› Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania
Toda Europa se prepara para el Campeonato Europeo de Fútbol que comienza hoy. Si comparamos los espacios en los medios de comunicación que se le han dedicado a la Conferencia Mundial de Alimentación que acaba de finalizar con las páginas y páginas que se dedican a los comentarios y reportajes de fútbol, son diez a uno. Diez para el fútbol y uno para el hambre mundial que esa conferencia ha dejado en claro: 800 millones de seres humanos padecen hambre en el mundo; la mayoría, por supuesto, niños. Diez goles a uno: toneladas de papel sobre jugadores, pronósticos, entrenadores, hinchadas. Otros diez golazos en contra para los pobres del mundo.
Que los hay en todos los países. Desde el primer mundo hasta el tercero, cuarto. Sí, leamos por ejemplo el informe de la Asociación Federal de la Mesa Alemana. Es una organización de ayuda a hombres, mujeres y niños que no pueden alimentarse bien por falta de medios. Actualmente, se atiende a 800.000 necesitados en toda Alemania. Se les entrega pan, productos lácteos, fruta y verdura. La razón de este aumento de pobres es la suba que han tenido últimamente los precios de alimentos. Justamente ayer, viernes, se instaló la llamada “mesa larga de la solidaridad”, de 200 metros de largo, en Magdeburgo. Eso se llama verdadera solidaridad. Esta organización comenzó en 1993 en una ciudad y hoy ya hay 785 filiales en las diversas regiones alemanas. Tienen 35.000 ayudantes voluntarios que solicitan a los supermercados, panaderías o carnicerías la donación de productos sobrantes. El presidente de esta organización, Gerd Häuser, declaró a la revista Stern: “La red social no existe más en Alemania. Muchos que reciben del Estado ayuda por desocupado y jubilado, pero también madres solas con hijos, ya no llegan a comer todos los días sin nuestra ayuda”. Agregó que “cada vez aumenta más el numero de niños y los adolescentes que necesitan ayuda. Ya están llegando a una cuarta parte de los que vienen a nuestras mesas. En algunas ciudades llegan ya hasta el 40 por ciento”.
Pienso en la Argentina. En los generosos comedores infantiles que se han ido organizando en casi todos los barrios pobres, a los cuales hay que ayudar. Sí, en el país de las espigas de oro. Hambre, hambre.
El gobernador de Buenos Aires, Scioli, ha dicho hace algunas horas: “Con los alimentos no se jode”. Claro que no. Justamente lo que pasa en la Argentina, donde se ha volcado, como protesta, leche a las zanjas, ha ocurrido en estos días en Holanda y Alemania. Una revista alemana muestra cómo en Holanda se han bañado chicos y grandes con leche derramada por los productores. Que se derrame la leche, que se arrojen a las carreteras los cereales, habla de falta de sentido de respeto a la vida. ¿Por qué esa leche no se llevó gratis a las escuelas y a los comedores infantiles y de adultos o se repartió en los barrios pobres? Lo mismo con los otros productos que se tiraron a la basura. Hubiera sido más directa y simpática dicha protesta si hubieran llamado a la puerta de cada casa y obsequiado a cada uno un vaso de leche. Pero claro, el problema no se reduce a la leche que tiraron o no. No se jode con los alimentos, pero también hay que empezar a gritar: no jodan con la tierra, no jodan con los bienes que pertenecen a todos. Con retenciones o no retenciones no se soluciona el problema fundamental, sino con una reforma agraria bien estudiada, de fondo, en libertad y debate. Por ejemplo, impedir propiedades de tierras mayores a treinta mil hectáreas –como principio– y propender a la formación de cooperativas agrarias con los verdaderos trabajadores de la tierra. Una sociedad verdaderamente democrática no puede permitir que sean las empresas pulpos las que nos digan cuánto tendremos para comer y cuánto se dará para biocombustibles, o se siembre sólo aquello que les da más ganancias. La tierra es un bien público y no de las tendencias del mercado. Son las necesidades de todos los habitantes las que tienen que regir y no de aquellos que paran por unas horas en Puerto Madero. Con la tierra no se jode, tendría que ser el lema argentino.
Lo hemos podido comprender en la reciente Cumbre Mundial sobre la Alimentación, en Roma. Donde concurrieron 40 jefes de gobierno y 4747 delegados. (Nos imaginamos lo que debe haber costado ese encuentro.) Bien, pero ¿qué se resolvió? Primero digamos que por lo menos se comprobó de acuerdo con cifras oficiales que 850 millones de habitantes viven todos los días con hambre y están desnutridos. Que más de una cuarta parte de la suba de precios de los alimentos se debe a los negocios especulativos que se hacen con ellos. (Los argentinos debemos tener bien en cuenta justamente eso y preguntémonos: quién hace los negocios especulativos.)
Quedó claro en la reunión esto de las especulaciones cuando se puso el ejemplo de Ucrania, donde subió de pronto el precio del trigo en un tercio cuando se resolvió dedicar más tierra al cultivo de la colza. O cuando Bush anunció que se iba a promover el bioetanol e instantáneamente se duplicó el precio del azúcar. El Banco Mundial ha declarado que cuando se propuso el aumento de las llamadas “plantas energéticas”, subió el precio de los alimentos entre el 30 y el 70 por ciento. Oficialmente se dijo que hay peligro de hambre en treinta y tres países. Lo dijo en el Congreso el representante de la organización de Ayuda contra el Hambre en el Mundo: “En esta reunión se tendría que haber discutido el peligro de las prácticas comerciales que distorsionan la seguridad de la alimentación de los países en desarrollo.” No, eso no se hizo. Porque, ¿quién le pone el cascabel al gato del sistema? Es un papel que, sin ninguna duda, tienen que tomar en sus manos las organizaciones de derechos humanos del mundo entero, porque nada se puede esperar de delegados que sirven como lacayos de los gobiernos. Es un papel que desde hace mucho tiempo tendrían que haberlo tomado también las iglesias. Pero hasta ahora han dado como única solución recomendar ponerse a rezar. O embellecer todo con palabras que parezcan profundas. En el actual conflicto argentino, el cardenal Bergoglio ha pedido a las partes en litigio un “gesto de grandeza”. ¿Gesto de grandeza a quienes siempre aspiran a ganar más? El mismo cardenal ha empleado la palabra “concordia”. ¿“Concordia” a un sistema que nos ha llevado a esto? Multimillonarios y pobres de pan duro.
No, los problemas hay que solucionarlos y tienen que prevalecer las búsquedas de soluciones para los problemas de los que no tienen ni siquiera para ponerles un pan en la mesa a sus hijos. Porque si no la “concordia” a la que se llegue en la Argentina va a merecer el título que el diario alemán Frankfurter Rundschau le acaba de dar a la conferencia de la Alimentación de Roma: “Gran circo y poco pan”. Ninguna receta contra el hambre.
¿Para eso se gastó tanto en este congreso? Casi cinco mil delegados para ese resultado final.
Pero no todo está perdido, como siempre, el destino nos trae de pronto un hecho humilde, pero logrado con todo coraje civil. Me llega un mensaje de que en Lanús, en mi país argentino, se cambió oficialmente el nombre de la calle coronel Federico Rauch por el nombre de un obrero de ese barrio desaparecido en 1976. Asistió el intendente al acto cumpliendo así la resolución del Concejo Deliberante. Se cumplía así un sueño. Terminar con la glorificación de ese militar mercenario contratado por Rivadavia “para exterminar a los indios ranqueles”. A los cuales degollaba “para ahorrar balas”, como lo dice en sus comunicados. En 1963 pedí en la ciudad bonaerense de Coronel Rauch que el pueblo votara otro nombre. Por ese pedido fui preso 63 días ya que el ministro del Interior de la dictadura militar de ese tiempo era el general Juan Enrique Rauch, bisnieto directo del mercenario. Y ahora en Lanús, a 45 años de mi pedido, se daba el primer paso para bajar del pedestal a quien iniciaba una línea que iba a terminar con la matanza de Roca, que iba a dar el paso a la repartición de la tierra y al origen de los dueños de la tierra que hoy obligan a marcar el rumbo de nuestra economía.
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