CONTRATAPA
Imitaciones
› Por Juan Gelman
“La Naturaleza imita al arte”, decía Oscar Wilde. Será. En todo caso, nunca en la medida con que el rápido avance armado del imperio está imitando un libro que Zbigniew Brzezinski publicó hace más de cuatro años: The Grand Chessboard . American Primacy And It’s Strategic Imperatives (El grandioso tablero de ajedrez . La primacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, Basic Books, Nueva York, 1997). Quien fuera asesor de seguridad nacional de Carter, asesor de inteligencia exterior de Reagan y copresidente del Grupo de Tareas en materia de seguridad nacional que asesoraba a Bush padre, abre su texto señalando que Asia Central es clave para controlar Eurasia (un territorio que abarca la Rusia europea, Medio Oriente, buena parte de la India y China entera antes de mojarse en el Pacífico) y que la clave para controlar Asia Central es Uzbekistán. No sorprende entonces que días después del ominoso atentado del 11 de septiembre, Bush hijo anunciara que el primer país donde EE.UU. desplegaría tropas sería Uzbekistán. Lo hizo.
En el libro campea la soberbia y el cinismo característicos de Zbigniew Brzezinski (en adelante ZB, tanta consonante abruma). “Por primera vez una potencia no euroasiática ha surgido no sólo como árbitro fundamental de las relaciones de poder euroasiáticas sino también como la máxima potencia del mundo... EE.UU. es en verdad la primera potencia realmente global”, dice en la introducción (pág. 13). Su primacía mundial “depende directamente de cuánto tiempo y con cuánta eficacia sostendrá su predominio en el continente euroasiático” (pág. 30). ZB explica el porqué de esa misión: “La potencia que domine Eurasia controlará dos de las tres regiones más avanzadas y económicamente productivas del planeta” y ese control “acarreará casi automáticamente la subordinación de Africa, convirtiendo al hemisferio occidental y a Oceanía en (regiones) geopolíticamente periféricas... la mayor parte de la riqueza física del mundo se encuentra allí... y alrededor de las tres cuartas partes de los recursos energéticos mundiales conocidos” (pág. 31). ZB precisa: “El consumo mundial de energía aumentará de manera notable en las próximas dos o tres décadas. Estimaciones del Departamento de Energía de EE.UU. anticipan que la demanda mundial se elevará más del 50 por ciento entre 1993 y 2015, y en el Lejano Oriente tendrá lugar el incremento más importante del consumo... la región de Asia Central y la cuenca del Mar Caspio tienen reservas de gas natural y petróleo que empequeñecen las de Kuwait, el Golfo de México y el Mar del Norte” (pág. 125).
ZB evalúa el panorama y le preocupa la existencia de zonas de influencia y apetitos de países –Rusia, China, Irán, Turquía– que podrían entorpecer el proyecto imperial. Aconseja dar “un gran valor a las maniobras y manipulaciones destinadas a impedir el surgimiento de una coalición hostil que eventualmente desafíe la primacía de EE.UU.” (pág. 198). “La tarea más urgente es garantizar que ningún Estado o combinación de Estados obtenga la capacidad de expulsar a EE.UU. de Eurasia o incluso disminuir significativamente su decisivo papel de árbitro” (pág. 198). ZB aclara: “Para usar una terminología que recuerda la era más brutal de los antiguos imperios, los tres grandes imperativos de una geoestrategia imperial consisten en impedir la connivencia entre vasallos y asegurar su dependencia en materia de seguridad, mantener la docilidad de los tributarios y protegerlos, e impedir que los bárbaros se unan” (pág. 40). Se entiende por qué el invisible vicepresidente Cheney declaró que la llamada guerra contra el terrorismo “no puede terminar en vida nuestra”.
ZB formula orientaciones: “Uzbekistán representa el obstáculo mayor a cualquier renovado control ruso de la región” (pág. 121) y es “de hecho el candidato más importante a detentar el liderazgo regional en Asia Central” (pág. 130). “Kazajstán es el escudo y Uzbekistán el alma de los despertares nacionales (antirrusos)” (pág. 130). La realidad le está haciendo mucho caso al texto de ZB: se instalan bases yanquis en ambos países y aun en otros siete más de la región. Pero ZB tiene un temor: “La actitud de la opinión pública estadounidense respecto de la proyección exterior del poderío de EE.UU. ha sido muy ambivalente. Apoyó la entrada en la Segunda Guerra Mundial sobre todo por la conmoción que provocó el ataque japonés a Pearl Harbor” (págs. 24 y 25) y “como EE.UU. se está convirtiendo en una sociedad cada vez más multicultural, podría ser más difícil lograr consenso en cuestiones de política exterior, excepto en el caso de una amenaza externa directa realmente masiva y ampliamente percibida” (pág. 211). ¿Será entonces cierto que Washington sabía de los atentados del 11 de septiembre y los dejó venir? ¿El mundo está convulsionado por una guerra calculada con frialdad y antelación? ¿Para “establecer una dictadura mundial en los próximos cinco años”, según el Dr. Johannes Koeppel, ex ministro de Defensa de Alemania y luego asesor del entonces secretario general de la OTAN, Manfred Warner? No falta quien contesta afirmativamente estas preguntas.
A ZB se le escapa una esperanza, sin embargo. “A largo plazo, las políticas globales serán cada vez más incompatibles con la concentración del poder hegemónico en un solo Estado. Por lo tanto, EE.UU. no sólo es la primera y única superpotencia verdaderamente mundial que haya existido nunca sino que probablemente también será la última” (pág. 209). Sí. En tanto, los principales indicadores económicos de EE.UU. experimentaron en diciembre último su mayor crecimiento desde febrero de 1996. Qué cosa, la guerra.