CIENCIA › DIáLOGO CON ASUNCIóN ALVAREZ DEL RíO, ESPECIALISTA MEXICANA EN BIOéTICA
No es fácil, ni sencillo, ni agradable, hablar de estos asuntos: cómo vivir, cómo morir, cómo interrumpir el embarazo. Pero sobre todo, cómo morir. La eutanasia, una palabra cargada de controversias y miedo, pronto va a estar muy presente entre los dilemas de la sociedad.
› Por Leonardo Moledo e Ignacio Jawtuschenko
–Asunción, a ver, cuénteme un poco quién es usted, a qué se dedica y por qué mantenemos este diálogo.
–Soy psicóloga, doctora en Bioética de la Universidad Autónoma de México (UNAM) y secretaria general del Colegio de Bioética (www.colbio.org.mx), que es una organización académica sin fines de lucro dedicada al estudio y divulgación de temas referidos a la bioética.
–Bioética... Está muy de moda, ¿no?
–Bueno, es natural, dado los problemas que plantea la ciencia.
–Bueno, pero la ciencia plantea problemas desde hace mucho y esto es, cómo decirlo, reciente, ¿no?
–Y, sí. En realidad aparece a principios de la década de 1970. Un oncólogo norteamericano, Van Rensselaer Potter, inventó la palabra y fue su iniciador. Es interesante su historia porque él cuenta que vivía muy concentrado en sus trabajos de investigación, recluido, aislado en un campo muy específico de investigación, la bioquímica del cáncer. Hasta que un día levantó la cabeza, se asomó al mundo y vio que la ciencia estaba –y está– avanzando vertiginosamente, para bien y para mal. Y entonces creyó necesario detenerse a reflexionar acerca de cómo se usa bien y mal todo conocimiento nuevo.
–Volver a la unidad de la ciencia y la filosofía sirve para cuidarnos.
–Y, sí. Potter escribe el libro emblemático Bioética: puente al futuro, donde la llama la ciencia de la sobrevivencia.
–Hay algo raro en este asunto...
–¿En cuál?
–En el asunto de los medios y los usos y los fines de la ciencia...
–La ciencia es un medio y un fin en sí mismo, al mismo tiempo.
–Mmmmm... No todo el mundo debe estar de acuerdo con eso.
–Y, no.
–¿Y es posible para la ciencia detenerse a reflexionar?
–El asunto no es si es posible, sino que es necesario.
–¿Aun en medio del sistema capitalista?
–Es difícil. Es lo que busca la bioética, que es una actividad que va siempre un poco atrás, porque la ciencia va más rápido que su reflexión. Cosas que se están haciendo, sin una acabada razón. La tarea de la bioética es dar buenas razones, diferentes de las morales.
–¿Cuál es la diferencia entre lo moral y lo ético?
–Lo moral es lo que está establecido y no se cuestiona. La religión es una moralidad que importa a los que comparten esa creencia. El problema es que se trata de imponer una moralidad, presentada como bioética o incluso como argumentos científicos para frenar o cambiar cosas que finalmente se traducen en cuestiones que repercuten en la sociedad.
Por ejemplo, la reproducción asistida o el diagnóstico de un feto. Una cosa es una reflexión bioética y otra cosa una imposición moral.
–Bueno, la moral es un conjunto de convenciones.
–Construidas históricamente.
–De acuerdo, pero no por eso deja de ser un conjunto de convenciones. La ética parece ir más allá, o debe ir más allá, ¿no es así?
–Sí, lo fundamental es ser libres, reflexivos. En el caso de la bioética es reflexionar acerca de cómo los avances de la ciencia y la tecnología impactan en el pensar y el actuar del hombre ante la vida y la muerte. La bioética por definición se ocupa de presentar argumentos plurales, laicos, racionales y multidisciplinarios. A lo mejor podemos estar de acuerdo o en desacuerdo, pero siempre en torno de razones.
–Nacemos en una sociedad cuya moral no elegimos. ¿Cuáles son los principales dilemas de la bioética en Latinoamérica?
–El aborto, la eutanasia y todo lo relacionado con el final de la vida, la investigación con embriones, la investigación que involucra a sujetos humanos, la lógica de la industria farmacéutica...
–Hábleme de la eutanasia.
–La eutanasia es que alguien pueda decir ayúdeme a morir. Es una opción de terminación de vida, el acto que realiza un médico para producir una muerte indolora, a petición del paciente, para terminar con su sufrimiento, generalmente ante la fase final de enfermedades incurables. En Holanda y Bélgica está permitida legalmente. Allí consideran éticamente aceptable respetar el derecho de un paciente de ejercer su voluntad incluso para decidir el final de su vida.
–¿La experiencia de Holanda deja alguna enseñanza para países como los latinoamericanos, cruzados por una moralidad distinta?
–La principal enseñanza es que la gente puede morir muy mal, y la eutanasia ayuda a que no muera tan mal. Por los años ’70 ellos llevaron a la luz pública el problema, a partir del caso de una mujer que causó la muerte de su madre a pedido de ella y que, en lugar de hacerlo clandestinamente, lo notificó. Había cometido un delito. Lo que pasó a partir de allí fue interesante, porque la sociedad se manifestó en su apoyo, diciendo que estaba mal considerarlo un delito. Lo que hizo Holanda fue no ocultar el problema, se pusieron a estudiar el tema, a revisar las leyes y allí fue cuando se determinó que podría haber casos excepcionales, en los que un médico ayudara a morir. Y tras treinta años, se aprobó la ley en el año 2002.
–Resulta inquietante pensar en la muerte y en este tipo de decisiones. En sociedades donde la religión ocupa lugares tan preeminentes, ¿cómo hacer para que se debatan estas cuestiones?
–En primer lugar explicar de qué se trata. Lo que pasa es que hay una voz muy fuerte que dice “eutanasia es pecado”. Tenemos que decir –y en especial en México, donde no lo tenemos tan claro–: todos nos vamos a morir, nos podemos morir mejor o peor, no sabemos cómo ni cuándo nos va a pasar. Y para quien considere que es dueño de su vida, a lo mejor, lo único que nos queda al final es poder decir: llego hasta aquí, ya no quiero seguir, y decida morir de la mejor manera posible.
–Sobre todo con el avance de la medicina, que logró vencer a las enfermedades infecciosas, y las enfermedades que quedan son tan terribles como el Mal de Alzheimer o el Parkinson...
–Sí, o las enfermedades crónicas, que primero hay que tratar de curar, pero pueden prolongar muchísimo el sufrimiento y eso es horrendo.
–Pero los médicos se oponen...
–Sí, están formados para vencer a la muerte. Los médicos y los sacerdotes son los que más se oponen.
–Aquí la eutanasia está considerada un delito, ¿debería ser un derecho?
–Yo creo que si.
–El argumento es que el Estado dice estar para cuidar la vida.
–Hace unos años en Gran Bretaña una mujer que tenía una esclerosis múltiple y sabía cómo iba a terminar, quería que le concedieran el derecho y que el esposo la ayudara a morir, porque para ella sola era imposible, y se lo denegaron alegando justamente que el Estado está para proteger la vida.
–A partir de las investigaciones sobre el cerebro, una de las disciplinas en auge es la neuroética, que formula preguntas acerca de los límites al “diseño del cerebro”.
–Sí, la neuroética atiende las repercusiones éticas y sociales que tiene el manejo del sofisticado conocimiento neurocientífico. Piensen que se está llegando a conocer cómo manipular y alterar la voluntad, el libre albedrío de las personas. También con lo que se sabe de neurotransmisores, fisiología neuronal y mecanismos bioquímicos se puede modificar con fármacos la química del cerebro en personas sanas, para potenciar funciones cognitivas como tener más memoria, atención, regular el estado de ánimo o el sueño.
–Serían algo así como anabólicos para la mente..., y en este caso, ¿por qué no sería ético?
–No lo tengo del todo claro. Pero sin duda es muy controvertido, hay muchos argumentos tanto a favor como en contra, sobre todo porque implica tocar la naturaleza más íntima del ser humano.
–¿A que se dedican en el Colegio de Bioética?
–Somos un colectivo autónomo, es decir, no tenemos que pedirle permiso a nadie para opinar. Lo constituimos médicos, biólogos, filósofos, abogados, sociólogos y psicólogos. Surge para hacer un contrapeso a una bioética con mucho peso en México, que para nosotros es la confesional. Dialogamos permanentemente con instituciones y somos consultados como peritos expertos en diferentes ámbitos. Nuestro compromiso es llevar estos temas al centro de la sociedad, desmontar los autoritarismos con razones. Entre nuestros miembros hay destacados y reconocidos científicos, su renombre es el principal capital de nuestro grupo. Formamos una Red Iberoamericana de Bioética y buscamos dedicarnos a los temas de la región.
–Y, según su experiencia, ¿los políticos se interesan en temas de bioética? ¿Se cargan al hombro estos debates?
–Sí, en México están conscientes de la importancia. La Suprema Corte promovió, por ejemplo, la reciente discusión acerca del aborto. Hay jueces abiertos y otros no tanto. Los legisladores también admiten que tienen que saber de bioética.
–Sí, muchas veces las cortes supremas van por delante de la legislación y sientan jurisprudencia ante un caso. Por otro lado, según la experiencia en México, ¿sirven para algo los comités de ética?
–Hay de dos tipos, los de investigación y los hospitalarios. Los de investigación revisan y opinan antes de cada investigación. Los investigadores quieren hacer ciencia, y lo que se busca con esos comités es que estén debidamente representados los derechos de las personas involucradas en la investigación. Y los hospitalarios ayudan a resolver dilemas que se plantean en la atención hospitalaria. Sólo asesoran. Ambos tienen la función de ayudar a aprender la ética, la verdad es que en términos generales recién estamos empezando con este tipo de reflexión...
–¿Se puede detener una investigación?
–Sí, pero es complicado, una vez que prohíbes algo también lo fomentas.
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