CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
“French y Beruti repartieron cintas entre los patriotas que
estaban en la Plaza.”
De la Historia Argentina
A la mañana siguiente, con todo lo que había llovido durante la gloriosa jornada, en el camino a la casa del compañero, French se enchastró bastante los zapatos de repujado cuero pampeano y se salpicó un poco las blancas calzas a la moda y de contrabando, saltando los charcos y la bosta de caballo, gambeteando las huellas dejadas por las altas ruedas de los carros en las calles embarradas.
En el patio y bajo la parra, Beruti tomaba mate con bombilla de plata virreinal cebado por criolla de trenzas nacionales. Intercambiaron abrazos patrióticos y novedades novísimas de las internas de la Junta. Hablaron un poco de la Patria naciente y bastante más de las minitas que habían ido a la Plaza, más precisamente de los hombros de Felicitas, de los ojos de Remedios, de los pechos de Mariquita.
–Me preguntó si tenía cintas de otro color porque no le combinaban con el vestido... –dijo Beruti divertido.
–De eso te quería hablar –y ahí resopló French–. ¿Vos las pagaste?
–¿Las cintas? ¿No eran una donación del tendero?
–En principio sí.
–Que no joda entonces. ¿Somos patriotas o no somos patriotas?
French asintió, pero volvió sobre el tema:
–Hoy temprano me vino a cobrar: setenta metros de blanca y cuarenta y cinco de celeste. Dice que vos le dijiste...
–¡Qué ladrón! ¿Cuántos metros tiene cada rollo de ésos?
–No sé. Depende. La blanca es de acá, y la celeste es importada... –precisó French–. Pero no es eso: ahora dice que le dijeron que hubo tipos en la Plaza que las vendían.
Beruti no pudo dejar de sonreír.
–Seguro... –dijo–. ¡Qué hijos de puta!
–¿Quiénes?
Beruti no contestó directamente:
–A la mañana no las quería nadie, ¿te acordás? Te mezquinaban la solapa... Y a la tardecita me corrían para pedirme, a ver si me quedaba alguna.
–Yo vi a un par de mulatos del Alto y a unos chiquilines que al mediodía las recogían del suelo, todas sucias –recordó French–. Por ahí las lavaron y fueron ellos los que las vendieron a la tarde.
–¡Qué hijos de puta!
–¿Quiénes?
Otra vez, Beruti no contestó directamente:
–Esto así no va a andar –dijo dándole una larga chupada al mate–. ¿Cuánto nos quiere cobrar?
Por toda respuesta, French le alcanzó la factura doblada en cuatro y escrita con tinta azul. Beruti la desplegó, frunció el entrecejo, meneó la cabeza.
–Es un fangote. Y el rollo de la celeste que pone acá estaba empezado.
–Y dice que no nos está cobrando los alfileres...
Los amigos quedaron un momento en silencio.
–¿Qué le digo? –dijo French.
–Nada, que espere. Yo no pienso pagar, no corresponde. Que le cobre al Cabildo, o mejor, a la Junta.
–¿A quién?
–No sé quién va a manejar Hacienda –dijo Beruti plegando el papel.
French suspiró, se volvió a guardar la factura en el bolsillo del chaleco bordado a la moda de Francia.
–Creo que esto así no va andar –dijo ahora él, al cabo de un momento.
–Viva la Patria –dijo Beruti con una sonrisa un poco triste.
–Viva.
Y el mate ya estaba frío.
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