Viernes, 29 de agosto de 2008 | Hoy
El juicio por abuso sexual agravado contra el cura Julio Grassi no sólo se anota como una mancha más al tigre de la Iglesia Católica –que desde su más alta jerarquía insiste en silenciar los abusos cometidos por sacerdotes–, sino que pone también en la agenda la discusión sobre la institucionalización de menores, que sigue dándole la espalda a la Convención Internacional sobre los Derechos de niños, niñas y adolescentes.
Más allá de las responsabilidades penales que empiezan a dirimirse ahora, la tragedia de Cromañón, cuatro años después, no parece haber servido para que jóvenes y adolescentes revisen esos elementos –aguante, bengalas, reviente– que construyen una liturgia ligada al rock. ¿De qué habla este silencio acrítico?
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