Por motivos ajenos a lo que motiva esta carta, me detengo diariamente un par de horas en diversas esquinas muy transitadas de Buenos Aires. Como en todos los barrios, suelen juntarse en las veredas mujeres y chicos pidiendo monedas a quien pase. Mientras transcurren los minutos, me dedico a contar la cantidad de personas que circulan y a las que alguno de los chicos (generalmente no mayores de seis o siete años) les pide una moneda. La situación que suele producirse es la siguiente: el niño pide a razón de una persona por minuto, aproximadamente. Pocos le dan esa moneda. La mayoría no sólo le dice “no”, sino que ni lo mira. Entonces hago esta cuenta: supongamos que, para ser optimista, de cada cinco personas, una le da una moneda. Es decir que le dicen “no” unas 40 personas por hora (para ser menos pesimista). Dado que a esos chicos suelo verlos pidiendo desde la mañana hasta la tarde, imagino que pedirán durante unas 6 horas. Es decir que el niño recibe unos 240 “no” por día. Imaginando que sale a pedir 20 días al mes, pide unos 240 días por año. Bien, multiplicando 240 días por 240 “no”, hace un total de 57.600 “no”. Y medito en esto: ¿qué pasa por la cabeza de un chico que va creciendo cargando sobre sus espaldas con 57.600 “no” por año?
Ernesto Campanile
LE Nº 4.537.450
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