CIENCIA › AGUSTíN SCHIARITI, UN BIóLOGO MARINO QUE INVESTIGA LAS MEDUSAS EN LA ARGENTINA
Odiadas en las playas por la picazón que producen, las medusas tienen su costado positivo. Regulan el ecosistema marino y hasta pueden ser un negocio: hay países asiáticos donde las comen y Argentina podría exportarlas. El investigador del Conicet Agustín Schiariti explica si es posible. Y revela el mundo secreto de esos extraños organismos gelatinosos.
› Por Pablo Esteban
Con el verano llega el calor y con el calor, las medusas. Hay más de 120 especies en Argentina y aunque parezca increíble, existen antes que los dinosaurios. Se trata de unos organismos gelatinosos que lograron fama de una manera poco feliz en la costa local. Su picadura arde bastante, inflama la piel y genera rencor en propios y extraños.
Sin embargo, ¿cuánto se conoce verdaderamente acerca de este animal? Un sinfín de preguntas hacen fila mientras esperan una respuesta. ¿Por qué pican? ¿Todas las especies pican? ¿Cómo lo hacen? ¿De qué se alimentan? ¿Cuánto viven? Y, tal vez lo más curioso: ¿es posible que sean un negocio?
Agustín Schiariti es doctor en Ciencias Biológicas (UBA) e investigador asistente del Conicet. Además trabaja desde 2003 en el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (Inidep), cuya función es asesorar a la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura de la Nación y al Consejo Federal Pesquero (CFP) en el uso racional de los recursos sostenibles que componen el ecosistema marino.
En este marco, el científico cuenta a Página/12 las bondades de los “sacos de agua con tentáculos” que, como se observará, no son tan malos después de todo.
–¿Por qué estudió Ciencias Biológicas?
–Desde siempre me gustó la biología. Es más, mi mamá recuerda que cuando yo tenía cuatro o cinco años decía que iba a ser biólogo. Quizá, lo que sí cambió con el tiempo fue la especialidad: en un comienzo me interesaba la etología –que estudia el comportamiento animal– pero, luego, tuve acuarios en mi casa y me metí en el mundo del agua con mayor detalle y nunca más pude alejarme. Por último, al terminar la carrera de grado en 2002 conseguí una beca para realizar un doctorado en Mar del Plata. Conocí el Inidep en el verano de 2001 porque vine a la costa a cursar una materia de la UBA –que se dicta en el Instituto– y se llama Oceanografía Biológica.
–Entre tantos animales acuáticos, ¿por qué escogió a las medusas como objeto de estudio?
–Al recibirme, quien terminó siendo mi director –el doctor Hermes Mianzan– fue el que me propuso postularme a una beca para realizar mi doctorado en el Inidep estudiando las posibilidades de desarrollar una pesquería de medusas en Argentina. Pero, para ser sincero, no es que busqué a las medusas, sino que me las llevé por delante.
–Estos bichos gelatinosos aparecieron hace millones de años. Me imagino que sufrieron modificaciones en sus aspectos físicos y en sus comportamientos...
–Exactamente, son animales más viejos que los dinosaurios. En términos generales, no cambiaron mucho, pero la realidad es que no me especialicé en ese tema en particular y desconozco los detalles. El problema es que se sabe muy poco de las medusas “prehistóricas” porque al ser invertebrados sin ningún tipo de estructura rígida, y constituidos por un 95 por ciento de agua, las condiciones para que dejen un registro fósil son muy particulares y, por ende, poco frecuentes.
–En verano, los turistas observan que un gran número de medusas se acumulan en la arena y el agua. Sin embargo, ¿existe un período específico en que estos animales aparecen en la costa argentina?
–Lo primero que hay que saber es que las medusas no son todas iguales. La mayoría de las especies aparecen en los meses más cálidos del año (lapso noviembre-mayo). Sin embargo, eso no quiere decir que no haya ejemplares en invierno. De todas maneras, lo importante es que en los primeros meses del año coinciden en la costa turistas con medusas y, por eso, el fenómeno se hace más llamativo para el público en general.
–Cuénteme un poco acerca de su ciclo de vida. ¿Cuándo y dónde se reproducen?
–El ciclo de vida de una medusa podría asemejarse al de una mariposa. Recordemos rápidamente: las mariposas son insectos que cuando alcanzan la adultez ponen huevos de los cuales sale una larva que, luego de desarrollarse, forma un capullo de seda del que sale, finalmente, la mariposa. Algo similar podría decirse que ocurre con los organismos gelatinosos que estudiamos pero, en este caso, en lugar del gusano de seda lo que tenemos es un pólipo. Los pólipos viven adheridos a piedras u otro tipo de sustratos duros en el fondo del mar y, generalmente en primavera, comienzan a formar y liberar medusas al agua. Las medusas, machos y hembras por separado, se van desarrollando en el mar hasta alcanzar la madurez sexual y liberar las gametas. Luego de la fertilización, se forma una larva que a las pocas horas vuelve a alcanzar el fondo del mar para adherirse a un sustrato y terminar formando otro pólipo, cerrando así el ciclo de vida. A diferencia del gusano de seda, que se transforma completamente en mariposa, el pólipo forma y libera medusas cada primavera-verano por varios años.
–La picadura de la medusa arde bastante, ¿por qué lo hace? ¿Es un mecanismo de defensa?
–Ellas no pican como mecanismo de defensa, más bien lo hacen porque es el modo en que atrapan a sus presas. La medusa no es un cazador, sino que flota en el agua con los tentáculos extendidos y cuando una presa los toca muere de forma inmediata. Lo que al ser humano sólo le pica, a un animal de menor contextura –un pez o bien cualquier invertebrado que viva en el plancton– lo deja sin vida. Cuando las personas se topan con este animal, también se genera la descarga de veneno desde sus tentáculos. En algunas partes del mundo –en Australia, por ejemplo– hay especies cuyo veneno puede llegar a matar personas. Sin embargo, que quede algo claro: las medusas con potencial comercial no pican. En concreto, que una especie pique o no depende de su dieta y de la forma en que atrapan el alimento. Y eso, a su vez, está atado a sus características morfológicas y anatómicas.
–¿Cuál es su rol en el ecosistema marino?
–Las medusas cumplen varios roles ecológicos de gran importancia en el ecosistema marino. Son voraces depredadores y consumen varios tipos de especies del plancton incluyendo huevos y juveniles de peces, camarones, calamares y otras especies que pueden tener valor económico. A su vez, también son presas de tortugas y algunas especies de aves y peces, entre otros animales. Por otro lado, forman diferentes tipos de asociaciones con otras especies (pequeños peces, cangrejos, camarones, etc.) brindándoles una suerte de refugio que los protege de depredadores, les facilita el transporte o el alimento. Por su parte, al finalizar el verano las medusas mueren y caen al fondo del mar, transportando así toda la energía que estuvieron extrayendo de la columna de agua al alimentarse –transformada en carbono– y enriqueciendo las comunidades que allí habitan. Todo esto hace que cumplan un rol fundamental en mantener “en equilibrio” el funcionamiento del ecosistema marino. Pensado en las aplicaciones prácticas inmediatas de este tipo de conocimientos, lo que podemos resaltar es que en algunos casos el alimento de las medusas coincide con el nuestro (merluza, langostino, calamar, etc.). Al alimentarse de huevos y juveniles de las especies que explotamos comercialmente, la presencia de grandes concentraciones de medusas –fenómeno totalmente natural– puede terminar provocando problemas socioeconómicos.
–En este sentido, tengo entendido que las medusas representan un producto comestible en el continente asiático. ¿Qué plato se prepara con ellas?
–Las medusas se procesan mediante una serie de etapas sucesivas de agregado de sal y pérdida de líquido. Existen diversos tipos de preparaciones y las recetas varían con la región y con la especie. Se comen en sopas, en ensaladas, como si fueran snacks. En general, no tiene un sabor característico más allá de ser “saladas” y terminan adquiriendo el gusto del resto de los ingredientes de la preparación y sus condimentos. Lo particular es la consistencia, que debe alcanzar un equilibrio justo entre la elasticidad y lo que en inglés se conoce como “crunchiness” –lo crocante–. Este es el parámetro más importante a la hora de determinar la calidad (y el precio) del producto procesado. De todas formas, es muy difícil para nosotros los argentinos o para cualquiera fuera de los países consumidores, describir correctamente o evaluar la calidad de algo que nunca hemos consumido. Además existe una importante barrera cultural que nos predispone de mala forma sólo al escuchar que estamos por probar aguavivas.
–Bueno, pero la cultura es dinámica. ¿Ve a los argentinos consumiéndolas de aquí a unos años?
–No, al menos en el corto o mediano plazo. Los argentinos siempre comimos muy pocos productos de mar y, al menos por ahora, tenemos muchas otras alternativas más tentadoras (e incluso más económicas) para nuestros paladares criados a asado, pastas y milanesas. Hasta ahora, la pesca de medusas genera productos destinados casi exclusivamente a la exportación hacia Oriente. China y Japón son los principales consumidores e importadores de productos derivados de medusas. Y a pesar de que en el resto de Occidente la explotación comercial de medusas comenzó hace unos 15 o 20 años, su consumo se restringe a las comunidades asiáticas que habitan las grandes ciudades. Pero en verdad, no podría asegurar que algo así nunca vaya a suceder, ¿o alguien predijo durante las décadas del ’60 o ’70 que los restaurantes de sushi iban a proliferar tanto en la Argentina?
–¿Cuáles son las posibilidades de explotarlas comercialmente en nuestro país?
–Los resultados obtenidos a partir de nuestro trabajo en el Inidep sugieren que el desarrollo de una pesquería de medusas sería posible en nuestro país. La medusa Lychnorhiza lucerna es muy abundante en la costa norte de Argentina, alcanza tallas relativamente grandes (hasta 50 centímetros) y presenta una proporción de agua y proteínas similar a las especies comestibles. Utilizando una adaptación local de las técnicas de procesamiento aplicadas en Japón y Estados Unidos logramos obtener un producto similar a los que se consumen en Asia y con una elasticidad parecida a la buscada, cuya calidad ya atrajo el interés de empresarios chinos y malayos. El principal problema es que las abundancias son muy fluctuantes y es difícil garantizar que en todos los años las capturas alcancen el mínimo necesario para que la actividad sea económicamente rentable para los empresarios asiáticos.
–¿Y cómo se soluciona eso?
–El problema principal es determinar con mayor precisión la abundancia de medusas y sus fluctuaciones interanuales para poder estimar en cierta forma las probabilidades de que cada año se alcancen las capturas mínimas necesarias. Para eso debemos salir al mar “a contar medusas” y esa es una tarea que requiere tiempo, esfuerzo y dinero. Los costos de estas investigaciones podrían surgir del Estado mismo –a través del Inidep– como viene ocurriendo. O también de lo que se conoce como Programa de pesca experimental, en donde las investigaciones se realizan con aportes parciales provenientes de fondos privados que luego obtendrían en retribución ciertos beneficios a la hora de comenzar la pesquería. En ese caso, sólo es cuestión de que aparezca algún empresario que acepte asumir los riesgos asociados con cualquier tipo de emprendimiento comercial novedoso. De una u otra forma, además de estimar cuántas medusas hay cada año y entender qué factores determinan que haya muchas o pocas, el desarrollo de esta actividad requerirá también del estudio de todos los aspectos sociales, sanitarios, ecológicos y económicos relacionados con la explotación de cualquier recurso natural. Hasta ahora no surgieron estas posibilidades, pero no tardarán en darse si la necesidad de obtener nuevas fuentes de medusas por parte del mercado asiático continúa en aumento.
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