El lesbianismo se territorializa con diferentes programas de acción. No es una hipótesis de escritorio la que marca el cómo. Territorio mata teoría, en parte pero no del todo. En el camino desde la Capital hasta el conurbano Oeste, hay lesbianas haciendo trabajo territorial: Carrillo, Fátima, La Matanza. Contrariamente al imaginario popular, en los barrios conurbas se logra activar-militar más profundamente la problemática lésbica y despejar el fantasma de la lesbiana “asistente de mujeres heterosexuales”.
Liliana Furió tiene 53 años y es mujer lesbiana. Estuvo once años casada con un varón y tiene tres hijas mujeres. Ninguna de ellas es lesbiana. Es cineasta y danzoterapeuta. Hace poco estrenó su documental Tango querido y trabaja en un documental sobre Ilse Fuskova. Liliana se calza el casco, caza la moto y sale por Rivadavia rumbo a Soldati. “Ya es hora de que la abandone, me acabo de pegar un palito que ni te cuento en la rodilla”. Liliana se pasa agua oxigenada sobre el bruto raspón rodillero, pero no se queja.
Participa en un taller de género con mujeres, en el barrio Fátima. En el mapa interactivo de Ciudad de Buenos Aires, Fátima aparece como Villa 3.
Liliana es la única lesbiana en el grupo. Su expectativa es trabajar lesbianismo. Pero hasta ahora no se dio la oportunidad. Es la única que se declara lesbiana en el grupo. Y la primera vez que lo dijo en el territorio, observó que algunas mujeres se ponían incómodas. “Traté de instalar el lesbianismo para abordar el tema de la diversidad, pero realmente nos desbordan las problemáticas de violencia intrafamiliar y abuso. Pedidos de ayuda para adolescentes que precisan abortar. Queremos hacer un taller de cine o de lectura, pero eso va quedando relegado, porque tenemos que resolver urgencias de primera necesidad”.
No es fácil el trabajo en el barrio. Para muchos varones estos espacios son, cuando menos, sospechosos. No las quieren ahí.
ÉSA SE FUE CON OTRA
A pocas cuadras, en el barrio Ramón Carrillo, territorializa el Frente de Mujeres, Tortas, Putos, Trans y Travas de Nuevo Encuentro. Sandra Garzonio, 57 años, no-heterosexual, dos hijos grandes, está feliz de pertenecer a ese partido. “Nos permite encontrar lugares donde se puede hacer trabajo territorial. Yo estaba aburrida de la militancia de clase media porteña”. Sandra es traductora de francés y estudió Letras y Filosofía. Tradujo al castellano obras de Castoriadis y Deleuze-Guattari. Vivió veinte años en Francia.
“Al principio, era encontrarnos todo el tiempo con problemas tremendos: un tipo que violó a su hijastra discapacitada, la muerte de una nena de cuatro años, acompañar a una señora boliviana que buscaba a su hijo y que apareció ahogado en el Riachuelo. Estas situaciones terribles por suerte fueron amainando. Vinieron otras, pero no tan límite. Vengo de una historia de 25 años de casada y salí de la heterosexualidad leyendo los textos de Monique Wittig. Fue con las chicas del Frente, mientras trabajábamos la problemática del aborto. Pero en general me cuido cuando hablo, para no parecer una matahombres”, cuenta. Sandra tiene un cuerpo pequeño y extremadamente delgado. A finales de los 80, caminando por una callejuela de París, un tipo la agarró de atrás y la metió en un lugar oscuro. Ella le pegó con los anteojos y la bolsa. El tipo no podía creer la fuerza de esa mina. Y Sandra a los gritos: “Que venga el próximo”. Ahí salieron algunas personas a auxiliarla. Ahora se hizo más fuerte: practica budismo zen. Y durante muchos años practicó las difíciles posturas corporales de los samuráis. Y esa mezcla de paciencia y fuerza la aplica al trabajo territorial.
No es nada fácil poner sobre la mesa el tema lesbianismo en el taller de Carrillo. “Estuvimos hablando de eso cuando dijimos que venías a hacer una nota. Lo único que comentaron las chicas cuando les preguntamos si sabían de lesbianas en el barrio, fue que en el último año 6 o 7 mujeres dejaron el marido para ‘irse con otra’”. Otra asociación que se hace es lesbianismo-cárcel de mujeres. “Es terrible que te obliguen a hacerte lesbiana en la cárcel”, comenta una tallerista. “Bueno, pero si ya era, no hay problema”, contesta una más joven.
El tema carcelario viene movido. Algunas mujeres del barrio tienen al marido preso. No porque se lo hayan llevado del barrio, sino porque eligen presos. En medio de la crisis, reciben el dinero que al varón se le estipendia en la cárcel, pero tienen que soportar que ellos las controlen a distancia. “Aquella tuvo que venir corriendo a la casa cuando se fue a bailar, porque al celular se le agotó la batería. Y había quedado que se comunicaba con el marido a esa hora”, es un comentario que se cuela en la reunión. Sandra tiene una explicación para esto que a los oídos forasteros puede sonar atroz: “Cuando el tipo está encerrado en la cárcel, te jode menos”.
La referente barrial con la que trabaja el grupo de Nuevo Encuentro es Mónica Ovejero, 35 años, heterosexual. Moni sabe que hay mujeres que dicen “si van lesbianas a la reunión, yo no voy”. Ella les explica que las lesbianas no son enfermas, que “toda la vida tuvieron esa elección, pero la familia las hacía sentir vergüenza y culpables”. Explica que en los talleres es común que las mujeres hablen de los problemas de las otras, porque no se atreven a hablar en público de los propios. Esos problemas en su mayoría tienen que ver con el ejercicio de la violencia a través de los puños y del dinero, por parte de los varones. El fútbol es la estrategia más adecuada para que las mujeres comiencen a abrirse más a las otras. Este un trabajo que comenzaron hace poco en una canchita del barrio. Y donde esperan que se acerquen lesbianas.
BROTES DE VALENTÍA LÉSBICA
Saltando la General Paz, nos encontramos con lesbianas territorializando en una consejería de salud sexual comunitaria que actúa en San Justo, Rafael Castillo, Gregorio de Laferrere, González Catán y Ciudad Evita. La consejería ofrece información pre y postaborto, difunde métodos de prevención y acompaña al colectivo lgbtiq. Romina Pereyra, 33 años, activista torta y comunista, nunca-con-un-chongo, madre lesbiana de un hijo, termina de bañar al pibe y atiende a Soy. Activa casi todo el día, desde los 17 años. Y vive en el territorio donde milita.
En esta consejería hay mayoría de tortas. “Si vamos a activar con mujeres, debemos tener mucha paciencia. Las lesbianas somos la escupidera del heteropatriarcado: somos las que ayudamos, las que escuchamos. El colectivo de lesbianas tiene mucha presencia en el movimiento de mujeres, entiendo que porque es donde sentimos que vamos a recibir menos violencia. Siempre hay empatía entre mujeres y lesbianas. La problemática que emerge en forma sistemáticamente en el movimiento de mujeres es la violencia”, dice Romina.
Romi empezó a militar a los 15, durante los prolegómenos del estallido de 2001. Fue presidenta del centro de estudiantes de una escuela nocturna. Una presidenta torta visible. Y se dio cuenta de hasta qué punto las mujeres estaban oprimidas, cuando supo que los varones que dejaban estudiar a sus mujeres, no les permitían militar en el centro de estudiantes.
Durante el día, Romina y sus compañeras acompañan a las mujeres que denuncian violencia. Recorre hospitales, comisarías, fiscalías, juzgados. “Al juez se le mueve todo cuando lo enfrentás y le decís ‘soy tortillera’. Digo tortillera, no lesbiana. Con las mujeres trabajamos en grupos de empoderamiento en la acción. Una vez que ellas logran modificar su realidad, traen a sus amigas, sus primas, sus conocidas, para que hagan el mismo recorrido. También intentamos producir actividades juntas, donde se vean claramente las lesbianas: homenajes a la Pepa Gaitán o visibilizar el crimen Marcela Crelz, asesinada por su madre, por ser lesbiana”.
Otra tarea fundamental del grupo es dar charlas en escuelas, en el marco del programa de Educación Sexual Integral (ESI). Las convocan las docentes cuando ven que alguna chica “está dudando”. “A nosotras nunca nos parece que la piba esté dudando. Por lo general esa chica es la que está más involucrada, porque al dudar interpela, es la tortita activa en la clase. A eso lo llamamos ‘brote de valentía lésbica’ en la adolescencia. Las docentes nos convocan porque la ESI nos permite libertad en el uso de términos, para que lxs pibxs puedan comunicarse con sinceridad plena. Podés decir ‘puto’ en lugar de gay, ‘coger’ en lugar de sexo. Llegamos y nos presentamos. Yo les digo: ‘Nuestra axila es peluda. Tengo un pibe. Esta vida existe y no es una locura’”.
Más allá de la consejería, el trabajo específico de las lesbianas está más ligado a la comunidad travesti y a la lucha antirrepresiva: “Ser tortillera en La Matanza es defender la causa de las travestis. Si no, mudate de municipio”.