fue dificil y un privilegio haber convivido al mismo tiempo con los mejores de la historia”, contó, con una orgullosa sonrisa en el semblante, un Delpo que cambió, en casi tres años, la imagen de la tristeza con la de la “celebración”. Le costó trabajo emocional, padecimiento, sufrimiento. Dolor.

Había atravesado su despedida en un partido oficial el 8 de febrero de 2022, en una conmovedora velada en el ATP de Buenos Aires, ante su amigo Federico Delbonis, más de tres años luego de la fatídica jornada: el 11 de octubre de 2018, cuando estaba a punto de asaltar lo más alto del ranking ATP, se derrumbó en la cancha dura del Masters 1000 de Shanghai. Aquella fractura de la rótula derecha le demandaría años de zozobra, congoja, esfuerzo, visitas al quirófano, consultas con médicos de toda procedencia y daños de todo tipo. Estaba en la cima y, en un santiamén, todo se desmoronó. Aquella despedida, con la presencia de su madre Patricia por primera vez en uno de sus partidos, a un mes del fallecimiento de su padre Daniel, estuvo enmarañada de tristeza.

Pero un día todo cambió. Del Potro decidió celebrar su carrera, cuyos logros lo habrán colocado como el mejor tenista de la historia de la Argentina después de Guillermo Vilas. Luego de varios años de eludir la famosa palabra retiro, tomó la determinación de compartir el adiós -forzado, como siempre sostiene- con su gente y con un amigo como Djokovic.

“Todo el sufrimiento es parte de mi vida pero quiero disfrutar de este día porque tal vez no vuelva a vivir algo así”, dijo el hombre que todo lo pudo. Campeón del US Open. Número tres del mundo. Ganador de 22 títulos de ATP. Vencedor de Djokovic, de Federer, de Nadal, de Murray. Campeón indeleble de la Copa Davis. Dueño de dos medallas olímpicas. Propietario de un carisma que trasciende fronteras. Con una inactividad total de más de cinco años y medio, producto de las lesiones en las muñecas -cuatro operaciones- y en la rodilla derecha -ocho cirugías; todavía persigue la calidad de vida en el mundo cotidiano-, le alcanzó para grabar su nombre en la historia.

Y un día decidió celebrarlo. En el estadio del Parque Roca, el sitio en el que alguna vez se despidió con silbidos, entre frías lágrimas, en una etapa de suplicio y tortura que pudo enterrar en 2016 con la proeza en la Davis. Lo celebró con Djokovic, pero también con Sabatini, con Dulko, con diferentes colegas que oficiaron de teloneros, con el cariño de 15 mil personas. Con una venda negra en la rodilla derecha. Rodeado de amor.

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