Mié 23.03.2011

CIENCIA  › DIáLOGO CON CLAUDIO INGERFLOM, DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS ESLAVOS Y CHINOS DE LA UNSAM

Stalinismo, antisemitismo, terror

El jinete cabalga como cosaco por las estepas de Rusia a China, y luego otra vez a Rusia. Es el encanto de Oriente y sus mil pliegues, sabiendo que el Kremlin ya no es el mismo sin Stalin y que la lejana China es mucho más que una muralla que no se ve desde la Luna.

› Por Leonardo Moledo

–Usted dirige el Centro de Estudios de Mundos Eslavos y Chinos (Cemech) de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam). ¿Quiere presentarse?

–Así es. Hace dos años, por iniciativa del rector Carlos Ruta, creamos el Centro de Estudios Cemech. Estoy doctorado en Historia por la Sorbona, soy director de Investigaciones en el Centro Nacional de la Investigación Científica de Francia (CNRS) y master de la Facultad de Historia de la Universidad Estatal de Moscú. Desde una perspectiva de antropología política e historia conceptual, mis actuales temas de estudio son las representaciones colectivas del poder en Rusia y la constitución del Estado en Europa. Publiqué acerca de las raíces rusas del leninismo, religión y política en Rusia, la actitud del Kremlin frente al Holocausto. Nuestro próximo trabajo será Heterotopías estatales, en la editorial de la Unsam.

–¿Por qué es importante conocer esos mundos?

–Las razones científicas en sí mismas son evidentes, son las mismas que para cualquier otra región del mundo. Pero no son las únicas. La relación entre saber y poder es conocida. Hoy, el peso económico y político de China y de Rusia obliga a la Argentina, miembro del G-20, a contar con especialistas. En la actual división mundial del poder, los que están habilitados a conocer globalmente el mundo son los investigadores de los países, llamémoslos, ricos. En otras palabras, estamos casi ausentes de los foros científicos donde se estudia la diversidad. No les echemos la culpa a los otros, aunque algunos tengan interés en esta ignorancia nuestra. Saber depende de nosotros mismos. ¿Cuántos encuentros sobre Europa, Africa, Asia o Estados Unidos se hacen en la Argentina? ¿Cuántos eruditos sobre esas regiones o sobre los mundos ruso, chino, islámico, árabe, iraní, formamos cada año? ¿Cuántas revistas especializadas en aires culturales lejanos se publican en la Argentina? Y me parece incluso que América latina no tiene el lugar que le corresponde en los programas educativos y de investigación. ¿Cómo pensar el futuro de nuestro país sin un conocimiento sólido de las historias y de las culturas del mundo?

–Y además de que Oriente tiene para Occidente el encanto de lo misterioso...

–¿Por qué no? Dejarnos sorprender, como lo sabemos desde Platón, es una de las garantías de la verdadera comprensión. A través de la sorpresa no sólo se reconoce, sino que se descubre. Impide reducir el Otro a lo que ya nos es familiar. Son civilizaciones con las cuales mantenemos una relación de exterioridad total, como con China, o relativa, como con Rusia. Presentan una gran ventaja: si nos son inteligibles podemos, desde afuera, pensarnos mejor como ramas de un tronco común. Otro eje de nuestra preocupación es la Geoestrategia.

–¿Por qué dice que Rusia es relativa y no totalmente exterior?

–Porque sus orígenes, aunque orientales, son cristianos, es la ortodoxia heredada de Bizancio.

–Cuénteme acerca de la Geoestrategia.

–En el Centro se estudian los actores y las temáticas de la post-Guerra Fría, en tres escalas espaciales: la regional, la nacional y la transnacional.

–¿Y trazan puentes con la actualidad?

–Claro, nos preguntamos por ejemplo: ¿qué significa para la Argentina un mundo con varios centros de decisión, o que Rusia y China no se hayan opuesto a la decisión de la ONU autorizando el uso de la fuerza militar contra Khadafi?

–Comprendo, vayamos entonces al siglo XX. ¿La represión de Stalin fue realmente un genocidio?

–La violencia no solamente fue constante en el pasado ruso, como en otros países, sino que además tuvo como corolario la no constitución de cuerpos intermediarios como el Parlamento o los partidos que hubiesen mediatizado las relaciones políticas entre el poder supremo y los sujetos. A esa autocracia le pasaron factura en 1917. Cada sistema político tiene la revolución que se merece. En 1917, ninguna fuerza social o política podía pensar la política sin violencia. Menos aún los revolucionarios, que tenían como punto de referencia las masacres del proletariado parisino en 1848 y 1871 a manos de la burguesía. Pero, por razones ideológicas, los bolcheviques fueron más allá e inmediatamente después de Octubre de 1917 diezmaron antes que nada al resto de la izquierda, monopolizando así el poder. Después reprimieron a los partidos no socialistas. Más tarde, el terror de Estado se convirtió en el método necesario para poder administrar el país.

–¿Por qué no se podía administrar el país de otra forma que no fuera a través del terror?

–En 1917, para asentar el poder bolchevique, Lenin decreta que la tierra pertenece a los campesinos. Pero el proyecto leninista que preveía desde 1902 convertir a los campesinos en peones asalariados se concreta en la colectivización forzada de 1929-1930, cuando se expropia la tierra y se obliga a los campesinos a entrar en las granjas colectivas del Estado. La oposición del campesinado fue masiva, desde la resistencia pasiva hasta el asesinato de los comunistas urbanos que llegaban al campo para colectivizar, pasando por la matanza de su propio ganado. Stalin vaciló un momento, pero al final optó por una feroz represión, causando millones de víctimas. La colectivización dejó a la Unión Soviética en estado de escasez alimentaria hasta la caída del régimen.

–¿Y el terror de los años 1937-1938?

–Fue inesperado. Después de la violencia de 1930, decretos no publicados entonces trataron de encuadrar la represión dentro de las leyes, que ya en sí eran sumamente represivas, subordinando los órganos policiales a los judiciales. Los fracasos regulares de los ulteriores objetivos económicos, y las tensiones así provocadas entre el poder y la sociedad, necesitaron un chivo expiatorio. Entre 1935 y 1937 fue eliminada una parte considerable del aparato del Partido-Estado, acusada de sabotaje. En 1936, el poder organiza decenas de miles de reuniones para promover el apoyo a la nueva Constitución. Pero en ellas el pueblo exigió la abolición de las granjas colectivas, la igualdad de derechos entre los campesinos y los habitantes de las ciudades, sindicatos independientes, libertad de conciencia... La gente se burlaba abiertamente del parágrafo 12, que proclamaba que “el que no trabaja no come”: miles de oradores gritaban que la realidad era todo lo contrario.

–Luego llegó el censo de población de 1937...

–Exacto, el único que incluyó una pregunta sobre la religión. Y más de la mitad de la población contestó que era creyente. La respuesta fue el Terror de Estado, lanzado con precipitación. La correspondencia entre Stalin y sus lugartenientes Molotov y Kaganovich muestra que para ellos la violencia era una técnica de administración, aunque Stalin aparece relativamente consciente de sus límites.

–Usted dice que el terror no era meramente represivo.

–Sí. Sus funciones fueron múltiples: eliminar los embriones de sociedad política construidos a partir de la revolución de 1905; destruir toda forma de solidaridad horizontal, en primer lugar las débiles clases sociales; obligar a cumplir las normas de producción, justificar los fracasos por la presencia de “elementos socialmente dañinos y peligrosos”. Atomizó a la población, dejando a cada sujeto solo frente al poder, lo cual era una consecuencia lógica de la ideología. El Partido Comunista pretendía poseer un conocimiento científico del desarrollo social... el que se oponía a la ciencia no podía ser sino un saboteador o un loco. Al primero se lo deportaba o fusilaba, al segundo se lo encerraba en un psiquiátrico.

–¿Es verdad que después de la guerra el terror fue profundamente antisemita?

–Hubo una sangrienta campaña antisemita. Fueron ejecutados varios dirigentes del Comité antifascista judío organizado durante la guerra para atraer la solidaridad financiera de la colectividad judía en el mundo. Quiero subrayar que fueron fusilados porque eran judíos y porque eran antifascistas. Desde ese momento y aun cuando el terror cedió el paso a lo que se conoce allá como la “violencia vegetariana”, la comunidad judía fue discriminada por el poder. Pero no fueron las únicas víctimas del terror “étnico”: poblaciones enteras como los tártaros de Crimea fueron deportadas.

–Por último, ¿cómo trabajan desde la Argentina la historia de Rusia o de China?

–En el Cemech estamos constituyendo una gran biblioteca científica que permita estudiar seriamente. Tenemos acuerdos para que nuestros doctorandos investiguen en Rusia y China. Los seminarios cubren desde la China y la Rusia medievales hasta hoy.

www.leonardomoledo.blogspot.com

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