› Por Juan Gelman
La Casa Blanca está descontenta: no pudo lograr que sus aliados del Medio Oriente boicotearan la conferencia cumbre que la Liga Arabe llevó a cabo en Damasco –capital de otro miembro del “Eje del Mal”–, ni que las tropas del gobierno iraquí, con el apoyo de efectivos estadounidenses y británicos, derrotaran a las milicias de Moqtada al Sadr, tan chiítas como los que tuvieron enfrente. Estos dos fracasos fortalecen la cadena Siria-Irán-Hamas-Hezbolá y hacen tambalear el plan que los partidarios del “poder inteligente” esbozaron para reducir la intervención militar de EE.UU. en guerras que tanto rechazo interior han provocado: consiste en dominar la región delegando tareas en naciones árabes amigas, en especial Egipto y Arabia Saudita, convirtiéndolas en regentes de otras menos poderosas. Una suerte de neocolonialismo posmoderno.
La secretaria de Estado norteamericana, Condo- leezza Rice, dedicó meses enteros y giras frecuentes para evitar que los países árabes “moderados” participaran en la conferencia. Consiguió que no asistieran Yemen y Jordania –sus gobiernos vacilaron hasta el último momento–, pero ni siquiera pudo evitar que concurriera Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina enfrentada con Hamas, al que había trasmitido el compromiso de Israel, a cambio de su ausencia, de levantar 50 retenes en Cisjordania. Cabe señalar que mientras Condi negociaba con Abbas, el número de retenes israelíes pasó de 500 a más de 580. Las promesas sólo comprometen a quienes las escuchan, dijo alguno.
Las presiones del Departamento de Estado no rindieron frutos. Que la reunión se realizara en el lugar y en los días previstos de finales de marzo sin incidente alguno, y que asistiera la mayoría de los jefes de estado de la Liga Arabe, incluidos los muy cercanos a W. Bush, es un revés diplomático de proporciones para Washington. Este pretendía aislar definitivamente a Siria y ocurrió exactamente lo contrario. La conferencia terminó aprobando la posición intransigente de Damasco en el problema palestino: en su declaración final subraya que la retirada israelí de los territorios ocupados desde 1967 es condición previa a la paz y no materia de negociación. Corrobora además las resoluciones de la ONU sobre el tema, es decir, que los palestinos tienen el derecho inalienable a crear su propio estado con Jerusalén de capital. En una palabra: la Liga se opone a las políticas de Tel Aviv de manera enérgica y, para EE.UU., muy inesperada. Esta postura es nueva y anunciaría cierta voluntad de emancipación política de los países árabes “moderados” respecto de la Casa Blanca. Siria fue elegida para ocupar la presidencia rotativa de la Liga por un año.
El segundo fracaso estadounidense, esta vez militar, se produjo casi en los mismos días. El primer ministro iraquí Nuri al Maliki lanzó una vasta ofensiva contra las milicias chiítas de Al Sadr que controlan Basora. Le fue mal: aun ayudado por los bombardeos aéreos y de artillería de las tropas de EE.UU. y Gran Bretaña, el ejército iraquí no pudo desarmar a los sadristas, propósito declarado de la operación. Bush elogió este “momento definitorio” del gobierno bagdadí, en tanto que demostración de su control del país. Tras seis días de combates iniciados el 25 de marzo, que arrojaron más de 400 muertos y unos dos mil heridos, Al Sadr declaró una tregua unilateral y sigue dominando Basora. W. pretende ahora deslindarse del descalabro.
Altos funcionarios de la Casa Blanca y del Pentágono han filtrado a la prensa que Maliki decidió la ofensiva “sin consultar a sus aliados estadounidenses” (The Washington Post, 27-3-08), o “informan” que “Maliki calculó mal” (The New York Times, 30-3-08). Son falsedades obvias. Los que calcularon mal fueron los jefes norteamericanos: atribuyeron la inacción de Al Sadr durante varios meses a la desorganización y la disminución de sus efectivos que, en realidad, habían emprendido el proceso contrario, el entrenamiento y la concentración de milicianos bajo centros de comando dispersos sobre todo en el sur petrolero del país, del que Basora es puerto. Es, por otra parte, impensable que la operación fuera planeada sin el conocimiento de los militares estadounidenses. Así lo prueba la participación en combates terrestres de grupos especiales de EE.UU. estacionados en Irak.
La tregua unilateral que declaró Al Sadr no ha de durar mucho. Se pasaron a sus filas dos regimientos de infantería del ejército iraquí y miles de policías fueron echados porque se negaron a combatir en Basora. Al Sadr quiere que las fuerzas norteamericanas se vayan de Irak. Los dirigentes árabes “moderados”, amigos de EE.UU., quieren que Israel se retire de los territorios palestinos ocupados. En efecto, la Casa Blanca está descontenta.
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