Juan Martín Del Potro y Diego Schwartzman salvaron los números del tenis argentino durante la temporada 2017. Ambos se posicionaron entre los 10 jugadores que más hicieron crecer su ranking respecto del inicio del año. Su protagonismo, no obstante, transitó por una línea paralela en relación a la travesía del equipo de Copa Davis, que cayó en sus dos presentaciones y perdió su plaza en el Grupo Mundial justo después de conquistar el título.
Después de las tres operaciones en su muñeca izquierda, un regreso cinematográfico y un cierre que incluyó la histórica conquista en la Copa Davis, Del Potro se salteó la gira de Australia y comenzó en Delray Beach, recién en febrero. La euforia y la carga emocional de un 2016 para el recuerdo no le permitieron despegar del llano y lo alejaron de su mejor versión.
La mala fortuna se convirtió en su principal acompañante y el tandilense no conseguía encontrar la regularidad para pelear en el terreno de los grandes. Si el azar no lo cruzaba pronto con los mejores, el fallecimiento de su abuelo o alguna lesión en el pubis lo obligaban a interrumpir su calendario.
“Necesito un entrenador que me ordene”, había deslizado Del Potro tras caer con Roger Federer en Miami, en marzo, varios meses antes de promediar un año discreto. Sin resultados resonantes y lejos de las luces de los primeros puestos, el tandilense llegó al Abierto de Estados Unidos acompañado por Sebastián Prieto, ex 22° del mundo en dobles, y se encargó de patear el tablero y destrozar todos los pronósticos.
Por el nivel que había reflejado hasta el momento, pocos podían imaginarlo en las instancias finales de un torneo de Grand Slam. Tenía sólo 18 victorias en el año. Gracias al aporte de su nuevo coach, alcanzó las semifinales, redefinió sus objetivos y comenzó así un sprint final que lo llevaría a ganar 20 de los últimos 25 partidos, con el aliciente de haber quedado a un triunfo de clasificarse al Masters de Londres.
Había iniciado en el puesto 38 del mundo y finalizó en el 11, a un paso del selecto grupo que jamás debió haber abandonado y con más certezas que dudas para volver a empezar. “Me costó encontrar la motivación pero ahora estoy con ganas”, expresó el 9° jugador con mejor crecimiento en el ranking anual. Descartado el torneo de Auckland y confirmado Prieto como su entrenador, comenzará 2018 directamente en Melbourne y apuntará los cañones a otro tipo de metas.
Si Del Potro recobró su confianza y su mejor tenis con un final de año alucinante, su antítesis fue Diego Schwartzman, quien se convirtió en el 10° tenista que más posiciones escaló en 2017 gracias a la constancia que exhibió de principio a fin. El Peque, que trabaja con Juan Ignacio Chela como coach, llegó a disputar este año ocho cuartos de final, tres semifinales y una final en el circuito grande. Con una solvencia sostenida de enero a noviembre, se metió entre los ocho mejores en el US Open y en los Masters de Montecarlo y Montreal, además de haber conseguido sus dos primeras victorias ante jugadores del Top 10 –Thiem en Canadá y Cilic en el US Open–.
Parte de su progresión en el máximo nivel se puede explicar con su cantidad de triunfos. Luego de sumar 17 en 2016, cuando terminó en el puesto 52, acumuló nada menos que 39, uno de los registros más altos de esta temporada, un número que le valió para trepar y finalizar como el 26° del mundo. Y con el techo todavía bastante alto pese a su metro 70 de estatura.
El papel que protagonizaron ambos jugadores en el circuito, así como el de los otros cinco argentinos que terminaron entre los cien mejores, reflejó la contracara del descenso a la Zona Americana de la Davis, iniciado con la derrota contra Italia en Parque Sarmiento y consumado en la caída ante Kazajistán en Astana. Sin dudas, la mancha negra del año. Delpo y Leo Mayer, dos de los artífices de la proeza de Zagreb, ya habían anunciado que no volverían a jugar por la Copa; Zeballos y Berlocq, por diferentes razones personales, también desistieron de la convocatoria para el choque con los kazajos; y Delbonis, ganador de aquel quinto punto para la posteridad, sufría una lesión en la cadera izquierda. Así las cosas, Daniel Orsanic se vio obligado a innovar en la formación.
De los siete jugadores que tiene Argentina en el Top 100 del ranking, sólo dos disputaron el repechaje: el Peque, en el mejor momento de su carrera, y Guido Pella, quien nunca faltó desde que lo llamaron para el choque en Polonia, en marzo de 2016. Completaron la nómina los debutantes Andrés Molteni y Máximo González, una cruzada del capitán que finalmente no resultó fructífera.
Quizá el bahiense tuvo la llave cuando se encontró con dos set points para ponerse en ventaja de dos parciales ante Kukushkin, el mejor de los kazajos, quien siempre rinde por encima de la media cuando se trata de la Davis. Pero en el tenis no sirven el desarrollo ni los momentos del partido para otra cosa que no sea la conformación del resultado. El número uno local se cargó la serie al hombro: superó también a Schwartzman, demostró por qué es un jugador copero y le abrió al tenis argentino las puertas de un mundo que vivió por última vez dieciséis años atrás. Argentina hizo un curso acelerado de cómo caer en picada y pasó de tocar el cielo con las manos a hundirse en el fango en sólo diez meses.
El descenso, sin embargo, no debiera ser una catástrofe ni mucho menos, pero sí enciende una alarma que tendrá que atender todo el arco del tenis local. Además de jugar en el plano continental por primera vez desde 2001, deberá afrontar un proceso de renovación y tratar de superar la etapa de transición lo más rápido posible. Pocos días después del debut del equipo nacional en la Zona Americana, que será el 6 y el 7 de abril ante Chile o Ecuador, habrá elecciones en el Consejo Directivo de la Asociación Argentina de Tenis, un hecho que también marcará el futuro a mediano plazo y que intentará dejar atrás el despilfarro del último año. El foco estará puesto en la lucha por la presidencia que sostendrán dos ex jugadores y estandartes históricos como Agustín Calleri y José Luis Clerc. Una realidad que deviene en una antinomia difícil de creer si se la vuelve a relacionar con el momento personal que atraviesan tanto Del Potro como Schwartzman.