Vie 04.10.2002

CONTRATAPA

La Vida Sexótica

› Por Rodrigo Fresán

UNO ¿Vamos a ver a Michel Houellebecq? ¡Vamos! Y uno va a ver al autor francés que ha llegado a Barcelona a presentar su polémica novela Plataforma (Anagrama) porque este escritor es uno de los pocos que hace más o menos comprensible ese misterio de ir a ver a un escritor en carne y hueso cuando se sabe que, en el orden ideal de las cosas, los huesos y la carne de un escritor tiene que estar en sus libros. Su ingenio y figura —su manifestación puramente física– no deberían interesarle a ningún lector y sin embargo... Pero en el caso de Houellebecq –ya se dijo– están claros los motivos del desplazamiento: Houellebecq es parte inseparable de sus libros y sus libros son parte inseparable de él. Así, claro, quién sabe donde termina el personaje y dónde empieza la persona. Tampoco importa demasiado saberlo. Mejor así. Es más interesante, ¿no?

DOS Ya saben: Plataforma denuncia el turismo sexual y, de paso, insulta con ganas al Islam. En la novela alguien afirma que “El Islam sólo podía nacer en un estúpido desierto, entre beduinos mugrientos que no tenían otra cosa que hacer, con perdón, que dar por el culo a sus camellos”. Plataforma –al igual que las anteriores e igualmente provocadoras Ampliación del campo de batalla y Las partículas elementales– vendió muchísimo e indignó mucho. Se viene juicio a Houellebecq por “incitar al odio racial” y posible condena a un año de cárcel y multa de 45.000 euros. Me dicen que Salman Rushdie –otro tipo que suele meterse en líos– defendió a la novela y a Houellebecq desde las páginas de The Guardian. Pero atención: no es lo mismo Los versos satánicos que un versero diabólico.

TRES Houellebecq viene a Barcelona. Concede una o dos entrevistas, prohíbe que le hagan fotos, y se distrae paseando por las instalaciones del Festival de Cine Erótico y por ahí se ve a la Cicciolina (un tanto fané pero con su infaltable osito de peluche que, impecable, no envejece) y ya está al caer Rocco Siffredi, mega-estrella porno con pene asegurado en millón de dólares para presentar su magnum opus: tres horas de celuloide X rodados durante seis meses con 120 actores. El Festival tiene lugar en un inmenso espacio llamado La Farga de L’Hospitalet. Música fuerte y chicas menuditas y pulposas que se pasean en lingerie sobre tacos vertiginosos. Los visitantes son, en su mayoría, hombres de aspecto entre furtivo y eufórico. Son las dos de la tarde y una stripper se desnuda sobre una tarima mientras los stands anuncian el lanzamiento de títulos como Ya no son menores de edad, Parte 3 y se invita a la gran retrospectiva de la recientemente fallecida Linda Lovelace, aquella revelación que –junto con el escándalo Watergate– escandalizó a U.S.A. y al mundo entero con una película titulada Garganta profunda. Lovelace murió evangelista y enemiga acérrima del porno, creo. Houellebecq mira todo y toca todo y es muy feliz, parece: “Mejor que el festival de París”, dictamina experto.

CUATRO Ahora es noche de jueves y el auditorio del Instituto Francés está lleno hasta los bordes. Plataforma ha trepado en las listas de bestsellers y Houellebecq ha prometido performance en lugar de presentación convencional. Y aquí viene él: Houellebecq sale con el rostro cubierto por un pasamontañas y anteojos de sol. Lee sin que nadie traduzca. Entiendo cosas sueltas como “clítoris”, “narcisista”, “la eucaristía de su sexo”. Un pianista amigo lo acompaña al piano con florituras e improvisaciones que recuerdan indistintamente a Keith Jarret y a Richard Clayderman. Dos rubias salen al escenario. Una vestida de dorado y una vestida de negro. Houellebecq sigue en la suya, leyendo. Al fondo se proyecta un video muysixties –lente ojo de pescado, cámara lenta, imágenes solarizadas– donde un hombre y una mujer se desnudan y se cubren con una sustancia acrílica. Todo muy Di Tella. La rubia de dorado (Rubia 1, a partir de ahora) le pide a la rubia de negro (Rubia 2) que se quite la bombacha. La bombacha es roja y una amiga que me acompañó me comenta que la idea original de Houellebecq era que Rubia 2 no fuera otra que la también francesa y sexótica y best-seller mundial Catherine Millet, autora de las memorias ninfómanas La vida secreta de Catherine M. Pero no pudo ser y, supongo, Catherine Millet tenía otros compromisos en otra parte. No importa. Houellebecq lee. La Rubia 1 usa la bombacha como lazo para recogerse el pelo y –en claro plan sometedor– le ordena a Rubia 2 que abra las piernas bien abiertas y procede a hacerle un molde de su vagina. Houellebecq lee algo de “orgasmo”. Una vez terminado el molde, lo lleva hasta una mesita donde lo utiliza para elaborar unas galletitas vaginescas hechas con chocolate. Hace muchas. Houellebecq lee y creo entender que dice “chocolate”. Rubia 1 le ofrece una vaginita a Rubia 2. Comparten la vaginita chocolatada. Ponen cara de “qué rico”. Después Rubia 1 le devuelve la bombacha a Rubia 2 y le lleva una vaginita a Houellebecq quien la acepta pero no la muerde. Rubia 1 desciende del escenario y procede a ofrecer vaginitas entre el público. Yo paso. La verdad es que no se ven muy bien. Algunos aceptan sin demasiado entusiasmo y Rubia 1 les hace la señal de la cruz en la frente. Ahí arriba, Houellebecq sigue leyendo mientras, al fin, come haciendo mucho ruido. Al final, se chupa los dedos. Y acaba. Y se va saludando y riéndose. De nosotros, supongo. O de sí mismo. En cualquier caso se va rápido –sin quitarse ni pasamontañas ni anteojos– y, quién sabe, tal vez vuelva a internarse en las profundidades del Festival de Cine Erótico luego de haber declarado a El País que “me doy cuenta que no soy tan bueno”. No digas.

CINCO Le pregunto a alguien que mastica una vaginita de chocolate si está buena. “Psé”, me responde. Yo vuelvo a casa. Enciendo la televisión. Dan Showgirls, esa involuntaria obra maestra del absurdo dirigida por Paul Verhoeven que cuenta las alzas y las bajas de las lap-dancers de Las Vegas. Me río un rato y me río más al recordar el numerito de Houellebecq. Parece que hubiera sucedido hace siglos. Después, me acuerdo de que en unos días, por suerte, llega Ian McEwan a presentar su nueva y magistral novela. A cara descubierta y sin necesidad de andar calentando el chocolate. Y ya es hora de dormir. Que sueñen con las vaginitas.

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