Mié 11.09.2002

CONTRATAPA

Cuanto peor peor

Por Noé Jitrik

Que las cosas han empeorado después de lo de las Torres Gemelas ya, como dice el tango, no hay quien lo dude, ni los volterianos que sostienen que vivimos en el mejor de los mundos posibles, ni los hegelianos que predican que cuanto peor mejor. Esta doctrina contó con cierto número de adeptos hace cosa de veinte años cuando el “sistema” parecía a punto de caer y de lo cual los síntomas eran su progresivo empeoramiento. Es interesante este punto de vista: su único problema es el del aguante pero, salvo eso, cuando el Imperio se derrumbe y el “mal” desaparezca ese “mejor” que postula la frase será luminoso y se sabrá exactamente qué se había querido decir con ella.
Entretanto, lo que ya se sabía que era malo se ha convertido en pésimo. Por ejemplo, si los Estados Unidos aumentaban progresivamente su control sobre el mundo, después de setiembre aceleraron el ritmo y lo aplicaron inclusive sobre su propio territorio. ¿Quién puede decir que es mejor que además de cerrar sus fronteras y tener en la mira a todo extranjero con pinta de oriental o de indocumentado estén obsesionados con destruir Irak? Es peor, así como es peor lo que ocurre en Medio Oriente: ¿hay alguien tan crédulo como para pensar que Sharon y los suicidas palestinos se van a sentar amablemente en torno a una mesa para discutir de quién es Jerusalén? ¿Y qué me dicen de Bush y Saddam? Antes al menos se olfateaban -.olfateaban el petróleo–, ahora no hacen otra cosa que gruñirse, dientes que desbordan los labios, terroristas unos, hijos de Satán los otros. ¿Será por casualidad que Le Pen en Francia aumentó sus votos y los socialistas casi desaparecen después de esa fatídica fecha, y que en la tierna Holanda broten como tulipanes los neonazis, que ya habían brotado como edelweiss cuando Haidar obtuvo los miles de votos de esos austríacos tan vilipendiados por el ácido Thomas Bernhardt? ¿Y qué me dicen del anecdotario local? Los Rico y sus secuaces no hablan de “terroristas”, pero seguro que lo tienen instalado en el cerebro, sino de la inseguridad, en apariencia ligada a la delincuencia común o al vertiginoso empobrecimiento que padece la Argentina, y sus promesas de ponerle coto concitan más respetuosa atención de lo que se suele reconocer. Antes un sentimiento solapado de inseguridad podía ser neutralizado mediante razonamientos: cuando cayeron las Torres con gente adentro y la televisión lo mostró es muy posible que el ciudadano común pensara que algo así también le podía tocar, que si nadie estaba a salvo los xenófobos, fascistas, autoritarios y parapoliciales podían ser el único camino para conjurar el miedo. ¿No fue por esa razón que millones de comunistas votaron por Hitler en 1933?
También es cierto que en este año se registró una tendencia a minimizar lo que había ocurrido en Nueva York; el acento se fue poniendo en los efectos y hoy por hoy las brutalidades de los talibanes en el sufrido Afganistán van siendo reemplazadas por las de la Liga del Norte; poco a poco el muerto-vivo Bin Laden adquiere una estatura mítica frente a las villanías de Bush y los muertos de las Torres suscitan, a lo sumo, una mueca piadosa, como si hablar de ellos manchara el sentido de lo que hicieron los suicidas. Es cierto que tratar de saber quién empezó primero es una tarea tantálica. Hay que estar muy seguros de sí mismos para meterse en una historia de la que nadie se salva: más difícil es pensar acerca de lo que es de cada quien y establecer lo que de ello nos afecta y concierne. ¿Podemos ser tan ecuánimes con los atentados de Nueva York cuando tuvimos bombas bastante parecidas aquí? ¿O las nuestras no habrán sido tan graves como se dice? La brigada de suicidas podría informarnos, si sus miembros estuvieran en condiciones de explicarse, que tenían sus razones para inmolarse e inmolar a tres o cinco mil personas que no fueron consultadas, pero eso no quiere decir que haya que compartirlas sin más trámite o con fraseologías pseudodesafiantes. Sin duda que hechos tanto omás graves que ése se habían producido en el mundo; no tuvieron las mismas consecuencias, pero eso no quiere decir que éste no las haya tenido, por el lugar en el que se produjo, por quiénes lo produjeron, para millones de personas, entre otras para los argentinos que tampoco por puro azar entramos a partir de ese tremendo día en un tembladeral del que nadie sabe cómo demonios vamos a salir.

* Ensayista y crítico literario.

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