Cómplice

Más allá de las formas democráticas, es evidente que el mundo está gobernado por las grandes corporaciones y no precisamente por las más inofensivas, sino por aquellas que se distinguen por su rapacidad y peligrosidad. De otro modo no podría explicarse la progresiva destrucción del planeta, las guerras, el hambre y la creciente desigualdad y violencia que caracterizan nuestra época. Tampoco se entendería que gobiernos formalmente democráticos terminen representando mucho más los intereses de esas corporaciones que los de los pueblos que los han elegido. Las sumas billonarias de los megarescates a los bancos dispuestos recientemente por los gobiernos de los países centrales jamás habrían sido destinados a la salud, a la educación o al bienestar general de sus ciudadanos y mucho menos a rescatar del hambre y de la miseria a los millones de seres humanos que las sufren en todo el mundo, cualquiera sea su nacionalidad. Es notorio también que los pocos gobiernos que enfrentan el poder de esas corporaciones y que intentan defender los intereses de sus pueblos son agredidos y hostigados permanentemente, primero a través de la prensa y luego, si es necesario, por medidas de acción directa. La pregunta obvia es, entonces, por qué los ciudadanos comunes no se rebelan contra el ilegítimo dominio del poder económico y no intentan subordinarlo de una vez por todas a sus representantes. Las respuestas a esta pregunta son múltiples y complejas, pero una de ellas se destaca con nítida claridad: los medios de comunicación más importantes, los que informan al mundo, propalan el discurso dominante y forman la famosa “opinión pública”, también están en manos de corporaciones, las que usufructúan una libertad de prensa que fue pensada originalmente para oponerse al poder, no para ser cómplice de él.

Francisco Jorge Martínez Pería
DNI 7.737.709