Mar 21.07.2009

CONTRATAPA

Luna y fantasmas

› Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Ya está, ya lo vieron, ya existe. El fantasma de Michael Jackson deslizando su tristeza y acaso su furia por los pasillos de Neverland mientras los vivos y los muy vivos toman una y otra vez su nombre más o menos en vano. Larry King presentó el tape en cuestión y, por supuesto, ya se lo puede rastrear en Internet. Poco y nada importa que Jackson haya sido un fantasma en vida durante los últimos años de su vida y que quien mejor lo homenajeara no haya sido un familiar lloroso o un colega cantante, sino Johnny Depp en una película llamada Charly y la fábrica de chocolate con la autopsia en vida de un lunático atrapado por la gravedad de su propia e irresistible órbita. Ahora, claro, es el momento de las teorías, de intentar vislumbrar cuándo fue que se encendió todo y son muchos los que coinciden en señalar al Expediente Pepsi como el principio del largo fin. También por estos días ha aparecido la filmación completa del accidente en cuestión: el pelo de Jackson en llamas mientras filmaba un comercial para la Pepsi (aunque debería haber sido para la Coca-Cola, pienso, teniendo en cuenta aquello de “la chispa de la vida”) y, seguro, lanzando grititos desesperados como aquellos que puntuaban los versos de sus canciones. No importa, ahora Jackson vaga por ahí y yo imaginaba que la materialización de un fantasma –el tránsito de la carne envuelta por una sábana a la sábana cubriendo a la carne– era un tanto más largo, que había que cumplimentar ciertos requisitos previos. Pero parece que no y lo cierto es que Michael Jackson –quien conquistó la gloria planetaria y lunar como zombie– va a ser un buen fantasma porque, si se lo piensa un poco, todos los fantasmas practican el moonwalking.

DOS Falta menos para que alguien vea la cara de Michael Jackson en algún cráter de la Luna. De ser así, por favor, que lo filmen y –no como, parece, ocurrió con las cintas de la trascendental primera caminata lunar– no borren los archivos. Subirlos y enredarlos en la red. Para siempre. Alojarlos en esa zona fantasma, en esa caja embrujada sin fondo. Allí están todos, allí vamos todos a parar: el cementerio invisible que nos inmortaliza y nos obliga a seguir moviéndonos por toda la eternidad, vigilados desde una Luna virtual y falsa como aquella en la que moraba el creador de El show de Truman. Cuesta pensar en tiempos donde nada se preservaba y todo se perdía y –si uno tenía la suerte de haberse cruzado con un pintor de renombre– sólo quedaba la posibilidad de volver desde el otro lado como espíritu en las paredes de un museo. Ahora no, ahora uno vive para siempre y hasta muere eternamente como ese pobre chico ensartado por un toro en los últimos sanfermines o ese bebé de una mujer marroquí muerta en España por la gripe A (bebé fallecido a los pocos días debido a un escalofriante error médico) o esa mujer atropellada al paso del Tour de Francia o ese fantasma del hombre más viejo del mundo súbitamente y por unos segundos convertido en el fantasma más nuevo del mundo: alguien que luchó en los cráteres de algo que todavía no era la Primera Guerra Mundial, sino la Gran Guerra, porque se suponía que ya no habría más guerras después de ella. Está todo ahí, flotando como basura espacial alrededor de la Luna. Espectros... Y la ministra de Sanidad española ya ha anunciado la fabricación en serie de 8000 nuevos fantasmas –cuando comiencen a bajar las temperaturas y subir las fiebres– este próximo invierno, cortesía de la gripe A. Preparen los pañuelos cada vez más grandes y, también, las camaritas cada vez más pequeñas porque ¿habrá algo más cool que colgar la intimidad definitiva de la propia muerte en Facebook para compartirla con esos conocidos a los que uno jamás conocerá? Ahí, con todos esos fantasmas de los cables a los que tanto se invoca en los ratos libres en los que no estás jugando a Ghostbusters: The Videogame. El joystick como tablero ouija de una tercera película que nunca llegó a ser y que ahora regresa, como ectoplasma, como videojuego. Nada se pierde, todo se transforma. Y se descarga y conecta y se enciende.

TRES Y si hay algo más fantasmal que esos tres golpes con los que solían anunciarse los fantasmas del ayer, ese algo es aquel “pequeño paso para un hombre pero un gran paso para la humanidad”, slogan perfecto y envasado al vacío por alguno de los lunáticos mad men que pasaba por allí. La Vanguardia publicó foto a tamaño real de esa pisada (mide 33 cm de largo y 15,2 cm de ancho) y mapa del paseo en cuestión (que se alejó apenas 60 metros del módulo, pero muchas idas y vueltas durante dos horas y media) para, después, salir de allí dejando banderita recordatoria. Muchos dudaron de la veracidad del asunto (se señaló a Stanley Kubrick como director del engaño), pero fueron muchos más los que de pronto perdieron interés en el asunto. Ahora, parece, se encienden de nuevo los motores del asunto. Nuevas misiones, muchos países, otra vez eso de la base permanente. Pero esta vez impulsados no por la idea de que allí haya algo, sino por la certeza que, dentro de poco, acá no va a quedar nada.

CUATRO Otro fantasma recién hecho que seguirá viviendo en su cuerpo eléctrico perfectamente preservado: Walter Cronkite, alias “el hombre más confiable de los Estados Unidos”, cabeza parlante paradigmática de los noticieros norteamericanos y patentador del mantra despedida “And that’s the way it is”. Cronkite –por supuesto– informó de la llegada del hombre a la Luna hace cuatro décadas. “Oh, boy” fue lo que Cronkite dijo entonces y no hacía falta decir nada más. Pero yo lo recuerdo más y mejor a partir de ese otro momento en el que Cronkite, en mangas de camisa, se quita los anteojos, mira un reloj, vuelve a ponérselos y certifica el parto del sólido fantasma de JFK (quien prometió el alunizaje como meta de la carrera espacial contra los soviéticos) y el disparo de partida de la especial carrera de la compulsión conspirativa Made in USA. A partir de entonces, nada es del todo como te lo dicen, no alcanza con ver para creer, toda realidad está levemente posada sobre otra realidad. La película espontánea de Abraham Zapruder –imágenes tan borrosas y poderosas como las siempre cuestionadas postales de Neil Armstrong dando saltitos ingrávidos– no pudo ser lanzada en el acto rumbo al satélite artificial de YouTube. No importa. Ya está ahí, junto a tantas otras muertes célebres y anónimas, cercana a tantos dioses inmortales y a tantos mortales adoradores. Miramos pantallas como alguna vez se miró a la Luna: como a una diosa que salía para mirarnos durante las horas en que ese otro dios, el Sol, se ponía para descansar o para mirar a otros. Se supone que hemos avanzado, que somos mejores y más sabios, pero me pregunto si no era mejor mirar a la Luna e imaginarnos tantas cosas imposibles que estar todo el tiempo en la Luna, tan enchufados que ni siquiera tenemos tiempo para comunicarle a Houston que tenemos un problema.

Y así es la cosa...

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