› Por Juan Gelman
El Senado estadounidense aprobó en septiembre del año pasado un incremento de 850 mil millones de dólares del monto permitido de la deuda federal y, a continuación, una ley que destinó nueve mil millones de dólares más a la guerra de Irak, así como una autorización a la Casa Blanca de invertir al menos otros 70 mil millones con el mismo fin. Ese cuerpo parlamentario está simétricamente dividido entre demócratas y republicanos, lo cual no impidió que el voto a favor fuera aplastante: 94 a 1 (The Nation, 28-9-07). El Partido Demócrata es el que más aboga por la retirada de las tropas ocupantes, pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
El Center for Responsive Politics (CRP) de Washington acaba de dar a conocer una investigación sobre la declaración de bie-nes de los miembros actuales del Congreso –las últimas cifras disponibles corresponden al año 2006– y halló que 151, casi el 30 por ciento del total de senadores y representantes, tienen acciones en empresas de la industria bélica y conexas contratadas por el Pentágono (www.capitaleye.org, 3-4-08). El valor de esas acciones oscila entre los 78,7 millones y 195,5 millones de dólares y aunque los legisladores republicanos son mayoría, los demócratas han invertido mucho más: en el período 2004-2006 que la investigación abarca, sus acciones les rindieron ganancias de 15, 8 a 62 millones de dólares. Por ejemplo: las inversiones del senador John Kerry en tales industrias fluctúan entre un mínimo de 28,9 y un máximo de 38,2 millones de dólares y embolsó en los años examinados ganancias de al menos 2,6 millones. No le ha ido mal al ex candidato a presidente del Partido Demócrata.
La prolongación de la guerra en Irak y Afganistán ha elevado hasta un 100 por ciento el valor de las acciones de megacompañías como Locked Martin, Boeing y Honeywell, las preferidas del Pentágono, y en el período considerado, a las cuentas bancarias de esos 151 representantes del pueblo norteamericano ingresaron beneficios que van de los 15,8 a los 62 millones de dólares en total, señala el estudio del CRP. El conjunto de las empresas en las que invirtieron los legisladores obtuvo contratos del gobierno por más de 275,6 mil millones de dólares sólo en el 2006, es decir, 755 millones por día. No todas producen helicópteros, o aviones, o tanques, o armas de fuego: la ocupación acrecentó la necesidad de alimentos y de otros bienes y servicios, y no pocos representantes y senadores han comprado acciones de Pepsico o de Johnson & Johnson. Tendrán, tal vez, la conciencia más tranquila.
“Muchos de los contratos del Departamento de Defensa se otorgarían con guerra o sin ella”, manifestó Cheryl Smith, que ocupa la vicepresidencia ejecutiva de Trillium Asset Management Corporation, firma que asesora a “inversores socialmente responsables” (trilliuminvest.com). Claro que, sin guerra, esos contratos serían mucho más escuálidos. Se esgrimen argumentos muy curiosos: el vocero del representante republicano Roy Blunt consideró “insultante” toda insinuación de que éste vinculara sus finanzas personales con su ejercicio legislativo. Pero es verdad que el demócrata Jay Rockefeller, presidente del Comité de Inteligencia Selectiva del Senado, no incurre en un conflicto de intereses: quien tiene acciones por un millón de dólares en la Pepsico es su mujer y, desde luego, ¿por qué habría de influir este hecho en la decisiones del senador? Otros aducen que son herencias de familia. En fin.
El CRP ha detectado que 47 de estos inversionistas –un 9 por ciento del Congreso– tienen acciones por valor de 4,2 a 8 millones de dólares en empresas directamente ligadas al Pentágono. El complejo militar-industrial ha recortado su apoyo financiero al Partido Republicano en favor de los demócratas (www.politicalinquire.com, 17-10-07) y sobre todo apuesta al triunfo de Hillary en las elecciones presidenciales de noviembre próximo. Qué cambio: en las del 2004 apoyó a W. Bush con más del doble del dinero que destinó a la candidatura de John Kerry. De algún modo tiene la convicción de que las políticas de la Sra. Clinton no serán pacifistas.
El concepto “complejo militar-industrial” nació públicamente en boca de Sir Charles Trevelyan en agosto de 1914. Dwight Eisenhower lo empleó en su mensaje a la nación cuando dejó la presidencia de EE.UU. en enero de 1961. Se sabe que quienes redactaron el discurso habían utilizado el término “complejo militar-industrial-legislativo”, pero el general tachó la última palabra, tal vez porque no quiso ofender al Congreso. La realidad indica, sin embargo, que el adjetivo debiera incluirse y es aplicable tanto a los demócratas como a los republicanos.
Las palomas y los “halcones gallina” unidos, jamás serán vencidos.
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