CONTRATAPA
Orden y generosidad
› Por Osvaldo Bayer
En este país argentino donde se inventó el más bestial método de represión llamado la desaparición de personas; en este país donde se descargan itacazos desde las sombras, donde se arroja de los puentes a la juventud, donde como en Jujuy la policía ordenada por el gobernador hace desaparecer obreros, donde la Policía Federal y la Bonaerense y todas las demás raptan y violan a adolescentes y balean a niños y secuestran y cobran coimas, donde los candidatos a presidente dan espectáculos tontos, en los cuales la imbecilidad ya lleva la marca nacional, sí, sí en este país argentino también pasan cosas con las que uno se siente orgulloso hasta la emoción. Por ejemplo, esto, estudiantes y vecinos de los barrios que se unen para dar de comer a los chicos hambrientos.
¡Con qué talento, con qué dedicación, con qué altruismo! A pesar que escondidos detrás de los postigos, figuras sombrías los espían como el Videla de calle Cabildo que observa todo desde la oscuridad, con el miedo del cruel y el cobarde.
Salí a recorrer el viejo barrio, sí, Belgrano, que lo conozco desde el año ‘32, y miro los pocos edificios antiguos que quedan. Sí, allí está el antiguo colegio de señoritas, el normal Nº 10, en Tres de Febrero entre Blanco Encalada y Olazábal, donde en décadas anteriores entraban y salían sin cesar las adolescentes de guardapolvo blanco que iban a ser nuestras futuras maestras. Sus risas y voces eran la señal para que los varones saliéramos a la vereda a admirar tanta frescura y cosa bella. Hace ya muchos años que está vacía esa ancha y tranquila casona que habrá escuchado infinidad de veces los timbres de la hora del deber y los minutos del descanso.
Bien, en ese edificio, que no es otra cosa que la antigua residencia de los Mansilla –de aquel lúcido Lucio que dejó tanto testimonio del pasado– se sirven meriendas para nuestros hijos hambrientos. No, no lo hacen ni la municipalidad ni el ejército con sus cocinas de campaña ni las damas católicas. No, lo hacen los vecinos solidarios que salen de sus casas, sirven el mate cocido, cortan los pancitos y los endulzan y esos hombres que traen los tarros de leche. Sí, en la Argentina de la mano abierta, como en tantos otros sectores de los barrios que saben que hay hambre y cumplen con el deber –cristiano, que le llaman– de dar de comer al hambriento. Pero hay más, no sólo es la gente de la asamblea barrial próxima que se ha movilizado para esta tarea humanitaria sino también los propios alumnos del Centro de Estudiantes del Normal 10, que funciona apenas a unos metros del antiguo edificio. Para los alumnos se ha convertido en un deber vital ayudar a sus propios compañeros que llegan sin desayunar. Sí, en Belgrano también ocurre esto, también hay hambre. Y quieren cumplir con la palabra más importante de la lengua humana: la solidaridad.
Pero claro, no todo es tan fácil en esta Argentina que arroja a sus jóvenes al Riachuelo. No, apenas comenzaron los trabajos de remover y quitar la basura que afeaba la casona de Mansilla, cuando la pintaron y la lavaron en sectores que no afectan el carácter histórico de la propiedad, comenzaron a aparecer los ojos de la rapiña y el egoísmo. En lo que eran grupos de acción solidaria vieron “ocupantes” de casa, vieron un pecado contra el sagrado derecho de la propiedad. No les importó la vida que trajo la buena voluntad, sino que los invadió el miedo de que los solidarios fueran “subversivos” que quisieran “subvertir” el orden actual. El orden actual. Y un vecino, el señor Kirschbaum se puso en contacto con la “autoridad”, esa “autoridad” que además de arrojar a la juventud al Riachuelo cuida el “orden” de las familias y principalmente la justicia que nos honra. Por supuesto, cayó de inmediato la policía amiga de la sociedad y con los métodos que ejercita en comisarías y cárceles, desalojó a los representantes de la buena voluntad como si fuesen aborígenes en plena Campaña del Desierto. Y claro está, con la policía llegaron los medios de Hadad y secuaces y por supuesto el muy solícito Feinmann dio un cuadro dantesco de subversión y usurpación. El acostumbrado diarioconservador se rasgó las vestiduras y habló de que los vecinos y los alumnos no habían solicitado permiso “a la autoridad”. Claro, es posible que si hubieran solicitado el permiso a la “autoridad” correspondiente le hubiera dado permiso a Menem para poner allí un Comité “Volveré y seré millones”.
Pero la buena voluntad no se ha dado por vencida: el “merendero” sigue funcionando en la vereda, pese al señor Kirschbaum, a Hadad y Feinmann, y a la Policía Federal. Llegó en el momento en que una chica ha donado cincuenta salchichas y pancitos, la mitad de lo que tenía para celebrar su cumpleaños. Hay mejillas rojas y besos de pura alegría.
Estamos seguros que el odio del fascismo presente va a ser vencido por la grandeza de la buena voluntad y el altruismo.
Lo que quiere el Centro de Estudiantes y la asamblea popular de Belgrano y Núñez es utilizar ese amplio espacio para el gesto humano y la cultura. No se va a tocar para nada la casona de Lucio Mansilla sino las construcciones aledañas posteriores que dan hoy un aspecto sucio y tétrico. Le van a lavar la cara y devolver a esos espacios la risa y la esperanza.
Nadie va a vivir allí sino sólo permanecerán en las horas de la generosidad y la cultura. ¿Si no por qué ese espacio en medio de Belgrano va a ser dejado en la barbarie de la mugre y la disolución? ¡Cómo le gustaría a Lucio Mansilla saber que su antigua casa sirve para dar de comer a argentinitos de ojos grandes y sonrisas tristes! Pero claro, el orden de Hadad y Feinmann y del comisario gordo que comía chicles y que ordenó el “procedimiento” medieval se imponen en la Argentina mafiosa del 2000.
Mañana mismo, domingo a la tarde los vecinos de la asamblea y los estudiantes del Centro del Normal 10 harán una fiesta de cultura popular con murgas y malabarismos, en Olazábal y Tres de Febrero. Y, pese al señor Kirschbaum, a Radio 10 y Canal 9, y al comisario gordo, la gente del pueblo va a concurrir con pan, galletitas, leche en polvo, mermelada, yerba, azúcar, mesas, sillas, caballetes, y ganas de trabajar. Va a ser una fiesta de la comunidad de Belgrano. Pero además, deben concurrir los legisladores de la ciudad para que se cercioren de la seriedad y de la calidez del acto de esta gente más evangélica que muchos de los que se hincan a rezar para que reine el orden de las rejas y tiro fácil. El primer paso es el comedor estudiantil y popular, luego lo seguirán el centro cultural y recreativo, el ropero comunitario, la escuela de artes y oficios, el centro de jubilados, el cine barrial y la biblioteca vecinal.
Será el triunfo de la generosidad contar el egoísmo y la pequeñez, la participación societaria contra el autoritarismo de los que tienen el poder y el dinero, la grandeza contra la mezquindad burocrática. La casona de Mansilla se cubrirá de flores y a sus patios regresarán las risas de aquellas “señoritas” de guardapolvo blanco que hace décadas estudiaban de maestras en esos patios plenos de sol.