CONTRATAPA
El nombre en vano
› Por Rodrigo Fresán
UNO “No tomarás el nombre de Dios en vano” dice uno de los mandamientos que apunta a uno de los pecados más difíciles de evitar. Porque uno siempre está diciendo Dios esto o Dios aquello. La palabra Dios es una palabra tan pero tan cómoda. Sirve para todo. Incluso para decir –con posesivo orgullo– Dios mío.
DOS Días atrás –casi en el momento exacto en que el beato español Josemaría “Opus Dei” Escrivá de Balaguer era elevado a los altares en tiempo record por el canonizador serial Juan Pablo II– el angelical Rafael entraba a la casa a de “Gran Hermano 4”. Con el inequívoco aspecto de haberse escapado de una novela de Herman Hesse, Rafael es un seminarista con diez años de preparación que abrió un paréntesis en su vocación religiosa y ahora entra a los sets para ponerla a prueba y someterse a las tentaciones, dice. Rafael ha afirmado –con mirada soñadora de novicio rebelde– que le gustaría ser bailarín. Por ahora es librero. Mañana –ya– es famoso, es víctima de esta nueva forma de fama que te da la televisión-verdad. La producción del programa –ni corta ni perezosa a la hora de explotar este inesperado filón tabú– lo ha rodeado de seis lobas con claro Síndrome de Camila y, por las dudas, del infaltable concursante argentino de rigueur que tiene que haber en todo programa de concursos español que se precie.
TRES ¿Y cómo describir al argentino Matías? Algunos datos que lo dicen todo: camina sacando pechito patrio, estudió marketing, se define como “nómade”, estuvo en todas partes, vive en una carpa en la playa y ya se permite llamar a sus compañeros de encierro mediante articulados silbidos. Lo miro fijo y ¿a qué me recuerda este tipo? Ya sé: tiene el perfil y frente perfectos de uno de esos amigotes con los que Marcelo Tinelli “revolucionó” a la pantalla chica con aquel primero y trasnochado “Videomatch”. En la composición religiosa de este “Gran Hermano” está claro que Rafael es un santo, las chicas son unas... chicas, y el bronceado Matías no puede sino ser el Diablo. Las primeras teorías dicen que el místico Rafael será el primer expulsado de este paraíso catódico por no encajar en el “ambiente” de la casa: ahí se va con ganas de joda y –quién sabe– si alguna se animará con el santito. Porque se podrá decir muchas veces ¡Hostia! –palabra que en España equivale tanto a Cuerpo de Cristo como bofetada bien dada– pero, por las dudas, aquí con Dios no se jode. Y Rafael –a su manera, perverso– ha tomado el nombre de Dios en vano y afuera, blasfemo, vuelve al convento, joder.
CUATRO Supongo que Escrivá Balaguer también lo hizo cuando afirmó que Dios le había comunicado la “inspiración divina” para crear el Opus Dei, esa especie de Mc Donald’s de la religión. Religión rápida. Escrivá Balaguer –incluso– escribió su propia biblia/manual de instrucciones y primeros auxilios titulada Camino donde se leen cosas como “¿Adocenarte? ¿Tú del montón? Si has nacido para caudillo”. A Balaguer le caía bien Franco y no le caían nada bien los reformistas e innovadores Juan XXIII y Pablo VI. Loas acusaba de blandos y masones. Así que montó su kiosco lejos de los centros del poder del Vaticano y tuvo que esperar a que –post-mortem– llegara el actual Retro-Papa para ser recompensado por sus servicios a la Iglesia. Los hombres pasan, el Opus permanece y –quién sabe– con un poco de suerte te toca la Grande en la lotería divina. Si me lo preguntan, a mí los dos milagros que se le atribuyen a Balaguer me parecen poquita cosa y más bien dudosos. Pero ahí no me meto y ya hay libros apasionantes –ensayos como Making Saints, de Kenneth L. Woodward o novelas como Fifth Business de Robertson Davies y Earthly Powers de Anthony Burguess– donde se explica muy bien cómo es que funciona este asunto de tomar el nombre deDios en vano y dictaminar desde aquí abajo quién le hará compañía ahí arriba.
CINCO Lo del principio: el mandamiento más difícil de respetar. Tal vez por eso de “a su imagen y semejanza” el hombre suele invocar siempre principios divinos a la hora de justificar acciones terrenas. Es, también, tan cómodo y, así enseguida, el enemigo –llámense Bin-Laden, Saddam, Sharon, Arafat, Bush o quién se ubique del otro lado– es fácilmente satanizado y allá vamos con tormentas de fuego y apocalipsis now. Mientras escribo todo esto hay una serpiente suelta en las carreteras de Washington con un rifle de alta precisión y una puntería envidiable. Imposible no relacionarlo con el highway-killer, el imprevisible asesino de la autopista que aparecía en la novela Underworld del novelista norteamericano Don DeLillo, especialista en la escritura de distopías catódicas, profetas del Juicio Final y deidades de cabotaje. Ese libro que en la portada de su edición original mostraba una ominosa foto del World Trade Center (R.I.P.), uno de esos tantos templos que de vez en cuando son destruidos por la cólera del Creador o del Destructor. Poco y nada pueden aportar los profilers a este nuevo modelo de asesino serial sólo que “se especula que mata para sentirse poderoso”. Hace un rato me enteré por CNN que –escrito en la espalda de la carta de Tarot que muestra a La Muerte– el monstruo dejó un mensaje para sus perseguidores. Pocas palabras –como corresponde– y, otra vez, un pecado, un mandamiento quebrado. “Querido policía: yo soy Dios.”
SEIS Rafael entra a un claustrofóbico de televisión dotado de “confesionario” desde donde contarle a la mesiánica audiencia sus dudas y malos pensamientos. Hágase la oscuridad. Escrivá de Balaguer ha sido confirmado en la muerte y en tiempos de crisis religiosa entre los religiosos por aquello de lo que, pareciera, jamás tuvo dudas en vida: su destino de elegido. Mientras tanto, cualquier día de estos, Dios vuelve a apoyar su ojo en la mira, nos mira fijo, apoya su dedo en el gatillo y –big bang-bang– hágase la oscuridad.