Soy primera generación de sobrevivientes del Holocausto. Mi padre, mi madre y mi tío pasaron la guerra en Polonia. Lograron quedar con vida gracias a una señora y su marido de origen polaco cristiano, quienes arriesgando su vida y la de su familia los escondieron en su casa. Para que no los pudieran descubrir les permitieron hacer un pozo en la tierra, en el establo donde vivían los animales. Mi padre cavó el pozo y en condiciones infrahumanas estuvieron 28 meses aproximadamente, casi enterrados, sin poder moverse ni ver la luz del día. Cuando salieron estaban irreconocibles, prácticamente habían perdido su condición de seres humanos. Cuento esto porque sé qué es la persecución nazi, aunque nunca la he sufrido directamente. Estuve en la Plaza de Mayo para despedir los restos de Kirchner, al que debo haberme devuelto parte de mi pasión juvenil y que mi hijo comprenda lo que es la política. Cuando escuché a Mariano Grondona describir esa juventud, sana, comprometida, vital, que me rodeaba y me contenía, describirla como el anticipo de las juventudes hitlerianas, mi indignación fue tal, que no lo podía creer. Por haber perdido a mis abuelos, tíos, primos, por haber tenido padres sumidos en la desazón de sus recuerdos, con traumas irrecuperables, por esa mujer Antosha, que hoy tiene 90 años y sigue escribiéndose en polaco con mi madre de 88 años, quiero que Grondona públicamente me pida disculpas, por haber comparado a estos jóvenes llenos de vida, con aquellos que hicieron de la muerte su ideología.
Ofelia Luisa Olszewicz
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