“Resulta que estaba de paso en Iquique, había hecho una excursión en barco. Me pongo a charlar con un tipo, me cuenta que es boliviano, le digo ah, mirá, justo voy a pasar unos días a Bolivia. Y me empieza a hablar, que está ‘hecho tira’ me dice. Descubrió que la mujer tiene un amante. Y cuándo te enteraste. Esta mañana. Qué mal momento. Vine acá porque estoy hecho tira. Y me sigue contando la historia. Bajamos del barco, el me da un abracito al despedirse y yo le di un abrazote. Ahí el tipo se largó a llorar.Y me dijo “gracias”. Y yo pensé, es esto, ya está. Fue un momento epifánico: en algpun momento una se da cuenta de que en realidad lo importante es la persona que tenés al lado en cada instante. Y enseguida pensé estoy muy en modo Haru”.
La que habla es Flavia Company y Haru es su última novela. Las botellas de cerveza se amontonaron en una mesa del bar Británico mientras avanza el diálogo que empieza con esta anécdota. Es argentina, nació en 1963 y desde los 10 que vive en Barcelona. No se nota cuando habla ese ir y venir. Está de viaje, la entrevista se hizo cuando le tocó Buenos Aires. Siempre viaja. Ahora está por dar la vuelta al mundo. y tiene planes patriotas: quiere volver y quedarse un par de años. Va a necesitar alquilar un departamento. Y conocer chicas, que está soltera: se divorció hace poco de una esposa con la que se casó más por militancia que por fe en el matrimonio, cuenta. Pero volvamos a Haru.
El sentido del mundo
Haru es un texto raro, con una lengua que juega la carta de la sencillez, de la ilusión de transparencia. Es una historia de esas que te hacen creer que el mundo, la vida, las cosas que nos pasan, tienen un sentido. Las primeras páginas, confieso, me costaron. Pero después entré. Como una nena. Es un libro que abraza. Y no importa que no haya mucho sentido fuera de la novela. Mientras la leés te arrulla. Y es larga. Y es muy particular pero sin embargo se relaciona con sus otras novelas.
Vos pensás la obra como unidad.
–Soy muy consciente de estar construyendo una sola obra, la imagino como una esfera que tiene un eje central. Cuando ponés una pieza acá parece que está re lejos de esta otra pero no, si la tirás no tiene hueco, no tiene imperfección. Tengo dos obsesiones: convertirme en literatura en el sentido de que no sólo la literatura está pasando por mí, sino de que las obras parezcan contarse por sí mismas. Desprender al lenguaje de todo artificio.
Decís crear una ilusión de transparencia.
–En el sentido de que lo más simple puede hablar de lo más complejo y lo más profundo sin que se note y vos te estás tragando la píldora, te parece que no estás leyendo casi nada, que es sencillo, es fácil, pero después se expande en tu interior. Yourcernar postulaba un discurso en el que primara por sobre todo lo humano, un discurso sin altisonancias: en eso pienso.
Pero el lenguaje es puro artificio, lo de la transparencia es ilusión.
–Lo que te digo tiene que ver con que las cosas no puedan ser escritas de otra manera. Que venga alguien y diga yo esto lo cambio y no pueda. Ese es el trabajo de destilar.
Empezaste a escribir a los 17.
–Y nunca paré, nunca dejé de escribir. Yo no vivo de la literatura ni querría. Edith Warton decía que el talento del escritor no consiste tanto en escribir lo que escribe sino en reconocer el género de lo que le viene dado.
Me estabas contando sobre lo formal de tu obra.
–En realidad, es la metáfora del tiro con arco, la base de Haru: realmente es muy parecido a lo que yo considero que ocurre con la literatura, cuando te ponés a escribir no tenés puta idea pero te gusta mucho y querés que ese mundo sea tu mundo; tenés esa meta, que te parece que está ahí y tiene que ver con la literatura que escriben los otros. Parece ser que cuando empezás a tirar con arco te duelen las manos, la espalda, la cintura, los dedos, estás incómoda, es un desastre. Después te vas relajando y cada vez más te integrás con el arco, la flecha, la diana. Y llega un punto en que la identificación con el arco de vos como arquera es tal que el tiro de flecha no es que lo hagas sino que ocurre; es como que no puede no pasar. Estás en la posición ideal, con el aire, el ánimo, la concentración adecuada, todo. Para mí la literatura es algo así. Siempre sentí que tenía que haber un momento en que pasara solo y con Haru me pasó. Cuando terminé de escribirla, cuando puse el punto final, escribo a mano yo, me puse a llorar. Pero mucho. Y creo que fue por la sensación de que no podría no haber ocurrido.
Es una novela que te crea la sensación de que todo va a estar bien. Como de novela rosa, reparadora.
–Ese nivel reparador que vos decís es “Yo soy el dolor del mundo, yo soy el alivio del mundo, yo soy tú”. Hay un punto de empatía, si uno se deja llevar, que verdaderamente le da sentido al cosmos. La vida es en muchos momentos insoportablemente dura y te preguntás y dónde está el refugio. Pensaba en la literatura como refugio. Y yo quería escribir un libro así, que fuera un refugio. Mucha gente me dijo que lloró. Y a mí me gusta que sea así. También me dicen que lo terminan y lo vuelven a leer, como si fuera una canción.
Sí, es como que te arrulla, te abraza.
–Es la parte brillante del dolor.
Esa frase está para título.
–Vendría a ser esa parte que se comparte, justo. Esa parte que no necesita explicación, que está en una mirada. Cuando me mirás y te miro sabemos lo que sintió la otra. La empatía. Que no es la piedad ni la compasión. Es estar en el lugar del otro. Es un libro profundamente empático. Yo siempre he sentido que la literatura era el lugar en el que yo vivía. Escribir es como ir tirando la tierra por la que caminás. Yo sentí que nunca tuve lugar en el mundo, probablemente porque me emigraron, yo no elegí emigrar, después yo era una extranjera, hablaba una lengua distinta, me gustaban cosas distintas y de algún modo no encontraba el lugar y el lugar fueron las palabras y el lenguaje. Me fui haciendo lugares para ir viviendo, por eso creo que me dediqué a escribir.
Tiene que ver con construirse un lugar en el mundo. ¿Le pasará lo mismo a gente como, no sé, Mario Vargas Llosa?
–Yo creo que la masculinidad y la heterosexualidad implican un lugar previo. Vos llegás a un lugar que ya te ha sido concedido. De hecho la norma es blanco, heterosexual, burgués. Cuando tenés dadas esas condiciones, sos un caballito ganador. La singularidad se suma en el caso de las personas que no tienen lugar de antemano. Por ejemplo, en el caso de ser negro o pobre. Cada uno tiene que ser consciente de sus privilegios y no ofender a los que no los tienen con cosas como “bueno, es lo mismo ser rico que ser pobre”. En nuestro caso, la literatura es también una reivindicación de un espacio que no nos ha sido concedido previamente. Pero yo no escribo por eso. Al escribir ocurre eso, no es que me haya puesto a escribir para reivindicar nada. Y supongo que este es el eje principal de todo esto. Porque tampoco escribir es un modo de vida en el sentido económico. Cuando cobro los derechos, como mucho me compro una computadora nueva. O me voy de viaje. Pero porque me voy con mochila y a hoteles paupérrimos. No quiero escribir para gustar, aunque me encanta que guste lo que escribo. Si aceptás un premio de esos que arregla un agente con una editorial, de esos de muchos miles de euros que te ofrecen por teléfono, cambiás de lugar. Es un mainstream. Es como cuando te llevan de excursión de turismo y te dicen saque la foto desde acá. Eso es.
Una operación muy sencilla, y muy efectiva, que hacés en Haru es poner mujeres como protagonistas en ese género que podría definirse como una especie de relato mítico japonés de tiro al arco y trabajos del héroe.
–Haru es una heroína que es antihéroe. Una mujer fuerte de tradición de minas, su madre, su maestra. No es tampoco una negación del mundo masculino, ahí está el maestro zapatero, cuidé también eso.
–Otra cosa curiosa es que no hay una historia de sexo.
–Queda sugerido que en la etapa en que ella tiene la tentación ella tiene algunas historias, por lo menos le gusta una chica y hubo algo con otra. Yo creo que es un camino hacia el conocimiento, la verdad y la conciencia, al final conoce el amor. Tenía ganas de hablar del amor con mayúsculas, no sólo del deseo o del de pareja. De todo el amor.