CULTURA DIGITAL › A DíAS DE LA RESOLUCIóN FINAL DE LA WCIT12 EN DUBAI
Todos los países se reúnen en los Emiratos Arabes para definir el futuro de las telecomunicaciones. Internet está en el centro de la escena. El rol de los Estados en su control y la regulación en plena batalla cultural.
› Por Mariano Blejman
Google está tan cerca del sentido común sobre lo que significa Internet que si avisa que algo en relación con su vida cotidiana está en peligro lo más probable es que los cientos de millones de usuarios que conoce como nadie salgan a defenderlo ipso facto. Google está mucho más cerca de casi cualquier habitante del planeta que la mayoría de los gobiernos o viejas corporaciones piramidales. Si sus habitantes depositan sus deseos en la gran nube, cómo no van a confiar en sus intereses. Por eso, cuando unos meses antes del inicio de la cumbre de WCTI (Conferencia Mundial de Telecomunicaciones Internacionales, por sus siglas en inglés) a punto de terminar en Dubai, Google salió a advertir sobre los riesgos de dejar en poder de los países la decisión de cómo gobernar Internet, no hizo más que demostrar el nivel de penetración global que tiene en las conductas, deseos y ambiciones de todo el planeta. En mayo, Vinton Cerf, padre de Internet y evangelista de la red abierta dentro de Google, salió a denunciar en The New York Times los peligros inminentes de la estatización de las decisiones sobre la red. Google hizo un sitio (freeandopenweb.com), inventó un hashtag de Twitter #freeandopen y se puso a visualizar en mapas interactivos cómo cerca de tres millones de personas usan sus herramientas cotidianas para enfrentarse de manera virtual a la idea de que Internet quedara en manos de los gobiernos.
Pues bien, la última conferencia de la ITU fue en 1988 y estaba dedicada a los servicios telefónicos monopolizados por gobiernos. En esta conferencia, los Estados están representados por una sola persona, con lo cual para que una propuesta sea aprobada necesita convencer a una serie de países que lo sigan en su diatriba. Así, los bloques que pugnan se parecen a los de la época de la Guerra Fría: por un lado, Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea apuestan al status quo contra Rusia, China y los países árabes, que pretenden implementar controles gubernamentales sobre lo que se puede y lo que no se puede. Pero, mil demonios, hay una cosa “nueva” que se llama Internet (con sus nuevas corporaciones, con sus nuevos actores, con la hiperdigitalización de las actividades cotidianas percudidas en la idea de participación, apertura, copyleft). Esta “comunidad” (un tercio del planeta) se les fue encima a los gobiernos para decirles los estamos mirando. “Es una victoria de cultura de la transparencia”, dice Andrés Piazza, responsable de Relaciones Externas de Lacnic, órgano que administra los recursos de Internet para América latina, y sigue de cerca los debates desde Dubai.
En la conferencia se habla sobre las agencias que operan en telecomunicaciones, sobre frecuencias aéreas, sobre derechos humanos, sobre seguridad y ciberseguridad, sobre el control del spam (delgado borde entre las libertades individuales y la censura previa) sobre ruteos, roaming, y la coordinación para un número global de emergencia. Pero el eje de la problemática está en “defender” a la “buena” Internet de los “malos” de los gobiernos. Los rusos –que en los ’80 eran malos, después fueron un poco buenos y ahora parece que son malos de nuevo– proponían que las Naciones Unidas tomaran en su poder la delegación de dominios, actualmente en manos de la Icann, que está representado por una serie de organismos que exceden largamente al poder de los Estados.
En América latina, en general, “los países son conscientes de la naturaleza de Internet y no han promovido ni apoyado políticas de intervención”, dice Piazza.
Kieren MacCarthy escribió en el sitio .Nxt que la batalla cultural sobre el miedo a perder Internet del ámbito de la Icann para que quedara en control de los gobiernos se ganó antes de que comenzara la conferencia. La presión del gobierno estadounidense y de Google funcionaron como un efecto autocensor para las propuestas más restrictivas ante la evidencia de los delirios propuestos. La mayoría de los medios anunciaron que se debatiría a “puertas cerradas”. Sin embargo, no sólo los encuentros están siendo transmitidos en vivo, sino que el filtrado de documentos “reveladores” está literalmente de fiesta: emblemático el caso de la periodista australiana Asher Wolf que recibió un documento “secreto” de parte de Toby Johnson de la ITU. Johnson le recomendaba no publicarlo. Wolf contó que el informe explicaba cómo pensaban regular sitios como BitTorrent, y decidió llevarlo a su medio. Lo cierto es que –según confirmó el propio Johnson de la ITU– los documentos en borrador se hacen públicos rápidamente luego de un corto período de edición.
Esto de copiar y adjuntar se está convirtiendo en un vicio: el sitio Wctileaks.org publica día a día los documentos relacionados con la conferencia y pone “en gris” aquellos a los que todavía no pudo acceder, así como las diferentes versiones de los trabajos que van siendo publicados. Ante tanta marea de información, la tarea es exactamente inversa a la esperada: no se trata de conseguir la información disponible, sino de intentar entenderla con algún tipo de celeridad desde el punto de vista periodístico.
El próximo 14 de diciembre, los 193 países votarán una disposición final que revisará, actualizará y resignificará el estado de las telecomunicaciones por las próximas décadas y el rol superestructural que ocupa Internet en las sociedades modernas. De alguna manera, con el viento a favor de la presión de Estados Unidos y Google junto a la cultura abierta de la web (quién podría rechazarla), relegará el rol de los Estados en la conformación de las sociedades hiperconectadas. Ya lo había dicho hacía rato Glen Schofield, el creador de los juegos más violentos de Electronics Arts a este cronista en una entrevista que ocurrió en San Francisco: “En el futuro, las corporaciones serán más poderosas que los Estados”. Y todo en nombre de la apertura y la libertad de expresión. Irónico, ¿no?
@blejman
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