PLáSTICA
› UN ARTISTA FUNDAMENTAL DESDE LOS AÑOS SESENTA
Bony murió por última vez
Fue un pionero del arte conceptual. Su obra, reflexiva y anticipatoria, trató sobre el tiempo, la violencia y la muerte.
› Por Fabián Lebenglik
El miércoles pasado murió en Buenos Aires el artista plástico Oscar Bony –que había nacido en 1941 en Posadas, Misiones– a causa de una enfermedad metabólica y digestiva que comenzó a agravarse a fines del año 2000.
Sus restos fueron cremados el viernes 26, a la espera de la llegada de su hija Carola, que vive en Londres. Las cenizas del artista serán esparcidas entre las plantas y canteros de la terraza de su casa, en la calle Perú.
De formación autodidacta, Bony hizo su primera muestra a los 17 años en Posadas. Terminado el secundario, se mudó a Buenos Aires: “Lo que hacía entonces era pintar –contaba en una entrevista con quien firma estas líneas–, pintar todo el tiempo. Fui a parar a un taller que tenían Castagnino y Berni en la calle Defensa y Brasil. Después pasé a ser ayudante de Berni. En la época en que él comenzaba su serie ‘Juanito Laguna’, yo era su asistente. Fue una etapa muy importante para mí”.
En 1964, Bony hizo su primera exposición individual en Buenos Aires, “Anatomías”, en la galería Rubbers. Ese mismo año fue invitado a participar del salón Ver y Estimar, en el Museo Nacional de Bellas Artes, que era el más avanzado de los salones de la época, porque daba cuenta de parte de la mejor producción de los artistas jóvenes de los ‘60, para contraponerse a los salones oficiales como el Palanza o el Nacional. Asociación “Ver y Estimar”, que había sido fundada en 1954 por un grupo de alumnos del crítico y teórico Jorge Romero Brest, fue impulsada por Francisco Díaz Hermelo, Samuel Paz y Samuel Oliver.
Bony formó parte del núcleo que generó un florecimiento artístico y cultural en el período que va desde la entrada a la modernidad argentina, con el desarrollismo de fines de la década del ‘50, hasta el cierre que produce la dictadura de Onganía.
La efervescencia cultural de aquellos años encontró un buen ámbito en Ver y Estimar, que oficiaba de plataforma de lanzamiento. Mientras que el Instituto Di Tella funcionaba como centro y lugar consagratorio. “Difícilmente se haya ido más allá –reconocería Bony casi 30 años después–. Lo que se evolucionó en esos pocos años fue mucho y muy rápido.”
En esos años, considerados generalmente como un nuevo punto de partida del arte argentino, había propuestas que tanteaban y buscaban los límites, en todos los sentidos, al tiempo que se delineaba el apogeo de la nueva figuración, los finales del informalismo, el surgimiento del pop, el hard edge, el minimalismo, el arte conceptual, el arte político y ecológico. La de los ‘60 no es una generación que, como las anteriores, se pensaba como transmisora de los movimientos europeos de segunda mano –con una o más décadas de atraso– sino que su trabajo lo hacían en sincronía con lo que sucedía en otras capitales del arte, al tiempo que se reflexionaba desde la perspectiva y el contexto argentinos. Los artistas del ‘60 dejaron bien claro que el eje del arte moderno no era el “buen gusto” sino más bien todos los otros campos del conocimientos y la cultura.
Durante la década pasada, del ‘90 al 2000, surgió una necesidad de revisitar los años ‘60 y esa necesidad se transformó en una estrategia institucional en lugares como la Fundación Banco Patricios, el Museo Nacional de Bellas Artes, la Fundación Proa y el Museo de Arte Moderno, donde volvió a circular la obra histórica de Bony.
Siguiendo con el itinerario del artista, en 1966 realizó para presentar en el Instituto Di Tella una serie de cuatro cortos cinematográficos a la que tituló “Fuera de las formas del cine”. “Cuando me decidí a hacer los cortos –confesaba Bony a este cronista–, también resultó ser una violencia para los que habían sido mis compañeros de ruta. Estos trabajos rompían las pelotas, porque lo que estaba colgado entonces era la NuevaFiguración y hasta ahí se aceptaba la ruptura. Lo mío, como lo de otra gente que empezaba con el arte conceptual, era ácido y árido. El arte conceptual en 1965 todavía no existía, pero flotaba en el ambiente la necesidad de crear el andamiaje de eso que se venía. Todos, cada uno con un argumento distinto, me decían que dejara eso. Eran tiempos duros.”
Aquellos cortos soportaron el paso del tiempo porque su tema es precisamente el tiempo. Tal vez, como mucha de su obra, estas películas se corresponden más con el tiempo actual que con aquel otro, hace más de treinta años. Aunque perdieron por completo su condición ríspida y molesta. Los obstáculos que pudiera haber habido, y que de hecho hubo para los espectadores del Di Tella –presumiblemente mejor preparados que otros espectadores porque aquel instituto había generado su propio público–, ya no existen. En algún sentido, al haberse perdido las aristas de aquel tiempo, las obras de Bony muestran hoy, de manera transparente, la naturaleza de los problemas que analizan.
En la muestra “Experiencias 67” del Di Tella presentó “Sesenta metros cuadrados de alambre tejido y su información”, una de las primeras manifestaciones del equívoco género de las instalaciones, así como parte del rumor del naciente arte conceptual.
Una de las obras más revulsivas de Bony fue “La familia obrera”, que presentó en las “Experiencias 68”. Su obra consistía en la exhibición en vivo de un obrero matricero (con su mujer y su hijo) contratado por el doble de su salario usual para que posaran sentados sobre un podio durante el horario de visita de la muestra. Fue una experiencia límite que buscaba reflexionar sobre la ética y el problema social.
A partir de entonces y hasta mediados de la década siguiente, Bony, como muchos artistas argentinos de entonces, abandonó la práctica artística.
Pasó varios años en Europa, luego volvió a la Argentina, pero el clima de la dictadura y la censura sufrida a una muestra que hizo en Artemúltiple en el ‘77 lo llevaron al exilio, donde presentó varias muestras e hizo carrera internacional, especialmente en Italia.
En 1982 fue invitado a participar del Aperto en la Bienal de Venecia. En 1988 volvió a la Argentina y presentó una exposición el en CAYC. A partir de entonces comenzó un recorrido variado, en el que pasó por fotografías autobiográficas. Trabajó sobre la memoria recuperando objetos e imágenes con la impronta sepia del paso del tiempo, de su propio tiempo familiar y personal.
En el ‘93 levantó una pared de ladrillos de quince metros por tres, que presentó colocada en diagonal en una sala del Centro Cultural Recoleta, para obligar a los visitantes a realizar un doble camino y toparse siempre con la pared y siempre ante el inaccesible otro lado del muro.
Luego pasó a la serie de las fotografías de paisajes y autorretratos baleados. La violencia de sus trabajos se hizo evidente en “Fusilamientos y suicidios”, que presentó en la Fundación Klemm en 1996, y con “El triunfo de la muerte” (1998, Museo Nacional de Bellas Artes).
En aquellas fotografías baleadas, el estallido de los vidrios y la doble violencia, real y simbólica, marcaron un nuevo límite en la obra de Bony.
En 1999 integró, junto con Luis Benedit, Jacques Bedel y Dino Bruzzone, el envío argentino a la Bienal de Venecia. Y en el 2000 fue invitado a la de La Habana para reciclar su “Familia obrera” con una familia cubana, pero Bony desistió cuando las autoridades de la Bienal le indicaron que la familia debía ser seleccionada por el Partido Comunista.
La última obra que se vio del artista fue a fines del año pasado, en el contexto del Premio Banco Nación, donde resultó distinguido por su trayectoria. Allí presentaba un trabajo propio, histórico, en el que anticipaba la masacre de las Torres Gemelas. Al lado de su propia obra en pequeño formato, el artista reprodujo una gigantografía con el momento en que un avión impacta sobre las torres. El trabajo pequeño llevaba la firmade Bony, mientras la gigantografía estaba firmada por su “autor”: Bin Laden. De modo que la obra exhibía no sólo su carácter de anticipación sino también la relación estrecha y ambigua entre el arte y la violencia.