› Por Manuel Justo Gaggero *
El 8 de diciembre de 1973 llegué a Buenos Aires, desde Paraná, y asumí la dirección del diario El Mundo, en reemplazo del querido amigo y compañero Luis Cerruti Costa, que había iniciado un viaje por Vietnam del Norte, Cuba y Europa, para hacer conocer la situación argentina, que tendía a deteriorarse por la presencia de bandas armadas centralizadas por la llamada Triple A, que trataban de amedrentar y reprimir a los movimientos sindicales de base y a las organizaciones sociales.
El vespertino había surgido en una reunión convocada por Benito Urteaga, miembro del Buro Político del PRT-ERP, realizada en el departamento en que habitaba mi hermana, su hijo Enrique y nuestra madre, en la ciudad de La Plata. Participaron de este encuentro Miguel Ramondetti, secretario general del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo; Alicia Eguren –la compañera del “Bebe” Cooke–; Luis Cerruti Costa y el que escribe estas líneas. Urteaga planteó que en los siguientes meses se abriría un espacio democrático en razón del seguro triunfo de Cámpora el 11 de marzo y que por ello el partido pensaba que era necesario contar con un diario amplio y pluralista que expresara a los movimientos antiburocráticos que surgían en el movimiento obrero, a los movimientos sociales y barriales, a los intelectuales antiimperialistas y populares, a los sectores combativos del estudiantado y a los pobres de la ciudad y el campo. La idea nos pareció brillante, y todos nos pusimos a desarrollarla en diferentes direcciones. Luis planteó la posibilidad de comprar la marca y el archivo de El Mundo, un diario histórico en el que Roberto Arlt escribió “Aguafuertes porteñas”, de propiedad de la Editorial Haynes, que se encontraba en quiebra. Se aprobó la idea que se concretó a los pocos días.
El consejo asesor se amplió con la incorporación de Agustín Tosco, Raimundo Ongaro, Armando Jaime, Raúl Aragón, Juan Carlos Arroyo, Alfredo Curuchet y otros compañeros del campo popular. A mediados de ese año, más precisamente en el mes de junio, en las tardes de todas las ciudades del país se oyó nuevamente a los canillitas vocear a El Mundo.
No pasó mucho tiempo sin que sufriéramos todo tipo de agresiones por parte de la Triple A, que contaba con el apoyo de un sector importante del oficialismo y de las conducciones burocráticas del sindicalismo.
Agresiones a periodistas del diario, a los distribuidores, voladura de la imprenta Cogtal, intento de copamiento de la sede por parte de una columna de la Juventud Peronista de la República Argentina, que tenía el apoyo del Ministerio de Bienestar Social, de donde salieron las armas con las que se tiroteó a la redacción, generaron un clima de intimidación que tendía a callar a la prensa que expresaba a los movimientos populares de base, de un amplio espectro ideológico y político, que estaban en pleno crecimiento.
En los primeros meses del año 1974, los comisarios Villar y Margaride inventaron un supuesto complot de un grupo revolucionario del peronismo, liderado por Julio Troxler y Envar El Kadri, dirigido a atentar contra el general Perón, presidente de la Nación.
Se trataba de una infamia. Todos los que compartíamos la amistad de Julio y de Envar sabíamos de su profunda fe y lealtad peronista, de los sacrificios, cárceles, torturas, simulacros de fusilamiento que habían padecido. Sobreviviente uno de la masacre en el basural de José León Suárez en junio de 1956 y el otro del primer intento de construir un frente guerrillero peronista en Taco Ralo, debieron pasar a la clandestinidad para evitar ser asesinados por la patota de la Federal.
Nos reunimos en el diario con Bernardo Alberte, Jorge Di Pasquale y Alicia Eguren y decidimos poner todo el esfuerzo periodístico para probar la falsedad de la acusación. Reportajes a ambos, declaraciones de destacados representantes del peronismo combativo e informes confidenciales de sectores de la política opuestos a los siniestros Villar y Margaride, lograron desentrañar la madeja y demostrar el falso contenido de la imputación.
En esos turbulentos días recibí un llamado telefónico de Ricardo Carpani, uno de los más importantes muralistas y pintores argentinos de la segunda mitad, del siglo XX. Anarquista-peronista, como solía definirse; lo había conocido en 1967 en la CGT de los Argentinos y luego nos habíamos visto con cierta frecuencia en compañía de Luis Eduardo Duhalde y Rodolfo Ortega Peña. Al responder el llamado me dijo que nos felicitaba por el papel que estaba jugando el diario y que deseaba regalarme un dibujo de su autoría. Se lo agradecí y quedamos en vernos.
Los días se sucedían con gran vertiginosidad y el 14 de marzo el general Perón, ya en el laberinto de López Rega y Lorenzo Miguel, dispuso por decreto la clausura de El Mundo y días después, ante la salida de Respuesta Popular, ratificó la medida.
Emilio Abras, por entonces secretario de Prensa de la Presidencia y con quien manteníamos una relación cordial, nos adelantó la decisión del Presidente, por lo que comenzamos a vaciar los escritorios de la Dirección, en uno de ellos Oscar Gerassi, un compañero de Contaduría, encontró el cuadro de Ricardo Carpani, me consultó qué hacer y le dije que lo llevara a su casa, ya que yo tenía que dar una conferencia de prensa y luego me reuniría en el Senado con Carlos Perette, ex vicepresidente de la Nación, que había presentado un proyecto de declaración contra la clausura del diario.
Los días posteriores siguieron con el ritmo que tenía la vida en esa época. Pasé a la clandestinidad en septiembre de 1974 en razón del asesinato de Silvio Frondizi y Alfredo Curuchet, con quienes compartía la defensa de los miembros del ERP que habían intentado tomar una unidad militar en Catamarca, siendo “fusilados” en dicha oportunidad diecisiete de los combatientes desarmados.
Oscar, por su parte, fue detenido a disposición del PEN y luego logró la opción exiliándose en Suecia. Su madre, en el primer viaje que hizo a ese país, le llevó el portarrollo que contenía el preciado dibujo de Ricardo.
En el año 1980 yo ya estaba viviendo en Nicaragua y recibí una comunicación de Oscar que decía que me había rastreado –no existía Internet– y quería hacerme saber que tenía algo que me pertenecía, que me lo llevaría un compañero que también había trabajado en El Mundo.
Unos meses más tarde recuperé el Carpani, que se había salvado de ser sustraído por la policía, había recorrido el mundo y llegado a mis manos como quería su autor. Pasaron los años, todos volvimos al país, y nos reíamos mucho con Carpani y su compañera Doris, recordando esta anécdota.
* Abogado, director de Diciembre 20.
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