Mal que nos pese, si reparamos en cómo perduran hasta hoy algunas ideas que han tenido una coherente continuidad a lo largo de la historia latinoamericana, advertiremos que nunca dejamos del todo de ser colonizados, más bien, lo que hicimos a través del tiempo fue ir cambiando de potencia dominante. Tal sometimiento hubiera resultado imposible sin la miserable complicidad interna de gran parte de nuestras clases dirigentes, que casi siempre pudieron más que sus dirigidos, aunque muchas veces éstos hayan protagonizado gestas de resistencia tan gloriosas como efímeras. Como existe algo que se llama vergüenza, nadie se reconoce como imperialista, ni colonizado ni cómplice, para lo cual es necesario subvertir el lenguaje y trasvestir a los imperialistas en desinteresados propulsores de la democracia, a los colonizados en orgullosos ciudadanos de países independientes y a los cómplices y traidores en próceres ilustres. A los mismos fines corresponde demonizar a todos aquellos que osen rebelarse contra el orden establecido y denuncien su matriz colonialista y expoliadora. De eso se han encargado siempre los escribas del poder, de subvertir la historia y de lograr que la verdad nunca coincida con la realidad. Para ello, hace falta también un mínimo de capacidad de supervivencia y grandes dosis de ignorancia en los sometidos, como bien lo sabían los preclaros impulsores del circo romano. Curiosamente, la tecnología ha contribuido mucho menos a acercar la información a la verdad que a acrecentar la estupidez humana a límites impensables para aquellos astutos patricios que no podrían creer lo lejos a donde llegó su sencilla fórmula de dominación. Hoy, que poco ha cambiado, el circo mediático se revuelve escandalizado apenas se pretende ponerle coto al coloniaje cultural que propaga sin descanso. Lo que sí, es tan poca la vergüenza que ha quedado, tan grosera la mentira y tan brutal el discurso dominante, que el menos avisado de los mortales está aprendiendo a invertir las consignas que recibe y en repentinas alusiones a la pobreza sospecha codicia salvaje, en dudosas apelaciones a la democracia percibe veladas amenazas a sus representantes y en líricas invocaciones a la libertad de prensa adivina una descarada defensa del monopolio mediático.
Francisco Martínez Pería
Abogado
LE: 7.737.709
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