“Ana, te acordás de tu cara limpia con el pelo atado y yo, Martha, en la puerta de al lado 5to año Nacional, y una cara y una sonrisa, pero mi dulce Ana, mi pequeño amor rubia de ojos y de pelo italiano, mi pequeña triste con café molido dándome tazas de tu madre”. La carta fechada el 17 de octubre de 1968 le llega a Anna Fioravanti desde el Lower East Side de Nueva York a la calle Remedios en Parque Avellaneda y refresca un amor luminoso de escuela secundaria, entre dos chicas, a comienzos de la década de 1960 en un barrio de clase media obrera de Buenos Aires.

La Martha de la carta se llamó Martha Ferro (1942-2011). En aquella época, poeta beatnik y trabajadora en empleos duros y precarios en Manhattan y Brooklyn. Una década después, militante trotskista en Buenos Aires, feminista socialista de las cosas concretas, y en las décadas siguientes, periodista de policiales, delegada gremial de prensa, luchadora contra el gatillo fácil y aliada incondicional de las travestis y las prostitutas en la lucha por sus derechos desde las páginas de la revista Esto!.

Anna Fioravanti


Se le atribuye con justa razón la creación del género llamadopolicial tramontina” y haber acuñado el término “travesticidio” décadas antes de que este se convirtiera en una manera de reclamar ante los tribunales que las vidas travestis valen. La Correpi (Coordinadora contra la Represión Policial) la considera su madrina desde que Martha Ferro puso a la organización en contacto con la familia de Walter Bulacio, apresado en 1991 en un recital de Los Redonditos de Ricota y torturado y asesinado en la comisaría a la que lo llevaron. 

Martha fue la única que quiso tomar el caso cuando la abuela de Walter recorría las redacciones de los medios periodísticos sin que nadie quisiera atenderla. Uno entre todos los casos que, en sus años de trabajo en Editorial Sarmiento diario Crónica, Martha Ferro atendió de la misma manera, y de los que quedan registro en el archivo de la editorial que hoy alberga la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

La relación con aquella “Ana amor rubia de pelo italiano” fue contemplativa, construida con cuidados mutuos y conversaciones bíblicas, angélicas y metafísicas nunca despegadas de la vida cotidiana. Y perduró a su manera a través de las décadas. Ana real pero intangible. Solemos bajarles el precio a estas relaciones profundas de amistad que tan bien describió la poeta estadounidense Adrienne Rich y le subimos demasiado el precio al sexo. Martha Ferro nunca reivindicó para sí el término “lesbiana”. Se decía –y nos decía- karmáticas. Nunca pude entender por qué. Ahora sí.

Para su época de estudiante secundaria a finales de la década de 1950 y comienzos de los 60s -y mientras descubría el rostro angelical de Ana en la puerta de la división de al lado- Martha salía con una compañera de división del Liceo de Liniers. A la alumna Ferro la echaron de la escuela cuando las descubrieron. A su novia no, porque tenía mejores calificaciones y estaba en el cuadro de honor. Con el tiempo aquella compañera también se convirtió en poeta y en abogada de la derecha peronista. Pero aquí no desclosetamos a nadie sin pedir permiso. Por supuesto no siguieron frecuentándose. Y Martha ligó muchos zapatillazos de su madre, doña Isolina, por dejarse echar tan estúpidamente (sic) de la escuela.

Cuando medito sobre la relación entre Martha y Anna –habiendo conocido tan íntimamente a Martha- y leo las cartas y poemas que seleccionamos con Juan Queiroz y María Gómez para publicar en Por el camino de Newark, puedo imaginarme a Martha como el Nazareno Cruz de Juan Carlos Chiappe/Leonardo Favio suspendido en el aire con Griselda pero sin entregarle el alma a Mandinga. 

El Gato Malandrín (así le decían sus amigues de juventud a Martha Ferro) promocionaba la rebeldía contra el Dios judeocristiano porque el Dios judeocristiano mataba de hambre y de todas las maneras posibles a las niñas. Martha Ferro odiaba a la muerte y la combatió con su cuaderno, su máquina de escribir y su computadora de periodista. Ana era La Niña entre las niñas.

El triunfo de Martha fue que Anna Fioravanti guardara sus poemas y su correspondencia. Si Ana hubiera sido una de las tantísimas amantes que tuvo Martha Ferro, nada de esto habría llegado a nosotres. Los poemas y las cartas de Martha son el registro de experiencias de una joven argentina que estuvo en la cueva del Mandinga en todo su esplendor de la era del consumo, rebelión negra y masacre en Vietnam, conoció algunas de sus factorías, se prostituyó en sus calles por una dosis de heroína y fue a dar -con muchísima suerte porque sobrevivió- contra las paredes del manicomio de Bellevue. Mandinga, la cueva del explotador colonial que sangra nuestras vidas latinoamericanas y escupe las vidas de su propio pueblo.

Setiembre de 1971

Ana.

de mí sería tan difícil contarte cosas, hacer historia, quedarme en anécdotas, ser quizás una especie así como de relatar fútbol, o justificar mi terrible cantidad de saliva o no saliva de multiplicaciones, por qué tanta charla, si lo que tengo es jodedura y eso se entiende aunque roma haya dominado al mundo de días verdes.

me monologo para adentro. sabés? /

aprendí a patearme para adentro ya basta de circo./

como arroz./

fumo./

hace tres semanas o cuatro que no tomo ácido./

esos son datos, posiciones de una recta en el espacio./

no significa nada./

carajo estoy negativa./

vi “la hora de los hornos” en la universidad de n.y. es la película de un argentino, solanas se llama el tipo. trata de el peronismo, el neo-colonialismo en argentina. Me gustó sabés, tanto que salí con las manos calientes. no tengo más ganas de seguir me duele la barriga. Besos a todo lo que puedas besar por mí.

La estadía de Martha Ferro en Nueva York entre 1968-1974 fue borrascosa. Llegó tras las huellas de su poeta admirado, Allen Guinsberg, y pudo encontrarlo un par de veces. Pero como bien señala su amiga Graciela Fernández (que también hizo su periplo a Nueva York) el poeta ya estaba viejo y pertenecía a otra generación. 

Martha quedó atrapada por aquella cultura que admiraba frente a la dictadura fascistoide de Juan Carlos Onganía. Beatniks, hippies sin flower power, drogas blandas y duras, sartenes de cuchitriles gastronómicos, talleres de costura, agencias de colocación. Participó en manifestaciones, continuó siendo castrista contra sus amigos gays que denunciaban la represión homofóbica en Cuba y lideró una toma de edificio para que desposeídos del ghetto puertorriqueño pudieran acceder a una vivienda. 

Tuvo novias artistas, una puertorriqueña de alcurnia y una novia millonaria –Jean, dear Ramona- que le hizo mucho bien y la amó luego a la distancia toda su vida. Y de quien Martha no aceptó nunca ni un dólar. El dinero a la Ferro le gustaba únicamente cuando lo ganaba en el casino y lo repartía a cuatro manos. Nunca pudo tener casa propia y cuando partió de este mundo nuestro poseía un par de zapatillas de veinte pesos y una caja con diez libros.

De todos los poemas que escribió y leyó entre 1960 y 1976 en Buenos Aires y Manhattan-Brooklyn-Baltimore-Vermont, Martha Ferro no quiso conservar ninguno. Los destruyó, sin excepción. Un día su amigo –y compañero de aquellos días en Nueva York, militante del Gay Liberation Front, del grupo Eros y del Frente de Liberación Homosexual argentino- Néstor Latrónico encontró un poema de Martha en el fondo de una valija, “Blues de Nueva York”. Con el tiempo fueron apareciendo otros poemas, incluso los que le publicaron en la revista El Corno Emplumado, Cormorán y Delfín, Afuera y Todas, la revista feminista trotskista que dirigió Martha Ferro entre 1979-1980.

Anna Fioravanti conservó amorosamente todos los poemas y cartas que su amiga le envió por correo, y el archivista y activista lgtb Juan Queiroz los recopiló y decidió que era necesario publicarlos, así como los de otres poetas lgtb, y con la editora María Gómez, de Nebliplateada, produjeron la Colección Archivos Desviados. El libro de poemas y cartas con archivo documental de Martha Ferro y prólogo de Adriana Carrasco, Por el camino de Newark, es el primero de la serie. En preparación para la colección se encuentra la obra poética de Marcelo Benítez, Elena Napolitano, Néstor Perlongher y Néstor Latrónico.

El libro se presenta el viernes 6 a las 19, en la Sala Abuelas de Plaza de Mayo del Centro Cultural Rojas, avenida Corrientes 2038 (CABA). Presentan Néstor Latrónico y Adriana Carrasco. El cierre musical está a cargo de Karen Pastrana.