PLáSTICA
› LA MUERTE DE ENRIQUE BARILARI (1927-2002)
Informalismo de ida y vuelta
› Por Fabián Lebenglik
Luego de que su salud se fuera deteriorando desde hace más de una década, Enrique Barilari murió hace diez días.
Fue uno de los pintores fundacionales del informalismo argentino y formó parte de la “barra” –según la definía– que hizo aquella muestra clave de la tendencia, en la galería Van Riel, en 1959.
El arte informalista había llegado para luchar contra la figuración y sobre todo contra las vanguardias geométricas derivadas del cubismo: los nuevos artistas sentían el hartazgo de los epígonos picassianos. Se oponían a la abstracción geométrica y a sus rigores. Estaban en contra del racionalismo pictórico y de la posibilidad de pensar la pintura como una disciplina con bases científicas. El informalismo se jugaba por la lógica táctil de la materia, por la sensualidad de la pintura, por los accidentes de la superficie.
Entre otros, entraron y salieron del informalismo algunos de los mejores pintores argentinos, como Juan del Prete, Nicolás García Uriburu, Alberto Greco, Rómulo Macció, César Paternosto, Pedro Pont Vergez, Emilio Renart, Rubén Santantonín, Antonio Seguí, Clorindo Testa y Luis Wells.
Cuando despuntaban los sesenta, Barilari formó parte del grupo Arte destructivo, con Kenneth Kemble a la cabeza.
Pero el tiempo amansó los ánimos y la década del sesenta saldó aquella moderna y ríspida pelea entre los figurativos y los abstractos, de modo que Barilari, durante gran parte del tiempo que medió entre fines de la década del cincuenta y fines de la del ochenta, se volcó hacia la figuración. Al pasar de un sistema al otro, el artista comprendió e hizo comprender que la supuesta contradicción entre uno y otro bando sólo dependía de la mirada y de la heterodoxia de artistas y espectadores. Figuración y abstracción terminaron siendo dos momentos complementarios y para nada contradictorios, de un largo ciclo.
En su carrera hubo un blanco de casi tres lustros, desde fines de los años sesenta hasta mediados de los ochenta, cuando el pintor dejó de mostrar su obra. La revancha de su silencio se la tomó en 1984, con una exposición en la galería Ruth Benzacar.
En la segunda mitad de la década del noventa, Barilari se había dedicado a pintar cuadros de formato mediano y pequeño, donde prevalecía nuevamente, como a fines de los cincuenta, el valor de la materia, la fuerza del gesto y el color.
En ese camino de idas y vueltas, el artista volvió sobre sus pasos, con telas de ejecución rápida, en las que se privilegiaba el valor y la puesta a punto del presente. El informalismo tuvo siempre claro la frase latina carpe diem.
En sus últimas obras, los cuadros eran campos de color atravesados por líneas, manchas, franjas y otras zonas de color. Ya no se trataba tanto de el azar sobre la tela, sino del riesgo calculado de quien está de vuelta.
Queda en la memoria el modo en que el artista agitaba sus cuadros como banderas. Banderas de la patria de la pintura, se entiende.