PLáSTICA
› LA MUESTRA SE TORNA MAS INTERESANTE SOBRE EL FINAL
Italia aún habla de Maradona
La película italiana “Santa Maradona” y la francesa “El estadio de Wimbledon” mejoraron sustancialmente la calidad de la competencia oficial, en el marco de los ya consabidos problemas con la grilla.
› Por Martín Pérez
Roger Corman puede sentirse contento: tuvo finalmente el día de playa que tanto quería. No le fue posible confirmar a Página/12 que el legendario productor haya mojado efectivamente sus pies en el agua, pero al menos ayer hizo su aparición en Mar del Plata el gran ausente desde el comienzo del Festival, un sol que permite recordar que ésta es una ciudad balnearia. Pero si bien llegó el sol, lo que siguen faltando son películas, porque la grilla de ayer sumó catorce modificaciones, todo un record dentro de la problemática 17ª edición de un Festival que siempre tuvo problemas. Pero nunca tantos como esta vez. Como el país, claro.
El problema de la grilla llena de tachaduras no sólo es que hay películas que no han llegado –como los últimos films de Imamura (anunciada para hoy) o Herzog (que nunca vendrá), entre muchos otros–, sino también que hay que hacerle lugar en ella a los films atrasados de la competencia e incluso surgen obligaciones descubiertas a último momento. Entonces llegan a peligrar las funciones de películas que sí han llegado. Por ejemplo, para acompañar la charla abierta que el director francés Bertrand Tavernier realizó ayer por la tarde en Mar del Plata, por la mañana se levantó una función para programar Déjenlo pasar, su último film (que también se dio por la noche). Pero para eso se levantó lo que era la última función de la maravillosa Distancia, del japonés Kore-Eda, una de las mejores películas del Festival.
Entre la azarosa lotería de las grillas marplatenses de cada día, la de ayer dejó en claro dos cosas. Primero, que finalmente llegaron las dos películas de competencia que se estaban esperando desde el fin de semana: la italiana Santa Maradona y la francesa El estadio de Wimbledon. Y segundo, que el film brasileño Cama de gato, que se presentaba como el primer trabajo de un movimiento a-lo-Dogma llamado TRAUMA (Tentativa de Realizar Algo Urgente e Mínimamente Audacioso) e incluido en la Competencia Oficial, no llegará nunca. Con su lamentable deserción a último momento de la competencia –algo que no había pasado nunca antes en un Festival en el que todos los años pasa algo nuevo–, el número de films en pos del Ombú son ahora apenas dieciséis.
Pero hay que conceder que, con respecto a los films recién llegados a ese selecto grupo de dieciséis, la espera valió la pena. El estreno de los films del italiano Marco Ponti y del francés Mathieu Amalric ayudó a mejorar sustancialmente la calidad de la devaluada competencia oficial. Sin parentesco alguno con Carlo Ponti y autor de un libro sobre Quentin Tarantino, Marco Ponti entrega en su ópera prima Santa Maradona apenas una variación más sobre el tema amigos-con-onda-pero-sin-trabajo-que-ironizan sobre-todo, un Kevin Smith pero a la italiana. Pero tan bien hecho que es un film divertido, inteligente y contagioso.
Con un título apenas justificado por –valga la redundancia– la presencia de imágenes de Maradona en los títulos del film (y musicalizado con el tema de Mano Negra), Santa Maradona cuenta la historia de dos amigos que hablan de cine, leen comics y van los domingos a ver futbol. A esos dos amigos habría que sumarle una amiga, y la novia de uno de ellos –protagonista de la historia de amor–, y un desfile de entrevistas de trabajo, y homenajes de todo tipo. Pero principalmente al cine y a las comedias con gente que cuenta eso gracioso/sorprendente/increíble que le pasó a otro. Con simpáticas actuaciones, buenos diálogos y muy buenos títulos finales (después de todo, su protagonista se dedica a compilar en un video títulos finales de películas), Santa Maradona es un film generacional de comienzo a fin, pero –por eso y a pesar de eso– también un indudable favorito a más de un Ombú.
Lo mismo se puede decir de El estadio de Wimbledon, pero por razones totalmente opuestas. Más conocido por su trabajo como actor de Olivier Assayas, André Techine y Arnaud Desplechin, entre otros directores franceses, Mathieu Amelric estaba trabajando en un guión lleno de acción y de diálogos cuando cayó en sus manos una pequeña novela titulada Lo stadio di Wimbledon. En su solapa aparecía un slogan que lo cautivó: “Un hombre parte tras las huellas de un escritor que jamás ha escrito”. Presente en Mar del Plata apenas por un solo día, Amelric le explicó a Página/12 que apenas leyó esa frase se dio cuenta de que quería filmar el libro. “Y ni siquiera hubiese necesitado leerlo”, contó.
Adaptando el papel protagónico a una mujer para poder así contar con su pareja, la actriz Jeanne Balibar (vista el año pasado en Mar del Plata en La comedia de la inocencia, de Raúl Ruiz), Amelric filmó durante un año y medio, sin actores profesionales. “Para mí Jeanne no es una actriz, sino mi esposa”, explicó el actor, esta vez director. “Y el resto de los personajes entraron en el film sin ningún casting, como ingresan ante la vista del investigador los hombres que entrevista. La única fue la señora del final, que es la protagonista del tercer capítulo del maravilloso Voyages. Aunque ella tampoco es una actriz profesional.”
Acompañando a su protagonista en su búsqueda de un escritor que nunca ha escrito una línea, El estadio de Wimbledon es un film lacónico, que habla a través de sus imágenes, pero nunca tanto. Entregando la información con cuentagotas, es un film hecho de momentos muertos. Al igual que su protagonista, que intenta escribir un libro sobre alguien que jamás ha escrito uno, El estadio... es el intento de rodar una película sin que haya película para rodar. Restos de una búsqueda de doble filo, colección de imágenes y diálogos que no terminan nunca de construir lo que se espera que construyan, es cierto que el film de Amelric se disfruta más cuanto menos se sabe que sucede en él, y que pese a su brevedad (70 minutos), puede hacerse largo. Pero sus imágenes y sus silencios contienen preguntas que lo exceden, a partir de una apuesta estilística que es generosa en su parquedad, y transformando toda inquietud por no saber la respuesta en una curiosa calma cinematográfica.