CIENCIA › DIALOGO CON SONIA VIDAL, ARQUITECTA
El jinete, en el fondo, es un idiota: lo suyo no es el asfalto, no se tendría que meter con el tema de las ciudades. Pero lo suyo también es la investigación. Un verdadero conflicto que lo lleva a preguntar sobre las transformaciones urbanas y los barrios privados
› Por Leonardo Moledo
–Cuénteme qué hace usted.
–Trabajo sobre transformaciones socio-territoriales de grandes áreas metropolitanas. Soy la coordinadora del módulo que se ocupa del Area Metropolitana de Buenos Aires en un proyecto que es conjunto con Brasil y con Santiago de Chile. El trabajo no consiste en un análisis cuantitativo, sino que intentamos meternos en los procesos de transformación que han tenido estas áreas, procesos tales como la fragmentación territorial, la segmentación socio-espacial, la hibridación de los bordes metropolitanos y la transformación del empleo metropolitano con sus consecuencias territoriales. Todo esto permite ver en los últimos treinta años la gran modificación que han tenido estas tres áreas que estudiamos (Santiago, Buenos Aires y San Pablo).
–¿Se parecen entre sí las transformaciones de las tres ciudades?
–En algunos aspectos, sí. Por ejemplo, el manejo de la planificación es realizado por el mercado inmobiliario, transformando lo que es lo urbano, segregando islotes de urbanización privada...
–¿Cómo es eso, por ejemplo, en Buenos Aires?
–En Buenos Aires tenemos más de 400 urbanizaciones privadas. Eso incluye barrios cerrados, clubes de campo, ciudades-pueblo, clubes de chacra. Estas urbanizaciones han venido de la mano del mercado y no de una planificación estatal. Se ha creado, por eso, una nueva forma de habitar en la ciudad. Santiago viene un poquito después que nosotros en este proceso, pero tiene características semejantes, con mayor cantidad pero menor superficie de estas unidades. San Pablo, por su parte, se nos adelanta con sus “condominios fechados”, en vertical o en horizontal, incluyendo un caso que tiene 120 mil habitantes pero que no por eso deja de ser una urbanización privada. Esas unidades se van instalando alrededor, dado que los emprendedores buscan suelo barato. Al mismo tiempo tiene que estar bien comunicado con el centro. Esta buena infraestructura aparece, en el Area Metropolitana, con el caso de las autopistas. Hay otro factor de coyuntura que es el tema de la seguridad. La percepción de inseguridad es aprovechada por los emprendedores para vender su “producto”: hacen de cuenta que en esas “islas” la seguridad está garantizada...
–Cosa que es falsa.
–Totalmente falsa. Porque hay robos, incluso ha habido violaciones... Son lugares que funcionan como blanco para determinado tipo de robos. Se sabe que allí, por ejemplo, se encontrarán aparatos electrónicos. Además hay otro problema. Si la “isla” es muy grande y hay poca circulación, desaparece lo que se conoce como “control social”, que no es necesariamente ejercido por la policía sino por todos nosotros en tanto que caminantes de la ciudad, por el que cuida los coches en la calle, por el que atiende el kiosco... Estos personajes anónimos están todo el tiempo controlando, aunque sin saberlo, y eso es algo que no se da en las nuevas urbanizaciones. Las urbanizaciones de la zona sur, que son las que más están tardando en consolidarse, por ejemplo, parecen muy peligrosas (por lo menos eso siento yo cuando viajo a Mar del Plata y las veo). Hay algo que es curioso: en la época de verdadera inseguridad, durante la dictadura, cuando la gente tenía derecho a sentirse más insegura que nunca, esas urbanizaciones no se multiplicaron...
–Es que no es esa gente la que se sentía insegura...
–Claro. Otra cosa que los sociólogos estudian es la búsqueda de este tipo de vivienda como una manera de mostrar un ascenso en el estatus social y un intento por constituir un “entre nos”, unificados por un cierto nivel socioeconómico...
–Y hay otro aspecto, que es el de escaparse del caos urbano.
–Sí, claro, porque ese desorden y ese caos tienen un acompañante bastante incómodo que es la incertidumbre. A medida que aumenta el caos, aumenta la posibilidad de que se den situaciones imprevistas, que no se van a dar en un pueblo tranquilo, donde todo es predecible. De cualquier manera, el escapar de las grandes ciudades hay que tomarlo hasta cierto punto solamente, porque en ciudades más pequeñas y no tan caóticas también aparece el fenómeno de las urbanizaciones. Aquí pesa el modo en que el mercado inmobiliario crea una demanda...
–¿Eso no es un derivado de la vieja casa de campo?
–La casa de fin de semana es una primera etapa, pero sigue conservando algo de incomodidad: en cambio, si la tengo en un club de campo, tengo menos tareas para hacer. Luego se piensa en establecer la vivienda permanente en lo que antes era casa de fin de semana. ... Es importante señalar que el hecho de que estas “islas” hayan proliferado no implica que los lugares de trabajo se hayan movido: sigue habiendo un flujo enorme de gente que viene hacia Buenos Aires a la mañana y que vuelve a la noche. Hay otro fenómeno que se está dando ahora, que es el retorno al cemento: familias que vivieron en barrios cerrados cinco años y se dan cuenta de que los agota ese movimiento pendular entre la vivienda y el trabajo.
–Además, en Buenos Aires están empezando a haber urbanizaciones de este tipo, con las grandes torres...
–Y eso, dentro de la ciudad, es mucho más cómodo. Y ahora hay otro movimiento: gente que compra su casa de verano en Villa La Angostura, o en Salta, o en Mendoza.
–Nosotros tenemos un conglomerado de 14 millones de habitantes. De esos, ¿cuántos son?
–Un uno por ciento.
–Y ese movimiento, ¿arrastra transformaciones en el modo de vida de la ciudad?
–Sí. Un ejemplo lo ponía usted mismo: los edificios que se construyen en la ciudad emulando el modo de vida propio de las afueras.
–Pero es un uno por ciento... ¿Cuánto puede pesar ese uno por ciento?
–En Buenos Aires no se ve tanto. Pero en el caso de Chile y en el caso de San Pablo pesa mucho en el imaginario colectivo, en la pretensión de las clases medias y medias bajas de emular el modo de vida de las clases medias altas, habitando un condominio cerrado que es una especie de reflejo del “entre nos” de la clase alta. Hay una transformación también en el tema transporte. Hay un grupo de gente para la cual la movilidad no va a ser nunca un problema (los que tienen uno o dos autos, y no dependen del transporte público), pero hay otro grupo de gente que sí depende del transporte público, al que le van a estar vedadas ciertas áreas de la ciudad. Ahí ya no pasa tanto la cosa por si puede o no puede entrar a un country, sino si puede llegar a las distintas áreas de centralidad que se van dando en distintos partidos del conurbano.
–Por un lado crecen los islotes, pero por otro lado crecen las villas.
–Sí, claro. Es algo que se da en paralelo. En un momento hicimos una superposición entre los islotes de riqueza y los bolsones de pobreza, que se dan muchas veces con una proximidad inmediata.
–¿Y eso por qué ocurre?
–En algunos casos la villa estaba previamente, porque eran tierras fiscales, y las urbanizaciones fueron ahí, ignorando el tema de la villa, simplemente porque la tierra era barata. Se da, también, otro fenómeno: cuando se produce la construcción de estas urbanizaciones, se genera trabajo (changas en la construcción, trabajo en servicios). Cuando el Estado se desentiende de la planificación urbana y el mercado planifica per se, el ciudadano queda en una especie de limbo: el de clase media no tiene acceso a los créditos que le permiten buscar una vivienda, los pobres estructurales siempre estuvieron sumergidos en la pobreza, la indigencia crece... Los nuevos planes de vivienda, por su parte, no dan abasto para paliar el déficit poblacional. Cuando miramos el área metropolitana, parece una especie de rompecabezas de distintas cosas, todas entremezcladas, no planificadas, y que va a costar mucho concertar para producir un crecimiento armónico.
–¿Hay arreglo para eso?
–Siempre hay arreglo. Pero el Estado debe proponer, a través de todos sus niveles, un ordenamiento territorial y urbano.
–De cualquier manera, lo hecho, hecho está.
–Pero se puede mejorar.
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