Lun 13.10.2008

CONTRATAPA  › ARTE DE ULTIMAR

El lápiz de Chandler

› Por Juan Sasturain

Hace medio siglo, el 1º de octubre de 1958, Raymond Chandler –escritor norteamericano de setenta años, autor de algunas de las mejores novelas policiales jamás escritas y creador del detective Philip Marlowe– le contaba en una carta sus inmediatos proyectos literarios a su amiga Helga Greene. El viejo y acalorado Chandler le escribía desde La Jolla, su lugar en el mundo y en California de los últimos años, al que había vuelto, malhumorado, “triste, solitario y –sin saberlo– final” después de una postrera excursión a Londres: “Mi cuento –dice Chandler– trata de un tipo que intenta salirse de la organización de la Mafia pero sabe demasiado y alguien le dice que han enviado a un par de profesionales a matarlo. No tiene a nadie a quién pedirle ayuda, así que va a verlo a Marlowe. El problema es qué puede hacer Marlowe sin ponerse él mismo frente a las balas. Tengo algunas ideas y pienso que el cuento sería divertido de escribir”. Y diez días después, en otra carta a Helga Greene del 11 de octubre, precisaba sus avances y dificultades: “Me levanto a eso de las cinco, tomo mi té, trabajo hasta más o menos las ocho y luego retorno a la máquina de escribir. El cuento avanza fatigosamente, pero es probable que lo tenga que reescribir y afilar un poco. La idea central es demasiado seria para que uno se ponga sarcástico. Y eso tiende a producirme entumecimiento. Y sin embargo la idea es muy buena y, hasta donde yo sé, jamás ha sido hecha: un hombre que trata de salvar a otro de un par de asesinos profesionales, y un hombre que apenas si se merece que se lo salve de eso”.

Chandler no vuelve a mencionar este cuento en su correspondencia pero sabemos que lo terminó antes de fin de año. A partir de allí, el proyecto que lo puso a trabajar y que se llevó las energías que él no sabía eran las últimas fue Poodle Springs (o The Poodle Springs Story), última novela protagonizada por Marlowe, y en la que el detective aparecía insólitamente casado con la millonaria Linda Loring (la del final de Adiós, muñeca). No quedaron más que una veintena de páginas de Poodle Springs, porque Chandler murió el 26 de marzo de 1959. Que el impune y mediocre Robert Parker y la complicidad de los herederos y albaceas de Chandler hayan posibilitado que se hiciera una continuación de ese arranque décadas después y que se convirtiera ese engendro en “última” novela de Marlowe es un crimen acaso menor. Ni el mismo Philip se hubiera tomado el trabajo de enjaular a esos rateros.

Así, el último texto narrativo que completó Chandler fue ese cuento del que le hablaba a su amiga Helga. No lo vio publicado en vida ni tuvo tiempo de ponerle título. Así, apareció como Marlowe takes on the Syndicate (London Daily Mail, abril de 1959), como Wrong Pigeon (Malhut Magazine, febrero de 1961) y posteriormente ha sido reeditado, reiteradamente, con el título que ha quedado como definitivo: The pencil, El lápiz. El título refiere directamente a la condena mafiosa: al gesto de subrayar el nombre. El que aparece marcado en la lista por el lápiz ya está muerto. En el relato, el mismo Marlowe que acoge al mafioso que trata de salirse –el tipo subrayado– resulta también metafóricamente condenado cuando recibe en su despacho una mínima encomienda que contiene sólo y nada menos que un lápiz.

El detective y el novelista no se inmutan, siguen adelante, desenmascaran a los mafiosos y –aunque nadie lo dice– dejan el lápiz sobre el escritorio, le sacan punta para una nueva historia, la próxima que sería nunca.

El de El lápiz no es el mejor Chandler, tampoco el del fragmento de Poodle Springs, menos incluso el de la anterior novela que publicó en el mismo 1958 a partir de un guión previo, Playback. El metafórico lápiz estaba roto o mocho desde hacía unos cinco años, desde el momento en que terminó y publicó El largo adiós, a la que pudorosa, amorosamente consideramos su última y mejor novela.

Pero hay algo de maravillosa y al mismo tiempo patética dignidad en ese viejo golpeado y orgulloso que lo sigue intentando: “El hombre es más noble que su suerte”, escribió en un inédito poema de ese último año. Así fue en su caso.

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