CIENCIA • SUBNOTA
› Por Pedro Lipcovich
“En los adolescentes, el estado de alerta que favorece el aprendizaje está corrido: se produce más tarde en la mañana. Ya se sabe que, en algún momento entre la escuela primaria y la secundaria, los adolescentes cambian, se vuelven más noctámbulos, les cuesta muchísimo levantarse a la mañana, pero esto no es necesariamente una manifestación de desinterés, fiaca o desmotivación: es que su reloj biológico cambia de fase. No se sabe por qué, y es transitorio: los adultos jóvenes vuelven a la fase original. Y ese cambio de fase adolescente vale tanto para los ‘búhos’, que ya tienen la fase más retrasada, como para las ‘alondras’, los que están más despabilados de mañana. Todos los adolescentes se vuelven más tardíos”, destacó la investigadora Fernanda Ceriani.
“En algunos países, por ejemplo Brasil, se estudia tener en cuenta este corrimiento de fase para un cambio de horario en las escuelas. Primero hay que recolectar suficientes datos como para demostrar categóricamente que es así. Después, tratar de usar esa información para una política pública: si se constata que los chicos aprenden mejor a las 11 de la mañana, ¿no tiene más sentido enseñarles a esa hora? En los congresos de cronobiología aparecen muchos datos de que, en las primeras dos o tres horas de clase, los pibes siguen dormidos: ¿pueden funcionar bien en un examen de matemáticas si su cerebro no está en su máxima capacidad? Y esto parece depender también de las materias: tal vez algunas debieran darse en determinados horarios y otras no. Pero los sistemas educativos todavía no suelen ser permeables a este tipo de información. Sería un caso en que el conocimiento generado en los laboratorios adquiere utilidad social concreta”, concluyó Ceriani.
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