El problema que tenemos como sociedad es creer que un maestro o una maestra es alguien con vocación de servicio al límite de anular la propia existencia: abnegado, acrítico, alguien que no “come”, no “vive”, que “no tiene una ideología determinada”, consciente o inconsciente. Pero el error, a veces, cuesta caro. Se paga hasta con la propia vida, no, mejor dicho, se paga con la vida ajena, la de un “trabajador”, como hace poco fue el docente argentino Fuentealba. La actividad docente no es meramente pedagógica, es política, pues no es neutral la función de todos los días frente a un aula, siempre tenemos un determinado posicionamiento frente a las cosas. Siendo directora de un jardín de infantes, creo fundamental concientizar a niños/as, padres y a los mismos docentes de la importancia de sabernos trabajadores, para que se entienda que contamos con derechos y debemos luchar por ellos. Un niño de tres, cuatro o de cinco años puede darnos enseñanzas significativas en cuanto al concepto de justicia, reclamo social o respeto hacia el otro. Siempre que haya un docente comprometido, siempre que se enseñe con fundamentos y con “garra”, habrá un/a alumno/a dispuesto a defender los reclamos justos de sus educadores. No debiera haber en el siglo XXI docentes que crucen ríos para dar clases, docentes con bajos sueldos sin posibilidad de mantener a sus propias familias, docentes que cocinen a sus alumnos para que no se desmayen y puedan atender las clases, no debiera haber docentes a lomo de burro para llegar a una escuela rural y acarrear agua para aprovisionar a la escuela del recurso tan elemental y ser notas “de color” en los noticieros, no debiera... Si nos consideramos trabajadores, si los consideramos trabajadores a los docentes, que son, nada más y nada menos, aquellos y aquellas personas que forman pensamientos críticos, mentes abiertas para lograr cambios, es muy posible que en Argentina, de una buena vez, cuando alguien vea a un maestro diga: “Ahí va un trabajador más”, y entre todos, así, apostaríamos a una Nación en serio. No olvidemos nunca la sangre derramada y la represión brutal a quien sencillamente era un trabajador.
Gabriela Paolucci
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