PLáSTICA
› OPINION
La retrospectiva de León Ferrari
› Por Fabián Lebenglik
Basta con asomarse a la retrospectiva de León Ferrari para comprender que se trata de una exposición artística. Allí, el visitante se encuentra con esculturas, objetos, dibujos, collages, instalaciones, assemblages, escrituras. Sólo por las condiciones formales y gracias al excelente montaje, con un planteo museístico actualizado, tal como se ve en los mejores museos del mundo, se advierte inmediatamente que allí hay formas y colores, mecanismos y desarrollos estéticos, todo realizado a través de muchos años –nada menos que durante medio siglo–, con gran oficio, dedicación y creatividad.
Hace varias décadas que la obra artística de León Ferrari coloca en primer plano la relación entre poética y política, entre ética y estética. Y buena parte de su producción se dedica a criticar a la religión católica como un sistema de control y administración de castigos para conservar el poder. A través de sus trabajos siempre denunció la tortura y se alzó contra la policía moral y la confesión religiosa. Su obra denuncia, de un modo cáustico y creativo, la violencia de Occidente y los mecanismos que generan esa violencia. La obra de Ferrari, en el plano de la ficción artística, muestra que la confesión religiosa y el tormento son la trama y el revés de trama de un mismo proceso histórico y cultural. Su obra ayuda a comprender que la tradición religiosa restringe la sexualidad a la noción de “carne” –a las “relaciones carnales”– y que especifica la noción de persona con la frase “persona humana”, abriendo la posibilidad de considerar la categoría de personas inhumanas. Estas son algunas de la puertas de entrada al abismo. Con la “carne”, con los cuerpos cosificados, sería lícito ejercer todo tipo de violencias. La obra de Ferrari critica la división binaria entre cuerpo y alma porque tal escisión no democratiza los cuerpos sino que los demoniza. El cuerpo pasa a ser pecaminoso si se lo compara con el alma y, por lo tanto, pasible de castigos que corrijan sus desvíos.
León Ferrari, desde sus esculturas, objetos, dibujos y demás producción artística, critica la pasión occidental por la crueldad y el crimen. No cualquiera tiene tal capacidad para denunciar –muchas veces con gran sentido del humor– a través de la creación de artificios. Ferrari es un artista que cree en la funcionalidad (esto es, en la utilidad) del arte. Y en este sentido siempre buscó saltar el cerco y el circuito de las bellas artes para generar conciencia y para lograr un efecto fuertemente crítico y transgresor. Varias de sus muestras, como la presente retrospectiva, consiguen exceder los suplementos culturales y secciones especializadas, para situarse como noticias de impacto en los medios.
Los intentos de censura y los actos violentos contra la retrospectiva de León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta no se deben sólo a una interpretación algo literal de la obra del artista sino también a que se considera que la muestra es una provocación por parte de las autoridades de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Los ultraconservadores colocan esta muestra como un capítulo de una supuesta campaña a la que suman la Ley de Unión Civil y el proyecto de educación sexual, entre otras liberalidades escandalosas.
Desde que la ciudad de Buenos Aires logró su autonomía y por lo tanto la administración de sus recursos, que gestiona con independencia, ha generado una política cultural, así como una programación de muy buena calidad. Es decir: realiza una política representativa porque cumple con el mandato ciudadano.
Si lo que molesta es que la gestión cultural de la ciudad utilice los recursos públicos para organizar, entre muchas otras exposiciones artísticas, algunas de tono crítico, bueno sería subir la apuesta para conseguir que el Estado dejara de mantener, subsidiar y eximir de impuestos al clero, así las autoridades religiosas podrían sentirse máslibres de emitir opiniones e invectivas a su costa, evitando producir conflictos de intereses.