CONTRATAPA
Lula
› Por José Pablo Feinmann
Absurdas, cuanto menos, fueron las reacciones “patrióticas” por esa afirmación del candidato del PT, Lula Da Silva: que la Argentina, habría dicho, era una republiqueta. ¿Y qué? ¿Alguien lo ignora aquí? ¿O no se le permite decir a un político extranjero lo que dice el 80 por ciento del país? ¿Andaría más de media Argentina diciendo “que se vayan todos” si “todos” no hubieran convertido a la Argentina en una republiqueta? ¿O se pretende reeditar lo de la campaña antiargentina de la dictadura? La Argentina no es una republiqueta en totalidad. En algunos de sus aspectos sociales y políticos ha llevado al resto del mundo a visualizarla como un punto de resistencia a la globalización, como uno de los países que generó un fuerte movimiento antiglobalizador. Se podrá, por ejemplo, disentir en muchas cosas con Toni Negri, pero no estaría la Argentina a la mano del más leído teórico-político de los últimos años si fuera una republiqueta. A la mano significa: Negri encuentra elementos –si no ejemplares– ejemplificadores en la Argentina. Y también Paolo Virno. Otro teórico de ese concepto spinociano de la “multitud”. La cuestión, para abreviar, sería así: muchos teóricos extranjeros se han apasionado con la Argentina post 19 y 20 de diciembre de 2001. Piensan en la Argentina de las asambleas, de los piquetes, de los intentos de democracia directa y ni por asomo hablarían de una republiqueta. Tampoco Lula. Cuando Lula habla de la Argentina-republiqueta se refiere a la misma que desde la base de los movimientos sociales más dinámicos de nuestra historia actual se califica como tal. Nunca un país es calificado en totalidad. La “campaña antiargentina” no era “antiargentina”, era “antidictadura”. Se criticaba a un gobierno sanguinario, no a un país. Lo mismo con esto de la “republiqueta”: no se habla de todo el país, se habla de los sectores políticos y económicos que llevaron a este país a ser una republiqueta y lo siguen llevando, ya que siguen enquistados en el poder, y están tramando las futuras elecciones para que todo siga igual, para que nada cambie, para que la Argentina siga siendo, sí, una republiqueta.
La Argentina –hoy– lo es porque en eso la ha transformado el capitalismo financiero que se adueñó de ella con el pero-menemismo. La fundió, se la robó, la enajenó por completo. Sobre esto ya no vale la pena discutir, está hecho y se sabe quiénes y por qué lo hicieron. Lo importante es que no sigan haciéndolo. Y el punto primero es derrotar a la vieja política, la que les permitió a las finanzas destruir el Estado y achicar la nación. Achicarla tanto, pero tanto hasta convertirla en lo que hoy, con loable precisión, el candidato del PT ha dicho que es: una republiqueta. Una republiqueta amasada entre la gula infinita del capital financiero (especulativo antes que productor, enemigo de la producción y enemigo del consumo, que reside en el mercado interno al que ha llevado a la inexistencia) y los políticos que han transformado a la política en una carrera de enriquecimiento personal, transformando, para eso, a su clase en personera servil y cómplice de las empresas financieras. De modo que basta de perder tiempo con patrioterismos estériles. Somos una republiqueta. Y también somos la fuerza que niega, que se opone a los que han hecho del país una republiqueta y dice: “Que se vayan todos”. Somos, así, acaso algo parecido a las multitudes antiglobalizadoras con que sueñan Negri y Virno. Por ese camino se seguirá para impedir el hundimiento total.
Pero hay otra cuestión y es la que atañe al propio Lula. Se lo ve muy confiado y muy seguro de encarnar un proceso que ha fracasado en la Argentina: él lo tornaría posible en Brasil. En la Argentina no hubo un capitalismo industrial con intereses nacionales. Al no existir ese capitalismo (y ser derrotado por una clase especuladora, financiera y corrupta) tampoco existió un desarrollo obrero. Al no existir un desarrollo obrero... no existió un Lula. Lula, de este modo, seenorgullece de las siguientes cosas: 1) En Brasil, “milagro brasileño” mediante (encarnado por una clase capitalista industrial a cuyo frente estuvo Delfim Netto), se consolidó un proyecto capitalista nacional. Un capitalismo que se alejó de la especulación financiera ligada al capital supranacional y se esforzó en crear un mercado interno. 2) Al necesitar de un mercado interno consumidor este capitalismo nacional necesita dos cosas: obreros que trabajen en sus industrias y una población con nivel adquisitivo, el suficiente, al menos, como para sostener la producción de las empresas nacionales. 3) El Estado, lejos de achicarse, se pone al servicio de este proyecto y lo defiende de la banca inter-nacional, extranjerizante, des-nacionalizante. De la banca del capitalismo financiero de mercado que no quiere países con industrias, sino espacios territoriales para invertir sus capitales desterritorializados. 4) Se explica así que en la fórmula del PT confluyan un obrero (Lula Da Silva) y un poderosísimo capitalista (José Alencar). ¿Quién es este insólito capitalista? ¿Por qué los brasileños tienen uno así y nosotros ni por asomo? Pareciera que al revés de lo que en nuestra republiqueta piensan el CEMA, FIEL, la Unión Industrial, la Sociedad Rural, Pérez Companc y Amalita, el empresario híper millonario que acompaña a Lula es la antítesis del empresariado argentino que lucró bajo el menemismo. No sólo es un capitalista industrial, un líder del capitalismo de la producción y no de la especulación, sino que además (y por eso mismo) acompaña en una fórmula electoral a un obrero, a un amigo de Cuba y un opositor al ALCA. ¿Hay alguno así en la Argentina? Será aconsejable no empezar a buscarlo, porque no encontrar algo siempre desalienta.
Pero recomendaría cautela a los brasileños. (Uno es argentino y sabe mucho del arte de la desesperanza.) Es cierto que el esquema es atractivo. ¿Cómo no habría de serlo si las elecciones son mañana? También Menem hablaba de “revolución productiva” y “salariazo”. No era un mero eslógan, era un proyecto nacional plausible. Lula no habla de “salariazo”, pero sin duda confía en una “revolución productiva”. Es más: cree que la está encarnando. Cree, así, que él es la clase obrera, su vice es el capitalismo nacional y cree, por fin, que juntos van a derrotar a los poderes financieros internacionales antagónicos. Desde esta republiqueta derrotada (pero siempre rehaciéndose y, dada su experiencia y la tradición tanguera del país, poco proclive a las esperanzas fáciles) se lo deseamos ardientemente. Ojalá, compañero Lula, tenga mucha suerte. La va a necesitar. Porque esas uniones entre candidatos obreros y capitalistas nacionales (a esta altura del feroz capitalismo imperial y financiero que vivimos) son, no digamos imposibles, pero sí difíciles. Cuando los obreros del presidente obrero empiecen a pedir más de lo que el pacto establecía (y lo van a hacer, dado que aún el “capitalismo nacional” es injusto, como todo capitalismo), cuando el Imperio advierta que el país-continente del Sur está volando muy alto (¡y con un presidente obrero a la cabeza!), cuando la banca internacional sofoque, apriete, imponga sus concepciones antidirigistas y antiestatistas (siempre en lucha, claro, contra todo proyecto socializante, izquierdizante y, cómo no, comunizante), ahí, exactamente ahí, el capitalismo nacional no se pondrá del lado del presidente obrero, sino de la banca internacional, del Imperio. Salvo que el presidente obrero deje de ser obrero. Ojalá el presidente Lula y nuestros hermanos brasileños puedan urdir otro destino. Pero, en el momento eufórico del triunfo, acaso no esté de más recordarles la mayor de sus amenazas.