CONTRATAPA
¿Ansioso yo?
Por Dalmiro Manuel Bustos *
Cualquier trámite es, por decirlo suavemente, tedioso. En este caso tuve que renovar mi carnet de conductor. Fila para la charla de educación vial, muy buena, para la foto, para... Para todos por igual. Es una norma. Pero me llamó la atención la ansiedad de todos y su manifestación: protestas continuas, deseo de adelantarse a cualquier precio. Primero yo, a cualquier costo. Y no faltó el que consiguió un conocido “de adentro” que adelantara sus trámites. Esto se repite en el tránsito, en la calle, en la vida. Nos decían en la charla que somos el país del mundo con mayor índice de accidentes automovilísticos. Tantas veces escucho que somos individualistas, arrogantes, ansiosos que ya se ha transformado en un lugar común. Como mi mirada sobre los hechos está configurada por mi profesión (soy médico psicoterapeuta), me dediqué a pensar en las causas para estas características. Si no lo hacemos, simplemente nos colocamos el rótulo, sin encontrar salidas. Me puse a pensar en la razón para esta característica innegable: sí, somos ansiosos, pero, ¿por qué? Para comprender esta pregunta me ayuda referirme a la psicología clásica que reconoce al miedo como una reacción ante una amenaza reconocible y a la angustia cuando la causa generadora es más imprecisa. Las fuentes de angustia son particularmente la soledad, la vergüenza y la culpa.
Los argentinos sabemos de la inseguridad que nos genera el miedo a ser asaltados, secuestrados, a la falta de sustento. Desprotegidos y amenazados por jueces corruptos y policías aliados a los ladrones y a los asesinos, ¿en quién confiar? El desamparo que vivimos todos los argentinos es uno de los mayores de nuestra historia. Que está poblada de amenazas y hechos trágicos.
La angustiosa soledad viene por un carril semejante. El ser humano nace en una comunidad, durante años depende de otros hasta para caminar y alimentarse. Estar solo acaba remitiendo a ese estado de indefensión primaria. Si en los primeros años de vida no hay alguien a nuestro lado no se sobrevive. Pasado este período, la sobrevivencia emocional depende en gran medida de nuestros vínculos que nos nutran de amor.
La otra fuente de angustia es la vergüenza, que proviene del latín, “vere cundere”, que quiere decir “que la verdad sea vista”. Las máscaras que vamos creando para que no se vean nuestros verdaderos sentimientos se hacen más ineficientes cuanto más fuertes son los sentimientos que se pretenden ocultar. Sentimientos “socialmente incorrectos” como la vulnerabilidad tratan de esconderse hasta que un traidor rubor nos delata. Tanto tiempo paseamos nuestra superioridad por el mundo que el hecho de que nuestra verdad sea vista nos duele y muchas veces bajamos la mirada. Avergonzados ante la miseria inocultable. O, lo que es peor, decimos que somos los peores, con la misma arrogancia, solo que en el otro polo.
Y no olvidemos la culpa. La sola palabra me evoca a las Madres de Plaza de Mayo reclamando por sus hijos y como una superposición macabra a los que golpeaban la puerta de los cuarteles reclamando a los militares que vinieran a poner orden en el país. Y la Plaza de Mayo llena de triunfalistas que querían recuperar las islas mandando a nuestros hijos a la muerte. El precio de estos “errores” son miles de jóvenes muertos. Como individuos podemos decir que no fuimos causantes de esos desastres. Pero la culpa impregna el imaginario comunitario, en un efecto parecido a cuando alguien fuma en un lugar cerrado: uno fuma y todos se intoxican.
¿Cómo evitar sentirnos angustiados e involucrados frente a tanto chiquito sin abrigo ni alimento, tanta miseria ostensible? La culpa social nos golpea a todos, lo nieguen o lo admitan. La culpa puede llevarnos a ponernos anteojeras, con lo cual mutilamos una parte de nosotros mismos. O a encerrarnos, con lo cual aumentamos la soledad. O a castigarnos a sufrir el mismo dolor del otro, con lo cual no ayudamos a nadie. O pasarnos la vida culpando a los otros por nuestros problemas. A tal punto que la mera presencia de otro compatriota nos remite a todos los horrores y errores que pretendemos esquivar. Resultados: cada uno por sí y todos contra todos.
Si queremos salir de esta maraña podemos disponernos a reparar, que es la salida más difícil. El ruido del basta a la violencia fue significativo en tanto y en cuanto se prolongue en actos no violentos de cada uno. Asumiendo nuestra responsabilidad (que quiere decir alguien que responda). Reconstruir nuestra comunidad culpable para convertirla en responsable. Si cada uno responde y compartimos el dolor, estaremos comenzando. Cada chiquito que se muere en una villa es nuestro hijo que dejamos morir. Nos reunimos solidarios para hacer sentir a los padres del bebé trasplantado que éramos todos padres de ese bebé. Es decir que podemos poner cada uno lo que pueda. Nadie, y mucho menos los políticos personalistas que gritan sus promesas milagrosas, puede hacer todo. Pero cada uno de nosotros puede convertir los ruidos en acción y la protesta en propuesta.
* Médico psicoterapeuta