PLáSTICA
› DANIEL GARCIA EN LA GALERIA RUTH BENZACAR
García quedó comprometido
Cinco años después de su exposición antológica, el pintor rosarino vuelve con viajes, citas y compromisos varios.
› Por Fabián Lebenglik
La última muestra individual de Daniel García (1958) en Buenos Aires fue una exposición antológica, presentada en el Centro Cultural Recoleta hace cinco años. El pintor rosarino reunía allí obras realizadas entre 1990 y 1997 para marcar un corte entre lo pintado y vivido hasta entonces y lo que se venía. Con aquel gesto retrospectivo separaba nítidamente el vértigo de su rápido ascenso artístico nacional e internacional, que ese se cerraba con su participación en las Bienales de Venecia, La Habana y del Mercosur (en Porto Alegre).
El trágico desbarrancamiento argentino, que comenzó a hacerse ostensible en 1997, ya estaba anunciado –a su manera, oblicua e indirecta– en la pintura de Daniel García. El centro de su obra siempre fue la tragedia y la enfermedad, tanto individual como social. Ahora el artista vuelve con otra muestra individual: “Viajes, citas y otros compromisos”.
En los cuadros de Daniel García, los cuerpos, los objetos y especialmente las cabezas (generadoras de las ideas y de la locura) lucen anacrónicos desde el estilo y el tratamiento de la imagen. Sus obras están pintadas con un apego perverso por la pedagogía –por su claridad y frontalidad supuestamente explicativas– y el discurso científico del siglo XIX. En este sentido, la primera palabra del título de la exposición remite a los viajes en el tiempo. Hay una trabajada asincronía entre las imágenes de los cuadros y la imagen del mundo presente.
En su cuadro “Motor Nº 2” –para seguir la secuencia descriptiva del título de la muestra–, el brazo musculoso de un obrero sostiene un martillo: una cita de la iconografía política del realismo socialista.
Las citas –tanto del arte político como del futurismo, el dadaísmo, el expresionismo o la pintura criolla– también proponen un viaje en el tiempo, en el que la historia aparece siempre como ominosa derrota o, en el mejor de los casos, como un pobre triunfo pasajero.
En sus imágenes anacrónicas se lee la reactualización de la historia, la crónica de un pasado que también es o puede ser presente. Las cabezas y los cuerpos de los cuadros de Daniel García –vendados, obturados (por ejemplo, con maderos o con estructuras abstractas; surcados de manchas y veladuras)– siempre están de vuelta del dolor, atravesando infiernos pasados y presentes.
La serie de cabezas adquiere en su obra la forma de una galería de casos, tal como lo definiría el discurso científico o jurídico: imágenes de la excepcionalidad, de la violación de la norma. Aparecen como casos criminales, clínicos o psiquiátricos.
Aunque surjan como homenajes o citas, los cuerpos y objetos de sus pinturas se posan sobre la excepción a la norma para remarcar su perversa ejemplaridad.
Lo que se muestra luce como admonitorio e inconveniente y al mismo como desviación inevitable: como si la pintura fuera enfermedad que no puede evitar mostrarse del modo en que lo hace.
En varias de las obras, la imagen central está cruzada por una suerte de grilla, que en algunos casos se constituye en maquinaria. Varios objetos insólitos pasan conformar un sistema de poleas y transmisiones unidos arbitrariamente y sin lógica. Esa máquina imposible es otra de las imágenes corrosivas de la obra de Daniel García que, sin llegar al humor, se coloca a la distancia de la ironía e invade el sentido de toda la obra.
La multiplicación del sinsentido y de la imagen fuera del tiempo generan un alto grado de absurdo a la lectura de la obra: el artista se burla de los discursos científicos positivos y de la clínica, reducidos a sus aspectos escolásticos y cohercitivos. Se trata de una pintura que para analizar y criticar toda una concepción del saber, se sitúa dentro de las coordenadas de ese saber, para mejor corroerlo. La tercera categorización mencionada en el título de la muestra –los “compromisos”– tiene, al menos, dos sentidos: por una parte marca el compromiso en sentido positivo, aquello a lo que uno se obliga por convicción, por principio, por mandato moral.
Pero también, en este caso, el compromiso nace del encargo: de la tensión entre la creación libre del artista que pinta lo que quiere y cuando quiere y el trabajo por encargo, donde las posibilidades se estrechan por criterios de adecuación y el margen de tiempo se adelgaza porque apremia la entrega. El artista elige exhibir una muy buena serie de obras que nacieron como ilustraciones para los libros de la editorial rosarina Beatriz Viterbo. Si bien resultan obras autónomas, su origen fue instrumental e “ilustrativo”, fuertemente relacionado con el concepto del texto que debían acompañar.
Puesto en perspectiva, el compromiso, en su doble significado –el principista y el pragmático– forma parte del sistema del arte en relación con las determinaciones objetivas de producción del artista. Con lo cual, el razonamiento sigue girando alrededor, por una parte, del condicionamiento que impone la necesidad y, por la otra, de la inevitabilidad de la tragedia. La pintura de Daniel García oscila lúcidamente en péndulo que va de una a otra. (En la galería Ruth Benzacar, Florida 1000, hasta el 26 de octubre.)