Mié 23.01.2002

CONTRATAPA

ESTACA

› Por Antonio Dal Masetto

Desazón en el bar, el tema es el eterno retorno a escena de ciertos personajes. No importa que se vayan por las suyas, no importa que los echen con malos modales, no importa que se rajen al extranjero, la cuestión es que tarde o temprano siempre los tenemos de vuelta, encaramados, cortando el bacalao y el resultado también es siempre el mismo, al poco tiempo vuelven a jodernos. Y cada vez nos dejan más pobres, más arruinados y más humillados. La pregunta es: ¿cómo hacen para durar tanto y volver siempre?
–Algo raro tienen –dice un parroquiano–, ni que fueran de acero inoxidable.
–Para mí, que deben haber hecho un pacto, nada les hace mella, se diría que son indestructibles.
–Bueno, entonces admitamos que estamos fritos, hagamos lo que hagamos siempre van a estar ahí.
–Personalmente, ante semejantes evidencias, no me queda más remedio que rendirme. Nunca hubiese sospechado que de mi boca pudiesen salir estas palabras.
Todos asentimos y bajamos la cabeza, resignados.
–Muchachos –interviene el Gallego–, para rendirse hay tiempo, ustedes andan demasiado rápido.
–Don Gallego, si tiene alguna solución para nuestra tragedia, por favor no se la guarde.
–Yo soluciones nunca doy, cada uno debe encontrar la suya, pero les puedo contar algo que a lo mejor les sirve. Resulta que en mi pueblo ocurría lo mismo que les pasa a ustedes con un fulano que era más malo que la peste. Cada vez que tenía la manija nos hacía pasar la de Caín. De tanto en tanto, por las buenas o por las malas, nos lo sacábamos de encima, teníamos un respiro y nos poníamos a reparar todos los desastres que había dejado. Pero indefectiblemente, tarde o temprano, lo teníamos de vuelta. A lo mejor era culpa nuestra, nos fallaba la memoria, no tomábamos las precauciones necesarias, éramos ingenuos, nos confiábamos. Lo cierto es que volvía y de nuevo se las ingeniaba para agarrar la manija. Estábamos desesperados, no sabíamos qué hacer. Lo mismo que ustedes ahora, habíamos llegado a la conclusión de que el fulano era indestructible. Recurrimos a los libros en busca de un antídoto. Dimos con un tomito de un tal Bram Stocker. Ahí aparecía un cierto doctor Van Helsing que tenía el método adecuado para casos de este tipo. La edición era muy antigua y supusimos con cierta lógica que el admirable científico Van Helsing ya no existiría. Pero no nos rendimos, seguramente había dejado sucesores. Así que mandamos una comisión que recorrió Europa hasta dar con una descendiente directa: la doctora Salomé van Helsing. Se le planteó el problema, se arreglaron los viáticos y honorarios, y se la trajo para el pueblo. Era una walkiria impresionante, rubia, un metro ochenta, un avión. Como único equipaje traía un maletín, que sin duda era el legendario maletín de su antepasado. Lo depositó sobre el mostrador del bar, lo abrió, sacó tres estacas, las consideró, eligió una y le sacó punta. Después sacó también un mazo de madera y probó su contundencia golpeándolo sobre la barra. Como se imaginarán, seguíamos la escena en absoluto silencio y con la boca abierta. “¿Dónde está?”, preguntó la doctora. “En el ayuntamiento”, dijimos. Acto seguido la doctora fue a la plaza, eligió el banco que está frente a la puerta de entrada, se quitó la ropa, se pasó bronceador y se puso a tomar sol. No andaba nadie por la calle, todos espiamos detrás de los visillos de las ventanas. No pasó mucho tiempo que el fulano salió y la invitó a pasar. La angustiosa espera duró toda esa tarde y toda la noche. Estábamos en el bar y sólo se oía el rezo de las ancianas que desgranaban el rosario. Nos preguntábamos: ¿Cómo va a hacer esta chica para agarrarlo dormido? Porque sabíamos que el truhán no descansaba nunca. Con los primeros rayos del sol vimos a la doctora Salomé van Helsing cruzar la plaza en dirección al bar. “Ya está –nos dijo–, sus problemas terminaron, la estaca está donde debe estar y de ahí no hay dios que la mueva.” Le agradecimos, la invitamos a desayunar tortilla de papa con chorizo colorado y un buen vino tinto, y la acompañamos al ómnibus.
–Extraordinario –decimos todos–, ¿cómo hacemos para ubicar a la familia Van Helsing?
–Ahora es fácil, pongan un aviso en Internet: Descendiente del doctor Van Helsing se necesita para tarea específica, honorarios a convenir y todos los gastos pagos.
–¿Harán precio por cantidad?
–Ofrezcan una buena paga y no sean amarretes.

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