Lun 23.09.2002

CONTRATAPA

Vida de ejecutivo

Por Iñigo Herrera
desde Santiago de Chile

Los grandes escándalos suelen surgir ante la opinión pública a partir de un hecho menor –una infracción de tránsito, un papel dejado olvidado en una mesa, la indiscreción de quien se encarga del aseo– y luego prenden al igual que una miserable colilla de cigarrillo mal apagada enciende una pradera reseca y de paso quema un par de miles de hectáreas de bosque adyacentes. El nuevo escándalo que comienza a incendiar las empresas del mundo tiene como personaje central a Jack Welch, el retirado chief executive officer (CEO) de General Electric (GE), considerado el más brillante ejecutivo de la última década y fuente de inspiración en las escuelas de negocios del mundo entero. Un modelo hasta estos días para decenas de miles de ejecutivos emergentes.
Jack Welch tuvo la suerte –el tiempo dirá si buena o mala– de ser entrevistado por la editora de Harvard Business Review, Suzy Wetlaufer, y sufrió un flechazo fuerte, como una descarga eléctrica, que lo llevó a divorciarse de su esposa, Janet Beasley. Pero si Jack fue muy “ejecutivo” en su decisión, Janet se ajustó al papel de la esposa despechada: reaccionó con un desmedido rencor, el que tradujo en una también desmedida demanda de compensaciones económicas. Como Jack rechazó el reclamo de su mujer, el juez pidió a Janet que fundamentara su demanda. Fue el principio del fin. Janet tuvo la bendita ocurrencia de poner por escrito lo que sabía acerca de las compensaciones, gabelas y prebendas que Jack Welch había obtenido de GE al momento de negociar su retiro.
Welch no sólo obtuvo 17 millones de dólares como indemnización de retiro –suma que se podría multiplicar por diez y más veces si se consideraran en este carácter las opciones de compras de acciones– sino que la General Electric le aseguró de por vida un honorario por consultorías que, en ningún caso (aunque no se hagan) pueden bajar de un mínimo de 90.000 dólares anuales. También de por vida tendrá un auto y un chofer de la compañía, además de una oficina y una secretaria pagada por su ex empresa. No fue todo: la GE arrendará para su uso un departamento en Manhattan, ubicado en las Trump International Towers en Central Park y cuyo valor de compra se estima en unos 15 millones de dólares; pagará las cuentas de teléfonos, agua, calefacción, los diarios y la de vinos.
Para que el placer de Jack Welch esté asegurado, éste junto a Janet antes y Suzy, su nuevo amor ahora, tienen derecho a que la empresa pague sus entradas privilegiadas al Metropolitan Opera, a los partidos de baseball de los “New York Yankees”, asientos para el US Open Tennis, las Olimpíadas, los “New York Nicks Basketball” y las cuotas sociales de exclusivos clubes en Nueva Jersey y los suburbios de Nueva York. Y como si todo lo anterior no bastara, Welch negoció el derecho a continuar usando los aviones de la empresa –Boeing Ejecutivo 737–, un privilegio que de acuerdo con estimaciones de la propia General Electric le costó la suma de 3 y medio millones de dólares anuales, esto es la friolera de 291 mil dólares mensuales.
Cuando Nueva York y el capitalismo mundial aún no se recuperan del impacto causado por el descubrimiento de gigantescos fraudes contables en algunas de las más grandes empresas del mundo, este nuevo tipo de abuso replantea con más fuerza el tema de la moral en los negocios, las nuevas características del capitalismo y la necesidad de hacer transparente la información que las empresas privadas entregan al público, incluidas desde luego las remuneraciones, indemnizaciones y retiros de sus ejecutivos.
El asunto amenaza con desatar una nueva tormenta. Por al menos tres muy importantes razones.
La primera: el autor de estos abusos no es un cualquiera, sino tal vez el ejecutivo norteamericano más admirado de la década. La segunda: Welch ha sido un modelo a imitar en lo bueno. Lo desgraciado es que a partir de las revelaciones de su esposa, parece tener demasiados imitadores también en lo malo. La prensa norteamericana y europea han empezado a develar, una tras otra, las condiciones en que pactaron sus retiros algunos de los CEO de las más importantes empresas privadas del mundo y que, al igual que Welch, comprenden un sofisticado “software de pitutos” entre los cuales rara vez faltan los contratos de consultoría de por vida y el uso de los aviones corporativos.
La tercera, los accionistas y consumidores –en definitiva, los que pagan estas cuentas– se preguntan: si éstos son los privilegios de los que se retiran, ¿cuáles son los que corresponden a los que están activos?
En todo caso, el escándalo ya causó su primera víctima. Jack Welch, bajo presión, ha debido renunciar a parte importante de las regalías que había obtenido en su paquete de retiro. La segunda victoria es para Janet: obtuvo que Suzy, el nuevo amor de Jack, ya no pueda ir al Metropolitan con cargo a la General Electric, ni salir de compras a París en el avión de la compañía.
Como alguien dijo en estos días, “sólo los capitalistas pueden destruir al capitalismo”.

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