CIENCIA › INVESTIGADORES ARGENTINOS DESARROLLARON UN ROEDOR GENéTICAMENTE MODIFICADO PARA EXPERIMENTOS CIENTíFICOS
La Argentina es el primer país de América latina que recibe un pedido del más prestigioso banco de animales de experimentación del mundo. Los ratones fueron desarrollados por el equipo que dirige el científico Marcelo Rubinstein en un instituto del Conicet.
› Por Pedro Lipcovich
Se podría decir que es una exportación de ganado en pie: pero es el ganado más chiquito, más caro y más productivo que haya existido jamás. Son ratones de laboratorio transgénicos. La Argentina se convirtió en el primer país de América latina en recibir un pedido del más prestigioso banco de animales de experimentación del mundo, para poner a disposición de investigadores y empresas un ratón de última generación, desarrollado en un instituto del Conicet: la particularidad del animalito es que, por ingeniería genética, se obtuvo en él una mutación que permite a los investigadores activar y desactivar, en células del cerebro, el receptor de una sustancia llamada dopamina. Esta sustancia interviene en muchísimos procesos biológicos y, así, los ratones resultan ideales para estudiar, con nuevas perspectivas, mecanismos subyacentes a enfermedades como la de Parkinson, la esquizofrenia y las conductas adictivas. “Es como haber descubierto un continente nuevo”, se entusiasma Marcelo Rubinstein, director del equipo que puso a punto los roedores transgénicos. Los animales de laboratorio, crecientemente sofisticados, son fuente de divisas, no sólo por su eventual exportación, sino porque permiten efectuar en el país procesos que de otro modo deberían encargarse en el exterior.
Los animalitos fueron desarrollados por el equipo que dirige Rubinstein en el Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular (Ingebi-Conicet), que los utilizó en diversas investigaciones. Tras la publicación de una de ellas en una revista especializada, Rubinstein recibió un e-mail del Jackson Laboratory, instituto financiado por el gobierno de Estados Unidos con el objetivo de coleccionar las cepas de ratones más valiosas del mundo para ponerlas a disposición de la comunidad científica y la industria. “El Jackson quería incluir en su catálogo un nuevo modelo de ratones que habíamos hecho en el Ingebi mutando el gen del receptor de dopamina llamado D2. En mi respuesta les pregunté cuántas veces ya habían pedido modelos de ratones de países latinoamericanos y me dijeron que era la primera vez”, contó Rubinstein, quien en estos días fue premiado por la Academia de Ciencias del Mundo (ver aparte).
El investigador argentino recurrió al Departamento de Vinculación Tecnológica del Conicet, que acordó con el Jackson un convenio de transferencia para el caso de que los ratones sean requeridos por una empresa con fines de lucro; para investigadores académicos, el acceso es gratuito. Los ratones volaron a Estados Unidos, y desde el Jackson ya comunicaron por lo menos 18 pedidos de distintos centros del mundo.
¿Qué hace tan atractivos a estos ratones? “La dopamina es un neurotransmisor, una sustancia que circula entre neuronas y que se vincula con la ‘recepción de premios’: produce una sensación de bienestar y gratificación y por eso, entre otras cosas, interviene en las conductas adictivas o en el nivel de motivación de la persona para una determinada actividad (ver aparte). Los D2 son ‘autorreceptores’: gracias a ellos la neurona se informa de cuánta dopamina liberó ella misma y así regula la producción: si liberó más, producirá menos y al revés, como el termostato que hace prender y apagar el motor de una heladera. Si, por ingeniería genética, anulamos el receptor D2, la neurona seguirá produciendo dopamina sin detenerse, como una heladera que enfriara cada vez más”, explicó Rubinstein.
Desde la década del ’90 se habían desarrollado ratones con el D2 bloqueado en todo su organismo. Pero la gente del Ingebi obtuvo ratones cuyo receptor D2 funciona o deja de funcionar según lo disponga el investigador y en la parte del organismo que el investigador elija. Por eso, “con este ratón se abre una perspectiva inmensa –dijo Rubinstein–: es como haber descubierto un continente nuevo. Se ha generado una herramienta, una nueva manera de estudiar distintos problemas, y permanentemente me escriben investigadores. Recibí el pedido de una investigadora de Lausana, Suiza, que quería el ratón para investigar la función del D2 en las células llamadas gliales del cerebro: yo ni siquiera sabía que en esas células hay receptores D2. En fin, le mandé el ratón, ella se puso muy contenta y tal vez en tres o cuatro años publique su estudio en una revista científica. Investigadores de la Universidad de Columbia quieren estudiar el D2 en el páncreas; yo tampoco sabía que hay estos receptores en ese órgano. Se abren perspectivas impensadas”.
“Por nuestra parte, en el Ingebi estamos estudiando células de la hipófisis, donde los receptores D2 tienen un papel muy importante para regular los niveles de prolactina en las mujeres durante el embarazo y la lactancia; hay patologías relacionadas con el exceso de prolactina. Este proyecto está en curso y todavía no podemos anunciar más”, agregó el investigador.
“La producción de animales de laboratorio ha tenido poca difusión en la Argentina –señaló Rubinstein– a pesar de que el Ministerio de Ciencia y Tecnología y el Conicet vienen poniendo recursos importantes. Por ejemplo, la plataforma tecnológica EBAL (Ensayos Biológicos en Animales de Laboratorio), que reúne a institutos de la Universidad de La Plata, la UBA y el Conicet, entre ellos el Ingebi, se creó porque el ministerio identificó un área vacante: la posibilidad de hacer ensayos preclínicos de medicamentos en la Argentina. Las empresas farmacéuticas locales se caracterizan por desarrollar moléculas biosimilares a las ya desarrolladas: lanzan el fármaco a la venta cuando venció la patente del producto original. Pero para esto deben demostrar que su fármaco produce el mismo efecto que la droga ya aprobada por la autoridad regulatoria, la Anmat: antes de pasar a ensayos sobre seres humanos, se hacen pruebas en animales de laboratorio, para evaluar la eficacia y fundamentalmente la toxicidad.”
“Pero para que esos estudios en animales puedan ser tomados como prueba por la autoridad regulatoria requieren un control de calidad –continuó Rubinstein–, que hasta hace poco no existía en la Argentina y los laboratorios tenían que enviar su producto al exterior: ahora pueden hacerlo acá. Esto es parte de una idea más grande: sustituir importaciones. Porque contamos con capacidad instalada y con recursos humanos bien formados. Y éste es un ejemplo de la importancia de los animales de laboratorio para la ciencia y la tecnología.”
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