La medida del desarrollo científico es, en la mayoría de los casos, la medida de un país. Pero en los hechos de la vida cotidiana, la ciencia tiene sus propias realidades y mitos. Aquí, como en cualquier parte, la ciencia es una moneda que tiene dos caras: por un lado, responde a las preguntas universales que siempre se ha planteado el ser humano y está impulsada por la capacidad creativa e inquisitiva de sus cultores; en este sentido, no admite autoritarismos y necesita respirar con libertad. Pero por otro lado constituye, ella misma, la llave que puede abrir la puerta al progreso de los pueblos y su bienestar; y en este sentido conlleva una responsabilidad social que, asumida, la ennoblece y la completa. El equilibrio entre ambas caras no es sencillo y requiere de un liderazgo que sepa escuchar y señalar un camino. En un país como el nuestro, tan desesperadamente necesitado de industria y tecnología, la ciencia, con pocas vías de retorno a la comunidad, es un lujo muy caro. Inútil es declamar –generalmente con fines electoralistas– su importancia si al mismo tiempo no se toma en serio la tarea de planificar y trazar líneas de política científica que contemplen las necesidades reales del país. Inútil es repatriar “cerebros” brillantes si no van a ser insertados en un esquema “que tenga sentido” para la comunidad que en definitiva va a pagar sus sueldos, como a cualquier empleado público. Pero si hacia afuera el panorama presenta muchos baches, hacia adentro no es mejor. ¿Cómo es que un sector “privilegiado” desde el discurso político es “el último orejón del tarro” al momento de convocar a paritarias? ¿Cómo deben interpretarse los montos irrisorios que constituyen el básico de cualquier trabajador del Conicet? ¿Cómo puede permitirse que investigadores y personal de apoyo estén sometidos a distintos regímenes jubilatorios (85 y 60 por ciento respectivamente), cuando el producto de una investigación determinada es el fruto del trabajo de ambos? Y si esto es así ¿por qué, desde dentro del Conicet, el personal de apoyo no es considerado realmente trabajador científico que se especializa en una línea definida en la que adquiere idoneidad y en la cual realiza aportes necesarios? ¿En qué siglo estamos si los becarios, que invierten importantes años de sus vidas en un sistema para el cual son fundamentales, no gozan de ningún beneficio social (vacaciones, licencias por maternidad, aportes jubilatorios, etc.)? Va siendo tiempo de derrumbar viejos mitos y construir una realidad necesariamente acorde con la comunidad que la sustenta. Va siendo tiempo de que sea la Sociedad la que defina y discuta la ciencia que quiere. Ciencia con todos y para todos.
Silvia Diana Brengio
DNI 6.368.193
Roberto Sosa
DNI 13.184.719
Silvina Laura Pereyra
DNI 11.177.180
Ana Srur
DNI 22.630.771
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