CIENCIA › GUILLERMO LARIGUET, FILóSOFO DEL DERECHO E INVESTIGADOR DEL CONICET
Acaba de recibir el premio Konex por sus investigaciones en el campo de la Etica. Sus estudios abarcan dilemas morales antiguos, como las tragedias griegas, y actuales, como los nietos de desaparecidos que se niegan al examen de ADN. Verdad y mentira, los criterios de objetividad y subjetividad, las emociones y la razón.
› Por Pablo Esteban
Algunas veces, las personas deben tomar decisiones que podrían cambiar el curso de sus vidas para siempre. Es en aquellas circunstancias en que las soluciones no se perfilan del todo claras y las fronteras que separan la verdad de la mentira parecen desvanecerse. De este tipo de cuestiones se ocupa la filosofía analítica y, en esta línea Guillermo Lariguet se constituye como referente en Argentina. El jurista, filósofo (recibido en la Universidad Nacional de Córdoba) e investigador independiente del Conicet (en el Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales) analiza auténticos dilemas morales, problemas que admiten más de una respuesta y que por su naturaleza, ponen en duda el edificio de la ética. Se destacan sus aportes en el examen de tragedias griegas antiguas, así como también en la interpretación de conflictos más actuales y locales. Por ejemplo, ¿qué ocurre cuando, tras la última dictadura, las víctimas de desaparición se niegan a realizar pruebas de ADN? O bien, ¿qué debería hacer un médico ante un paciente terminal? ¿Está bien comunicar su muerte a sus seres queridos? En definitiva, ¿por qué, en las sociedades contemporáneas, la verdad tiene supremacía sobre la mentira? ¿En qué medida los criterios de objetividad y subjetividad son útiles para discutir acontecimientos trágicos?
–Usted estudió derecho y luego se interesó por la filosofía. Cuénteme al respecto.
–Me formé como jurista y la filosofía vino después, cuando comencé a participar en un grupo de filosofía analítica liderado por Ricardo Caracciolo. De esta manera, orienté mis primeros trabajos hacia un campo como la filosofía del derecho y luego hacia otras áreas como la ética y la filosofía política. Más tarde me doctoré y afronté instancias posdoctorales en España (Universidad de Pompeu Fabra) y México (Universidad Nacional Autónoma).
–¿Qué es la filosofía analítica?
–Se trata de una tradición cuyo objetivo es esclarecer conceptos, afinar distinciones y establecer todo tipo de reconstrucciones racionales.
–Hace unos días, recibió el premio Konex por su trayectoria en el área de la Etica. ¿Por qué piensa que reconocieron su trabajo al respecto?
–Mis primeros trabajos se inscribieron en el ámbito de la filosofía del derecho que se vincula con la rama de la filosofía práctica, preocupada por el comportamiento y la acción de los individuos. Sin embargo, con el tiempo, advertí que una formación integral debía incluir a la ética y a la filosofía política. Desde aquí, mi interés estuvo centrado en el problema de los dilemas morales, que en muchos casos –por su carácter de gravedad– se denominan “casos trágicos”.
–¿Se refiere a casos analíticos que podrían funcionar como tragedias?
–Sí, me refiero a aquellos que, por sus características particulares, desafían a la ética y colocan al desnudo los límites de la racionalidad práctica. Es decir, cuestionan la capacidad de la ética como generadora de razones válidas para actuar y ponen a prueba su aptitud para orientar el comportamiento de los actores. Exhiben una contradicción entre los cursos de acción que se descubren incompatibles e imposibilitan caminos claros y soluciones únicas.
–¿Podría dar un ejemplo?
–Hay muchos ejemplos en la literatura filosófica aunque también pueden encontrarse en la experiencia cotidiana. Las primeras fuentes que tomé para ilustrar los razonamientos éticos fueron las tragedias griegas. Por ejemplo, Antígona es texto clásico de Sófocles en que la protagonista se debate si debe obedecer las normas del estado griego de Creonte o bien respetar sus propias convicciones morales. Su hermano (Polinices) fallece y es declarado traidor a la patria por haber luchado en contra de la ciudad de Tebas. De modo que las convicciones morales de Antígona (honrar a los muertos) entran en colisión con la norma estatal (que prohíbe la celebración de su familiar por haber violado la seguridad del estado). Es allí donde la ética revierte hacia la ética como disciplina filosófica e interroga acerca de sus capacidades para orientar sobre los cursos de acción.
–¿Y usted qué piensa respecto de la ética? ¿Alcanzan sus argumentos?
–Opino que la ética, incluso frente a las situaciones más problemáticas, es sólida.
–Además, se preocupa por examinar las condiciones de objetividad de los juicios morales. ¿De qué se trata?
–Estudio por qué tal o cual acción es correcta y si es objetiva o no lo es, en relación a las emociones morales con el objetivo de interpretar en qué medida las respuestas emocionales son racionales o no. Si, por caso, el odio o el amor pueden verse como soluciones adecuadas frente a determinados acontecimientos y situaciones.
–¿Cuál es el aporte del estudio de las emociones en relación con los dilemas morales?
–La ética moderna, durante mucho tiempo, experimentó una dicotomía entre la razón práctica y las emociones (definidas como sospechosas frente a la racionalidad y a la objetividad moral). Sin embargo, en el siglo XX, de la mano de las neurociencias y de la neuroética, se vislumbró la posibilidad de que ciertas emociones bien educadas pudieran funcionar como respuestas adecuadas ante determinados problemas morales. Es decir, desde un punto de vista objetivo, funcionarían como soluciones nada desdeñables.
–Su concepto de “emociones bien educadas” remite, casi de modo automático, al campo de la razón y sus reglas…
–Exacto. Porque, desde esta perspectiva, ya no existiría una escisión quirúrgica entre ambos campos. Las emociones están enhebradas con la razón. Esto puede conectarse con la retórica aristotélica que indica que si un sujeto es virtuoso (es decir bien educado moralmente) sus respuestas emocionales se conectan con la racionalidad y se vuelven pertinentes. El filósofo señalaba que “alguien puede sentir enojo de manera justificada en el momento adecuado con la persona adecuada”.
–Los ejemplos pertenecen a la antigua Grecia. Usted también se preocupa por el examen analítico de los dilemas morales de la actualidad…
–Uno de los casos trágicos que he analizado se vincula a los hechos subsecuentes a la última dictadura militar en Argentina. Me refiero, en especial, a los juicios por la búsqueda de la identidad de los hijos de desaparecidos que representan casos paradigmáticos con claros ribetes trágicos. Puntualmente, estudio ciertas ocasiones en que las víctimas de desaparición (hijos o nietos) se niegan a realizar las pruebas de ADN que trazarían con seguridad el vínculo con sus progenitores. Esa negativa, en general, se justifica en el temor a que la averiguación de la verdad destruya sus vidas, porque en definitiva se trata de personas que ya establecieron lazos afectivos con sus falsos progenitores.
–El dilema está en que el consenso democrático constitucional ha determinado la prioridad de la búsqueda de la verdad…
–Exacto. Pero esa búsqueda de la verdad que posee una prioridad moral justificada entra en conflicto con estas vidas y sus decisiones personales. De modo que el tiempo pasa, pero los conflictos se asemejan. Con Edipo ocurre algo parecido cuando quiere saber quiénes son sus verdaderos progenitores y el descubrimiento lo destruye moralmente. Este es el aspecto paradójico que recubre a la búsqueda de la verdad en ciertas ocasiones.
–¿Por qué piensa que los seres humanos buscan la verdad?
–Bueno, es una excelente pregunta pero nada fácil de responder de un modo tan inmediato. Pienso que los filósofos buscamos la verdad, aunque se trate de una idea desacreditada en muchas perspectivas filosóficas contemporáneas. Para los posmodernos, la búsqueda de la verdad es una especie de ideal mítico emparentado con un gran relato que ha sido abandonado. Por otra parte, la verdad se asocia a una búsqueda de identidad. Y esto, por supuesto, se enlaza a ciertas dimensiones normativas y responsabilidades.
–¿Y el autoengaño? ¿No existe?
–Por supuesto que existe. Es un fenómeno muy extendido entre todos nosotros. Tanto que ciertos autoengaños cumplen funciones racionales. Hay fenómenos del conocimiento humano que son paradójicos y exhiben las contradicciones. Esto se relaciona casi de modo directo con otro de mis intereses: el conflicto entre valores.
–Los seres humanos naturalizan una premisa que asocia la razón y la búsqueda de la verdad, y viven con tranquilidad en un ecosistema ordenado. La mentira, en este sentido, podría vincularse –de modo cuestionable, claro– con el caos. ¿Usted qué piensa?
–Por supuesto. Muchos filósofos han señalado la justificabilidad de la mentira y su estatuto moral. Pero, en general, es analizada como la oveja negra. En sus aportes, Kant nos invita a decir siempre la verdad, porque mentir traería consecuencias sociales nefastas. Eso también se observa en el pensamiento de John Mill, que plantea cómo la mentira anularía la posibilidad de realizar promesas, contratos y consensos. Pero, en algunos casos, la mentira tendría primacía sobre la verdad.
–¿Por ejemplo?
–En bioética, por ejemplo, en situaciones en las que hay que comunicar a los pacientes y a sus familiares una noticia dolorosa. La mentira, cuando se trata de una automentira, nos remite al fenómeno del autoengaño que pareciera ser un daño a la racionalidad, pero que en algunos casos sirve para el resguardo de valores muy preciados como la estabilidad emocional. Por eso, el pensamiento filosófico es paradójico, porque uno se pregunta cómo de dos premisas verdaderas puede devenir una contradicción. Resulta un hecho perturbador pero que en definitiva, funciona como una usina para nuestra disciplina. Es el pan diario de todos los que nos dedicamos a esto.
–Además, su trabajo es muy interesante porque incluye a la literatura. Un universo con sus propias reglas que pone en discusión, casi por inercia, asuntos como la verdad, la mentira, la objetividad, la subjetividad, la ética y las implicancias morales…
–En los últimos años, la literatura se ha convertido en una fuente de reflexión filosófica muy importante. No sustituye a la filosofía, como algunos colegas han propuesto, pero sí plantea una atmósfera para pensar muy adecuada. Así la comedia Las avispas de Aristófanes sirve para reflexionar acerca de los vicios morales de los jueces en la actualidad, El hombre bicentenario de Isaac Asimov, permite hipotetizar respecto a las vidas artificiales y su posible capacidad de autoconciencia.
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