› Por Osvaldo Bayer
Otra vez más la Etica triunfa en la Historia. He estado en Córdoba para llevar al público joven mis recuerdos del Cordobazo. Cuarenta años después. Quedó en claro en todos los actos el desprecio profundo hacia los dictadores de turno de aquella época y de sus obedientes uniformados. Y por supuesto de sus civiles que llegaron a cualquier traición a los principios éticos con tal de alcanzar poder. Y límpidos, así, límpidos, con la fuerza de esa palabra, los herederos del pueblo. Los que pusieron el rostro en la primera fila de la gente en la calle. La voz, el coro, la protesta como única arma, pero la razón de esa protesta contra los represores, los defensores de los intereses sucios del egoísmo. Ese Onganía, ese general estreñido, el monumento al egoísmo y de la orden del grito y el cuerpo a tierra.
Los trabajadores y los estudiantes, qué conjunción. El basta a la dictadura militar, el sí al derecho a la libertad, el sí a la vida digna, el no al mandoneo, a las rejas, a la humillación diaria. Y en todos los actos, en todos los seminarios surgió una figura. Agustín Tosco, el Gringo. Allí, con su traje de trabajo en el medio de la primera fila haciendo frente a los lanzagases y a los siniestros bastonazos de aquella policía.
Me pidieron que relatara mi experiencia con el Gringo cuando por el gremio periodístico delegado ante los congresos de la CGT. Y allí estaba él. Siempre sabíamos que se iba a poner de pie para hacer escuchar su protesta o su propuesta. Un idioma distinto. Lo vi trenzarse con Vandor, cuando éste recibía el apoyo del dictador Onganía y Tosco sabía que al salir lo podían esperar para el puñetazo o las esposas. O más tarde, en sus trenzadas con Rucci, el metalúrgico obediente y cauteloso. El mejor documento fue esa discusión en Canal 7, entre los dos, donde quedaron claras las posiciones. Rucci, que no quería meterse con el sistema, y Tosco, que veía como única salida digna una lucha para cambiar esa sociedad plena de promesas, de modificaciones para no cambiar nada y niños con hambre. Sí, esas expresiones textuales dichas ante la pantalla: Tosco: “El Movimiento Nacional Intersindical es socialista, levanta la bandera de la liberación nacional y social”. Rucci: “El peronismo plantea la unidad de todos los sectores, no plantea la lucha de clases. Bien lo ha dicho el general Perón”. Tosco: “Nuestra visión del socialismo nace incluso en el programa de Huerta Grande, del manifiesto del 1º de mayo de la CGT de los Argentinos y del documento de octubre del Movimiento Nacional Intersindical. Nosotros queremos rescatar los medios de producción y de cambio que están en manos de los consorcios capitalistas, fundamentalmente de los monopolios, para el pueblo, socializarlos y ponerlos al servicio del pueblo. Nuestro punto de vista es que deben desaparecer las clases y que debe existir una sola clase, la de quienes trabajan. Y no como ahora que existe la de los explotados que trabajan y las de los explotadores que sólo viven del esfuerzo de los demás”. Rucci: “Eso no es socialismo sino marxismo”. Es cuando el locutor le progunta a Rucci: “¿Usted le tiene mucho miedo al marxismo?”. Y Rucci le responde: “No, no le tengo miedo. Pero considero que el marxismo ya no tiene más vigencia en el mundo”.
La lucha del Gringo Tosco fue contra la burocracia sindical. Lo demostró con su ejemplo. Han salido muchos libros ya con testimonios de los que lo conocieron y hablan de su total humildad en su forma de vivir y de vestir. En el libro Tosco, grito de piedra, el doctor Habichayn relata que cuando estuvo preso, Tosco se opuso a que el sindicato de Luz y Fuerza le hiciera llegar a su familia un dinero para cubrir las necesidades inmediatas. No aceptó eso de ninguna manera. Lo rechazó de plano. Planteó que jamás se debía sacar dinero del sindicato y que, en todo caso, si algunos compañeros querían aportar voluntariamente, lo aceptaría. Eso le parecía lo correcto. Apelaba a la conciencia de los trabajadores.
La solidaridad. Lo mismo ocurrió cuando estaba preso en Trelew y el ERP hizo el operativo para liberar a los detenidos. El propio Gorriarán Merlo, uno de los presos participantes, le ofreció un lugar a Tosco en el auto que los iba a llevar al aeropuerto y de allí volar hacia Chile, y de esa manera quedar libre. Tosco, le agradeció pero dijo: “No, yo quiero que me liberen los trabajadores con sus acciones solidarias pidiendo mi libertad”. Y se quedó.
Su compañero de prisión, Suárez, dirigente obrero, relata: “El Gringo Tosco era uno más lavando los platos en la cárcel, sin aceptar cualquier ventaja que le pudiera dar su nombre o el respaldo de todo un gremio y todo un pueblo que estaba detrás de él. No permitía ningún privilegio, al contrario, exigía que se lo tratara exactamente como se nos trataba a nosotros”.
Me tocó en suerte también esta vez presentar el bello libro de fotos de Tosco y sus acciones llamado Tosco, la calle tiene memoria, de Adrián Jaime. Es el mejor testimonio del coraje civil y la humildad de este héroe, de este Hijo del Pueblo: siempre adelante en las marchas, siempre dirigiendo la palabra en las manifestaciones. El Cordobazo queda ahí mostrado desde sus aspectos más emocionantes.
La muerte del Gringo iba a desbordar todos los cánones de la tristeza. Morirá perseguido por las Tres A. Estaba muy enfermo de cáncer. Pero no lo pudieron internar en un hospital para su tratamiento porque allí lo iría a buscar la banda de asesinos de López Rega. Igual, sus amigos hicieron todo lo posible para atenderlo. Un médico amigo lo visitaba. Finalmente falleció de un tumor. Lo que nunca podrán explicar los sindicalistas del oficialismo de entonces es cómo ellos no le ofrecieron ayuda, lo internaron en uno de sus hospitales y le pusieron una guardia especial. Pero no. Fue más fácil lavarse las manos diciendo “fueron las Tres A” y no nosotros los que le hicimos la vida imposible.
Nos imaginamos ésa su última soledad. Su sepelio convocó a veinte mil personas. Pero en determinado momento atacó la policía y la gente fue golpeada y perseguida. Muchos se tuvieron que refugiar entre las tumbas del cementerio. Por haber ido a despedir a un hombre honesto. Pero la verdadera Historia no perdona. Pese a a su persecución, hoy Tosco es uno de los héroes máximos de los trabajadores y del pueblo todo. Comparable con aquellos que en el siglo XIX comenzaron a organizar las “sociedades de oficios varios” para lograr una vida un poco más digna, a pesar de la cruel ley 4144, de Julio Argentino Roca, por la que se expulsaba a todos los extranjeros que impulsaran ideologías “contrarias al ser nacional”. Como decían los oradores salidos de las “casas bien” de aquel entonces.
Después de regresar de Córdoba, al día siguiente fui a visitar la cárcel de Ezeiza, de mujeres. Presas “comunes”. Les hablé a ellas de los ideales de mayo y de aquella increíble asamblea del año trece que prohibió “para siempre” el uso de tormentos en la averiguación de delitos. 1813. Ciento veinte años después el militar Uriburu oficializaba de facto el uso del invento argentino: la picana eléctrica del comisario Lugones. Y 160 años después, Videla, Massera y Agosti la utilizaron como utensilio diario en los lugares de detención. Y ya en nuestros días el occidental y cristiano, Bush oficializaba la tortura en Guantánamo. Cuando me oyen, las presas de Ezeiza despuntan una sonrisa burlona como diciendo “todo sigue igual”. Tres de ellas muy jóvenes me hablan para decirme que no se les permite estar con sus pequeños hijos porque ellas son menores de edad. Una de ellas es ya madre de tres niños. Se quejan porque los organismos de derechos humanos nunca las visitan. Tienen urgencia de confiarles sus sufrimientos. “Por aquí, nunca vienen”, me dicen y me miran con ojos muy tristes, sin esperanzas.
Hace mucho frío. He tenido que darles la clase en un salón sin calefacción, pese a la temperatura. Tengo luego que caminar por los playones de la cárcel más de un kilómetro hasta la salida porque no hay servicio de transportes. El diablo debe estar gozando, me digo. Y pienso en las largas prisiones que sufrió el gringo Tosco en estas tierras de las espigas de oro.
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