› Por Horacio Verbitsky
Desde Monterrey
La tediosa sesión sobre Responsabilidad Social Empresarial dejó lugar a una jubilosa sobremesa, en la que Gabriel García Márquez conversó con su primer editor, José Salgar, a quien todavía llaman El Mono, porque en Colombia así les dicen a los rubios y a sus 87 años todavía se le ve el color del pelo. El tema fue el periodismo, para conmemorar los 60 años desde que Gabo dijo que se dedicaría al periodismo porque con la literatura no iba a ganar plata. La tertulia fue bajo una carpa junto a la cascada artificial del hotel de esta ciudad del norte de México, tan parecida a muchas de los Estados Unidos, donde todos los años realiza su seminario sobre calidad periodística la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano. Gabo la creó hace tres lustros, como una escuela itinerante que organiza talleres con reconocidos maestros del oficio para jóvenes profesionales de todos los países de habla hispana. Desde hace ocho años también entrega premios a la excelencia en distintas categorías. El venezolano Teodoro Petkoff, director del pequeño pero incisivo periódico Tal Cual, con el cual dice que no hace periodismo sino política, recordó cuando Gabo ganó el premio Rómulo Gallegos y entregó los 100.000 dólares que le dieron para que la izquierda venezolana creara el diario Punto, que sobrevivió cuatro años. “Se lo bebieron”, comentó alguien. Petkoff lo negó, no se sabe si con el ascetismo del guerrillero marxista o con la manía contable del ministro de Economía neoliberal, que fueron sus dos encarnaciones antes de devenir editor. “Salió hasta que se acabaron los 100.000”, lo ayudó alguien. Mercedes Barcha, que según García Márquez es su dueña pero no su jefa, suspiró por no haber sido consultada antes de la donación, lo cual pone en duda su teoría del matriarcado. Salgar (Bogotá, 1921) negó la autoría de la orden que el escritor le atribuye en Vivir para contarla, de torcerle el cuello al cisne para escribir periodismo. “Yo ni sabía qué eran los cisnes”, se disculpa. La frase es una exhortación de un poeta a sus colegas para librarse de la influencia de Rubén Darío. El Mono tampoco se cree la historia de que esa directiva, real o imaginada, señalara el camino de la objetividad y la precisión, de las que ni el jefe ni el reportero eran fanáticos, como dejaron en claro en el diálogo, para espanto de algunos funcionarios de la FNPI que hubieran querido tapar los oídos de los muchos jóvenes que escuchaban. Salgar dijo que en cada generación los periodistas deben contar las mismas historias, aumenta el costo de vida, hay guerras. El desafío consiste en inventar otra forma de tratar esas noticias y para eso es mejor la mística periodística que “todas estas pavadas que hemos escuchado durante la mañana”. Cuando la jarana ya era general, el Mono y Gabo agregaron una precisión oportuna.
–Con cada noticia había que inventar el periodismo –dijo Salgar.
–Nosotros no inventábamos las noticias, las promovíamos –acotó Gabo, para referirse a una guerra que empezó después de que la escribieran.
Salgar, quien dijo que celebraba las bodas de plata de sus bodas de oro con el periodismo, contó a dúo con Gabo una historia de aquellos años, cuando supo del prolongado hipo de Pío XII y se anunció que si en dos días más no paraba, el Papa se moría. Mientras todas las redacciones se documentaban sobre la biografía del papa Pacelli y preparaban sus ditirambos, ellos acopiaron toda la información accesible sobre el hipo y prepararon una crónica que no se titulaba “Murió el Papa” sino “Triunfó el hipo”. Pero el hipo paró, Pío XII vivió otros diez años y la nota no fue a parar a las historias papales sino al cesto de los papeles. La gozadera había terminado y debía reiniciarse el seminario sobre la Responsabilidad Social Empresarial, que por piedad se resume como RSE.
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