PLáSTICA
› LA MUESTRA “LOS NIÑOS DEL PROCESO”
“Los cuadros no son duros: lo duro es lo que nos pasó”
María Giuffra, hija de un desaparecido, encontró en la pintura el mejor modo de reflejar el crimen sufrido por una generación.
› Por Oscar Ranzani
La pintora María Giuffra tenía tan sólo seis meses cuando su padre fue asesinado por la dictadura militar, el 22 de febrero de 1977. Giuffra y su madre vivieron exiliadas en Brasil hasta que el retorno de la democracia les permitió su propio regreso a la Argentina. Con tan sólo ocho años comenzó a estudiar en una escuela de estética, complementando sus estudios primarios. Allí fue donde se produjo su primer contacto con el arte. Más adelante decidió dedicar su vida a lo que más le gustaba: la pintura. Y estudió dibujo en la Escuela Prilidiano Pueyrredón. Para ese entonces, Giuffra sabía cómo canalizar su dolor en el arte y, entonces, sus cuadros comenzaron a reflejar lo que ella y sus amigos y compañeros habían sufrido a causa del terrorismo de Estado. En el 2003 presentó su proyecto en la Fundación Antorchas y consiguió el subsidio a la creación artística que le permitió dedicarse día y noche a pintar su obra. Como resultado de su trabajo, cincuenta cuadros pintados con distintas técnicas (lápices, pintura acrílica, óleo y otros materiales) exponen con crudeza las historias de hijos de desaparecidos. Veinte de ellos integran la muestra Los niños del Proceso, que se inaugura hoy a las 19 en la Sala José Luis Cabezas del Congreso de la Nación (Rivadavia 1864), con entrada gratuita.
“Las obras son distintas, pero en algún punto son iguales, porque cuentan la historia de una injusticia”, explica la pintora a Página/12. En muchos de sus cuadros están presentes adultos y niños juntos: es la representación de una unión familiar que se contrapone a la separación forzosa que sufrieron los hijos de desaparecidos. Otra característica común que tienen varias pinturas de Giuffra son los dibujos de ositos de peluche ensangrentados incluidos en sus cuadros, que expresan la antítesis entre la ternura y lo siniestro: el juguete ensangrentado es el testigo mudo del aniquilamiento. “Cada cuadro representa una gran historia”, comenta la actual estudiante de Filosofía que, con 28 años, reconoce que “uno pinta por necesidad”. ¿Por qué? “Uno pinta desde uno. Y como se trata de un arte, es creación y pasión. Y hablás desde el dolor”, asegura.
Para llegar a construir cada historia pictórica, Giuffra partió de su historia personal. Pero también alimentaron su inspiración artística las charlas que tuvo con otros jóvenes hijos de desaparecidos o asesinados por la dictadura. O bien, alguna foto que vio y que le sirvió como disparador de una historia para un cuadro. Una de las más impactantes está expresada en la obra Niña, niño y muñeco, trabajada con acrílico, donde se observan dos hermanos pequeños en piyamas con una muñeca tirada boca abajo. “Este cuadro es la historia de un amigo y su hermanita a los que les pasó algo muy terrible”, relata la artista. “El era muy chico. Estaban en un cuarto, la hermanita en una cuna y él en otra. El se acuerda cuando entra la madre, les da un beso a los dos y cierra la puerta. Y me contó que lo siguiente que escuchó fueron miles de disparos. Me dijo que era terrible y que al rato se hizo un largo silencio. Se abrió la puerta. El esperaba que fuera su madre... Y no. Fueron los milicos, que los agarraron a ellos dos y los llevaron en la parte de atrás del auto. Ellos estaban con piyamas. Los militares les decían que eran unos payasos porque estaban vestidos así. El tenía tres años y ella era una bebita de un año y medio. A ellos no los secuestraron, no sabemos por qué. Por suerte se quedaron con su abuela”, recuerda Giuffra.
Esta historia funciona como la síntesis de la exposición: la historia de los chicos que tuvieron que convivir con la muerte, sufrir la soledad y la tristeza por un padre o una madre que ya no están, vivir en una sociedad sometida por muchos años a la maquinaria de la tortura y el exterminio, pisar nuevas tierras padeciendo el exilio. Por eso, Giuffra pasó mucho tiempo anotando en sus cuadernos los encuentros que tenía para que, a través del arte, el público pueda reflexionar “cómo la historia política y social de un país penetra y determina la vida privada de las personas”.”Algunos visitantes pueden pensar que algunos cuadros son duros. Pero no son duros los cuadros. Fue duro lo que nos pasó, y así me sale reflejarlo”, concluye.