CIENCIA › EL TRABAJO CIENTíFICO SOBRE UN MISTERIO PATAGóNICO
Catherine Roberts Davies fue la primera galesa en habitar y morir (en 1865) en el sur argentino. Fue enterrada el mes pasado, tras una investigación de 20 años sobre sus restos.
› Por Pablo Esteban
El 28 de julio de 1865, Catherine Roberts llegaba a las costas de lo que, después de unos años, se conocería como Puerto Madryn, provincia de Chubut. A bordo del velero Mimosa, tras dos meses de viaje, pisaba el suelo argentino acompañada de sus hijos y de una tripulación de 153 galeses. Como rezaban sus diarios de viaje, necesitaban habitar un espacio que les permitiera continuar con sus tradiciones, costumbres y valores. Un sitio donde construir identidad y producir cultura.
Sin embargo, al poco tiempo, Catherine se enfermó y murió, aunque su historia recién comenzaba a escribirse. En 1995, un habitante de Punta Cuevas (sur de Puerto Madryn) halló un conjunto de restos óseos y de allí en adelante, nada fue igual en el Centro Nacional Patagónico (Cenpat-Conicet).
Antropólogos, arqueólogos, historiadores y documentalistas participaron y pusieron a funcionar sus neuronas para develar el misterio. Debían comprobar a quién pertenecían esos huesos y buscar a los descendientes; anudar los hilos de la historia con la infalibilidad de la genética. Devenidos detectives, fueron a Canadá e, incluso, cruzaron el Atlántico hacia Gales para comprobar el origen de ese esqueleto vagabundo. ¿El objetivo? Restituir su identidad pero, también, engordar la memoria de todo un pueblo.
Silvia Dahinten, doctora en Ciencias Naturales graduada en la Universidad Nacional de La Plata, formó parte del equipo que resolvió el enigma luego de veinte años de trabajo. Aquí, cuenta cómo se hizo.
–Cuénteme sobre la historia de Catherine y el rol que cumplieron los investigadores del Cenpat al respecto.
–El caso de Catherine Roberts es muy particular porque no surgió como un proyecto de investigación convencional. Más bien comenzó en 1995 con el hallazgo de restos óseos por parte de una persona que caminaba por la zona de Punta Cuevas quien, de inmediato, se comunicó con el geohistoriador Fernando Coronato.
–Tengo entendido que Coronato desde hacía ya mucho tiempo estudiaba la llegada de los galeses a Chubut...
–Sí, él planteaba, en contraposición a la historia oficial, que el de-sembarco de los galeses había sido en Punta Cuevas. Sostenía esta hipótesis porque conoce el idioma y había logrado acceder a la lectura de los diarios de viaje de los primeros inmigrantes.
–Qué interesante, ¿y qué señalaban esos diarios de viaje?
–Los escritos describían la existencia de un pequeño cementerio de seis o siete personas fallecidas tras el desembarco. Un grupo de niños y la primera mujer adulta, llamada Catherine Roberts. Sin embargo, luego, los galeses dejaron Madryn para expandirse hacia Rawson. La zona fue abandonada y las sepulturas quedaron cubiertas de arena. De este modo, tanto la aparición del esqueleto como la identificación del cementerio significaron un punto a favor para consolidar la tesis de Coronato.
–¿Y qué sucede cuando ustedes se dirigen por primera vez a observar la escena? ¿Cómo fue ese primer acercamiento hace veinte años?
–Cuando fuimos, observamos que había maderas viejas que no eran autóctonas. Eran de un marrón muy distinto al que estábamos acostumbrados. Enseguida advertimos que los huesos pertenecían a una mujer y que no correspondían a poblaciones originarias. Nos comunicamos con la arqueóloga del equipo, Julieta Gómez Otero, que era la encargada de coordinar la excavación por su especialidad en ese campo. Como se trataba de un rescate de urgencia, intervinimos todos en el proceso.
–¿Y qué más encontraron? Sé que también pudieron identificar otras pertenencias...
–Además del esqueleto, hallamos un anillo inserto en una falange de la mano izquierda, clavos y un botón de nácar. Luego, trasladamos las pruebas al centro y comenzamos a profundizar la investigación. El perfil me permitía saber que los restos pertenecían a una mujer adulta intermedia (entre 30 y 45 años). Percibíamos que la antigüedad de los restos coincidía con la fecha del arribo de los galeses. Por otra parte, un dato adicional clave y que me llamó mucho la atención fue el excelente estado de conservación del sistema dentario.
–¿Por qué el sistema dentario constituyó un dato clave?
–La prueba odontológica exhibía una latero-desviación. Fue fundamental porque la posibilidad de que exista un individuo con el mismo patrón de arreglos es muy baja. Por su parte, Gómez Otero analizó los restos culturales asociados y, pronto concluimos que el esqueleto había estado al interior de ese cajón de madera pinus silvestre que tenía unos 200 años y provenía del norte de Europa. Además, advertimos que el anillo era una alianza de origen irlandés que contaba con un sello desprovisto de iniciales.
–Hasta el momento, su equipo había avanzado en el estudio historiográfico, arqueológico, pero imagino que faltaba el aporte de la genética para comprobar que ese esqueleto pertenecía, efectivamente, a Catherine...
–Sí, por supuesto. Todo parecía indicar que la persona hallada era Catherine, pero solo una prueba de ADN podía confirmar la identidad.
–En este sentido, ¿cómo continuaron? ¿Cómo contactaron a los descendientes?
–Armamos la genealogía de los descendientes y supimos que de los cuatro hijos que tuvo Catherine, sólo había sobrevivido uno que a los cuatro años había migrado a Canadá. Por tanto, advertimos que ya no había parientes vivos en Argentina. En el transcurso de la investigación, nos enteramos de que un nieto fallece y el procedimiento se oscureció aún más. La investigación se interrumpió e ingresó en un punto muerto. No poseíamos descendientes por vía materna.
–¿Y cómo actuaron entonces? ¿Qué opciones había?
–Frente a tal escenario, fuimos proponiendo algunas líneas. Por ejemplo, se me ocurrió exhumar a la madre de Catherine en Inglaterra. Hay que imaginarse el problema diplomático que eso implicaba: necesitábamos la firma de la reina. No había muchas opciones. En el 2007 organizamos un simposio de derechos humanos, genética y antropología al que asistió Carlos Vullo –referente del Equipo Argentino de Antropología Forense–. En ese entonces, era el único que trazaba perfiles genéticos a partir del estudio de los huesos. De modo que Vullo extrajo un molar, y al mes nos entregó un perfil genético mitocondrial correspondiente a un círculo geográfico vinculado con un conjunto de islas británicas.
–Una vez que concretaron el perfil del esqueleto mediante prueba genética y que sabían el espacio geográfico donde buscar, lo único que restaba, ahora sí, era encontrar a los descendientes...
–Exacto. Por casualidad, un grupo de señoras se contactó con Coronato y logramos reconstruir el árbol mitocondrial. Observamos que se desarrollaban dos líneas bien demarcadas: una que provenía de la tía de Catherine y otra que llegaba desde su bisabuela y se extendía nueve generaciones hasta la actualidad. Con el tiempo, Coronato viajó a Gales y encontró nuevas pistas. Otros nombres de descendientes figuraban en la tumba de la madre de Catherine. Así, pudo contactarse con Nía Owen Ritchie, emparentada con la pionera galesa. A mediados de abril de este año, le extrajimos mucosa bucal con un hisopo y su perfil genético coincidió con el de Catherine en un 99,8por ciento.
–¡Qué trabajo en equipo! No sólo alcanzó con un historiador, una arqueóloga y una antropóloga, sino que también participó un documentalista...
–Sí, claro. El documentalista Ricardo Preve se interesó por la historia y a fines de julio estrenó Los huesos de Catherine, que describe la vida de la viajante galesa y narra nuestro trabajo para saldar un misterio apasionante.
–¿Por qué cree que fue importante restituir e inhumar sus restos? ¿Por qué organizaron un funeral luego de 150 años?
–Para nuestro grupo significó un final excelente. Fue culminar con una investigación en la que muchos especialistas estuvimos comprometidos desde hacía bastante. Por otra parte, representó un acto que colaboró en la restitución de la identidad de una persona. Por ello es que las comunidades galesas, de gran peso en el noreste de Chubut, solicitaron la realización de un ritual funerario, incluso, después de haber transcurrido todo ese tiempo. De modo que la Secretaría de Cultura accedió al pedido de los habitantes de Punta Cuevas, quienes organizaron la celebración, con cantos, himnos y ofrendas florales. Se realizó un reenterramiento en el sitio que ellos seleccionaron.
–Los funerales, como otros rituales, implican actos que producen y reproducen la memoria colectiva. ¿Cómo dialoga eso con lo que usted denomina “la restitución de la identidad de una persona”?
–Pienso que las identidades individuales configuran, en conjunto, la historia de nuestra región. En definitiva, si reconstruimos nuestra historia logramos conocernos mejor a nosotros mismos. Con la investigación, hemos aportado un grano de arena muy importante para la comunidad.
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