PLáSTICA
› EL BRASILEÑO EDUARDO KAC, SOBRE ARTE Y TECNOLOGIA
Telepresencia y arte transgénico
En el marco de la muestra Vértigo, que el Malba presenta en estos días, pasó por Buenos Aires el brasileño Eduardo Kac, artista de los nuevos medios y del “arte transgénico”.
Por Eduardo Kac*
Mi comienzos artísticos fueron en Río de Janeiro hasta 1989, en que me fui a vivir a Chicago. Trabajé en Brasil en la década del ‘80, cuando todavía el país estaba bajo la dictadura militar. Y comencé un trabajo de performance que tenía un espíritu contestatario pero que también trataba cuestiones con el cuerpo, con el humor. Era una cosa muy específica de ese momento, de vivir ahí y de participar en un proceso de transformación social. Hacía mucho graffiti, intervenciones, toda una tentativa de integrar a una red descubierta del placer, del cuerpo y del espacio público. En 1983 empecé a desarrollar una obra nueva con un lenguaje que llamé poesía holográfica.
Si hablamos de la desmaterialización del arte en los ‘60 y ‘70 gracias a Duchamp, a principios de los 80 podríamos empezar a hablar de una verdadera creación inmaterial. Es decir, con el desarrollo de la PC y de las redes digitales globales, algo empezaba a cambiar. Yo quería desarrollar una poesía para ese nuevo contexto. Algunos de esos trabajos se pueden ver en el Museo de Arte Moderno de Río y buena parte de mi obra está en el sitio www.ekac.org.
En ese período empecé a cuestionar la lógica de comunicación del arte tradicional, por considerarla muy parecida a la estructura de comunicación de los medios de masas, que el público recibe sin poder modificar. Y así, del lenguaje y la performance, del lenguaje con algunos medios para la búsqueda de una comunicación dialógica, intersubjetiva, a través de los medios de comunicación, empecé a trabajar con el Minitel francés.
Empecé a buscar maneras de crear trabajos que tenían por base la relación, no solamente entre la comunicación de una imagen o de una forma terminadas, sino la creación de un contexto, que se podía intercambiar, que se podía buscar una verdadera comunicación intersubjetiva.
Esto lo identifico como un problema interno del arte. Otros artistas, a su manera, buscaban algo parecido. Por ejemplo Lygia Clark, por su trabajo dialógico. Pero lo que yo quería era traer la cuestión dialógica para el contexto informacional, el contexto digital, el contexto de comunicación global. Para que la comunicación global no se transforme en una extensión de la comunicación monológica.
Me pregunté cómo pasar del otro lado de la pantalla. Entonces empecé a pensar en crear un cuerpo robótico. Mi primer robot de telepresencia lo hice cuando todavía vivía en Río, en el ‘86. Se parece un poco al robot de la vieja serie de televisión Perdidos en el espacio. Y luego en Chicago, en el ‘89, comencé a crear robots que no tenían una apariencia humana. La estética de la telepresencia se relaciona con el concepto de experiencia de otro mundo, en un espacio inventado, en un cuerpo que no es propio. Eso me dio la idea de explorar experiencias fenomenológicas, que no sean solamente humanas. Un ejemplo de ello es la obra Rara Avis, en la que los espectadores podían usar un casco de realidad virtual y “meterse” dentro de la percepción de un loro.
Todo esto estaba en la red. Las personas podían hablar, podían hacer que el pájaro comenzara a volar solamente moviendo la cabeza o empezando hablar. Es decir que la acción del público puede tener consecuencias físicas. Este es un tema muy presente en mi trabajo, en el que una acción local puede tener consecuencias planetarias. Es decir que es una estética que tiene su desarrollo formal, pero también una carga simbólica de lo que quiere decir. Esa idea de crear un arte que integre el mundo subjetivo, el mundo fenomenológico de otros seres –no solamente humanos– empieza a tomar una gran importancia.
Es necesario encontrar un punto de equilibrio entre la información y la poética visual. Es decir, cómo es un trabajo artístico, no existe la misma necesidad que una obra educativa, por ejemplo. La cuestión no es informar al público sino permitir que descubra cosas por sí mismo. Hay siempre un esfuerzo, como creo que es el caso de todos los artistas, de crear un trabajo interesante desde el punto de vista formal, visual, sensorial, fenomenológico, pero también dar claves para que el público pueda cuestionar la obra. El arte también es una invitación a la reflexión.
Tenemos las herramientas filosóficas y tecnológicas que nos permiten comprender relaciones muy complejas que hasta ahora no comprendíamos en su verdadera complejidad. Durante los próximos años seguramente será muy común trabajar con organismos vivos. Y con el tiempo, el público tendrá más familiaridad con estas situaciones.
* Fragmento de la presentación que E. K. hizo el lunes 19/7 en el Malba, en el marco de la muestra Vértigo, de los artistas argentinos Nushi Muntaabski, Augusto Zanela y Martín Bonadeo y curaduría de Graciela Taquini (Av. Figueroa Alcorta 3415, hasta el 2 de agosto).
E. K. (Río de Janeiro, 1962) vive y trabaja en Chicago, donde es profesor asociado de arte y tecnología en The School of the Art Institute.