La final del Masters de Londres de 2016 le puso el moño a la temporada con un duelo mano a mano entre Novak Djokovic y Andy Murray por el número uno de fin de año, un hecho que vaticinaba un cambio de paradigma y de época en el circuito masculino. El británico se quedó con el título en el certamen más selectivo del planeta tenis y terminó en la cima por primera vez en su vida.

El torneo de Doha repitió una definición con los mismos protagonistas en el inicio de 2017 y pareció continuar con la tendencia que anunciaba una gran hegemonía de los dos mejores tenistas del momento. No obstante, ambos comenzaron a trastabillar, empezaron a otorgar ventajas y dieron por finalizada la temporada después de Wimbledon por sendas lesiones prolongadas. Djokovic fue operado en el codo derecho y Murray volvió a encontrarse cara a cara con su enemigo íntimo, la cadera. Stan Wawrinka (rodilla), Milos Raonic (muñeca) y Kei Nishikori (muñeca) se les sumaron y también se vieron obligados a pasar un largo tiempo lejos de los courts.

En ese contexto y tras permanecer inactivos en los últimos meses, Roger Federer y Rafael Nadal se encargaron de asaltar ese lugar de privilegio que habían ocupado en otras épocas y que ahora comenzaba a quedar vacante.

Hay que retroceder casi doce meses en el túnel del tiempo para encontrar el partido que sintetiza la temporada de la forma más genuina. El mejor espectáculo tuvo lugar el 29 de enero en la final del Abierto de Australia, torneo que finalmente quedó en manos del suizo tras una maratónica victoria en cinco sets. En una suerte de reciclaje, los dos astros rememoraron una batalla de las que libraron años atrás para edificar la mejor rivalidad deportiva de todos los tiempos e iniciaron de esa manera un camino que los convertiría en los grandes animadores para monopolizar casi la totalidad de los títulos de mayor envergadura.

A una edad en la que cualquiera atravesaría el ocaso de su carrera, Federer ganó en Melbourne y volvió a ser el rey en Wimbledon para alcanzar nada menos que 19 trofeos de Grand Slam, la plusmarca absoluta en el tenis de varones; después de arrancar como 16° del mundo y de acarrear seis meses fuera de las canchas, sumó 7 títulos, finalizó en el 2° puesto del ranking ATP con 36 años y emergió como el primer tenista en acabar entre los dos mejores por undécima ocasión en su carrera.

Las palabras quedan cortas para enumerar todas y cada una de las marcas que Federer se encargó de romper en 2017. Sus records asombran cada día más. El suizo es el máximo campeón en el All England, con 8 coronas; el segundo máximo ganador del circuito con 95 trofeos, sólo detrás de los 109 de Jimmy Connors; el jugador con más apariciones en torneos de Grand Slam (71); el tenista con más finales disputadas en los Majors (29); el dueño de la mayor cantidad de victorias en Wimbledon (91); el hombre más veterano en ganar un torneo de Masters 1000 (Shanghai, con 36 años y dos meses); y el mayor ganador de premios oficiales de todo el deporte con 110.617.682 dólares.

Con un calendario recortado en el que dosificó sus energías, Federer logró 52 victorias y sólo sufrió 5 derrotas, números que arrojan una eficacia del 91,2 por ciento. Abrumador por donde se lo mire.

Nadal no se quedó atrás y construyó un tenis arrollador, digno de sus mejores años, que lo llevaría a cerrar como número uno del mundo por cuarta ocasión, después de 2008, 2010 y 2013. Al igual que para Federer, el sendero del español significó una reivindicación de su juego, una muestra más de su capacidad de resiliencia y una demostración de que todavía es un monstruo del deporte.

En un regreso celestial, conquistó su décima copa de los mosqueteros en Roland Garros y también se erigió como el mejor en el Abierto de los Estados Unidos. En el plano histórico, superó el récord de Guillermo Vilas (49) y se convirtió en el jugador con más títulos en polvo de ladrillo (53); además alcanzó el mayor porcentaje de triunfos en esa superficie (91,74%), por encima del sueco Björn Borg (86,3%). Sin ánimos de administrar su físico, llegó a noviembre con el tanque en rojo y con sus rodillas al límite, debió retirarse tras su primer partido en el Masters de Londres y ya anunció su baja en la exhibición de Abu Dhabi y en el certamen de Brisbane.

Pocos jugadores pudieron capitalizar el poco terreno fértil que dejaron Federer y Nadal sin explotar. La irrupción del joven maravilla Alexander Zverev y el regreso triunfal de Grigor Dimitrov a los primeros planos fueron sin dudas las mayores sorpresas de la temporada. Los Masters 1000 de Roma y Montreal vieron cómo el alemán de 20 años se recibió de Top 10 y comenzó a redondear un papel que lo depositó en el 4° puesto del ranking ATP. El búlgaro, por su parte, exhibió lo mejor de su repertorio gracias al aporte del venezolano Daniel Vallverdú y se impuso en el Masters 1000 de Cincinnati y en el Torneo de Maestros de Londres, el mayor título de toda su carrera.

Otros como Dominic Thiem y David Goffin lograron sostenerse entre los mejores a base de constancia pero aún no consiguieron dar el golpe en las grandes citas para trepar todavía más alto; Jack Sock emergió como la esperanza estadounidense tras el cimbronazo en París Bercy y su incursión en la elite del ranking; y el propio Juan Martín Del Potro volvió a posicionarse en los puestos de vanguardia gracias a un sprint final de otro planeta. Con Sebastián Prieto como entrenador confirmado, el tandilense tendrá una gran chance de cara a la próxima temporada.

Federer y Nadal eclipsaron al resto de los tenistas del circuito y tienen por delante el desafío de revalidar su condición en 2018. Zverev, Dimitrov y Delpo comandarán el lote amenazante y retarán el poderío del binomio galáctico. Y, en caso de regresar en forma óptima, Djokovic, Murray y Wawrinka agregarán el condimento necesario para una de las temporadas más competitivas de los últimos tiempos.