Sáb 10.10.2009

CONTRATAPA

La noble igualdad

› Por Osvaldo Bayer

Recorrer la sociedad. Ver los rostros. Visitar los lugares de la lucha por la dignidad de la persona humana frente a la defensa de los intereses particulares. Una telaraña infinita de desacuerdos, intereses, protestas de los que ven pronto su bolsillo vacío y los ojos de los niños que esperan. Búsquedas. Intercambio de sonrisas de los del verdadero poder ante sus márgenes cada vez más interesantes. La palabra “ganancias”. Los filósofos que limpian sus lentes cada vez empañados.

De pronto, un maestro me alcanza un sobre. Una invitación de la Escuela Media Nº 7 de Berazategui a la imposición de nombre a esa escuela. Por el voto de los docentes, de los padres, de los alumnos y de los no docentes, se bautiza a ese centro de educación con el nombre de Ernesto “Che” Guevara. Nada menos. Algo está pasando, me digo. La gente está perdiendo el miedo. No votaron nombres como antes, para no ser sospechados de nada, quedar bien y mirar hacia adelante. Los clásicos, Bartolomé Mitre o Julio Argentino Roca o Perito Moreno o por trigésima vez Domingo Faustino Sarmiento. Nos relatan que ese colegio no tenía nombre y hace quince años se hizo la votación y fue elegido también el Che como nombre. Pero las autoridades superiores no lo permitieron. Tres lustros después se insistió y, esta vez sí, el responsable del ministerio puso la firma, aceptando la voluntad popular. Bueno, estamos aprendiendo algo de lo que se llama democracia, justamente allí, donde se enseña a las generaciones venideras. Los otros dos nombres más votados fueron el de Rodolfo Walsh y el de Azucena Villaflor, la primera Madre de Plaza de Mayo asesinada por los dictadores de uniforme. Es decir, tres nombres de quienes ofrecieron su vida por una nueva sociedad y no por un mejor bolsillo propio.

Y sí, algo pasa en esta aldea argentina donde están los de siempre, aquellos que no se rinden. Al día siguiente me tocó estar en Azul; allá, en medio de esas pampas increíbles de verdes y estrellas. Me esperaban en la Escuela Nº 503. Se hacía una reunión plena de público, niños, educadores, músicos. El director, Jorge Meza, explicó que el instituto de enseñanza se llama, por supuesto, Julio Argentino Roca, nombre impuesto por la dictadura militar de desaparición de personas, por resolución del ministro de Educación de 1979, general Ovidio Solari. Una escuela de educación especial, de niños con problemas de desarrollo mental. Justamente para ella el nombre de un genocida, cuyo única meta fue “Muerte y Propiedad”. Y lo más hermoso del acto fue cuando esos niños alumnos, que parecieran vivir en un mundo de sueños, interpretaron con instrumentos de percusión danzas criollas que incitaron a todos a mover sus cuerpos al compás. Y luego con los mismos sonidos imitaron a una murga carnavalera. Ahí estaba la vida, contra el nombre de un genocida impuesto por una dictadura genocida. Esos niños que viven en otra esfera, con sus bocas siempre sonrientes, le decían sí a la vida con su música y sus movimientos. Era como un arroyo de esos que rompe la montaña y se lanza al aire en saltos de espumas y gotas. La vida. Y luego se abrieron las urnas, para votar por un nuevo nombre para la escuela. Sí, estoy seguro que esos votos van a ser verdaderas semillas. Y que surja de allí un nombre de los que lucharon por algo, como escribía aquel increíble Esteban Echeverría en 1837: “Asociación, progreso, libertad, igualdad, fraternidad, términos correlativos de la gran síntesis social y humanitaria, símbolos divinos del venturoso porvenir de los pueblos de la humanidad. La libertad no puede realizarse sino por medio de la igualdad, y la igualdad sin el auxilio de la asociación o del concurso de todas las fuerzas individuales encaminadas a un objeto, indefinido: el progreso continuo. El camino para llegar a la libertad es la igualdad. La igualdad y la libertad son los principios engendradores de la democracia”.

Luego, siempre en busca del ejemplo de los que no se rinden, visité la cárcel del Partido de San Martín. El pabellón de los jóvenes presos “comunes”. Me invitaron esos presos para presentarme algo que han creado ellos mismos: una biblioteca. Me hacen pasar. Ojos sonrientes llenos de vida. Me dan la mano y me empiezan a mostrar los libros que van coleccionando. Me sorprende la seriedad con que me abordan. Uno me dice, con tono convencido y esperanzado: “Queremos leer, estudiar, pensar sobre nuestros errores cometidos para con la sociedad, pero no dejarnos aplastar por el recuerdo de esos errores sino prepararnos para ayudar a la sociedad que encontraremos a nuestra salida. Queremos aprender lo que no pudimos en nuestra vida anterior y sumarnos a la sociedad para ayudarla”. Los otros asienten. Me dan ganas de aplaudir con entusiasmo. Pero guardo silencio y miro al próximo como para invitarlo a hablar. Sigue el diálogo. Me muestran los libros, que van clasificando. Libros que antes jamás habían tenido en sus manos. Y ahora sí, en la cárcel.

Me despido. Pienso en la sociedad, en todos sus matices, como mosaicos, todo tan increíblemente distinto, sus búsquedas. Los que ordenan, los que sueñan, los que buscan, los que impiden, reprimen, sojuzgan. Pienso en los niños de las villas miseria. Se abren el camino en las tinieblas, no todos. Algunos terminan ahí. Otros se recuperan coleccionando libros en la cárcel. Dentro de cinco, seis, diez años saldrán. ¿Cómo los recibirá la sociedad? Mientras tanto habrán viajado con esos libros por mundos que tal vez intenten fundar cuando se les abran las puertas con rejas hacia la libertad.

Abro los diarios. Veo las fotos de Terrabusi. Policías a caballo con largos látigos. Los obreros y obreras arrinconados. ¿Quién ordenó el látigo? ¿Cómo se llama el policía que pegó? Pegaron a obreros que dan formas a masitas para niños. No, me digo, de pura impotencia, vuelvo a la cárcel para hablar de libros con los jóvenes bibliotecarios. ¿Dónde está la razón, dónde está la búsqueda?

Acabo de oír por la radio la voz de un ejecutivo de la ex Terrabusi que se enorgullece de las ganancias que entran mensualmente en las arcas de la empresa en todo el mundo. Como para decirnos: somos los mejores y no nos vamos a dejar doblegar. Miles de millones al año. Veo su imagen en televisión. Sonríe, convencido de que allí está la verdadera vida. Que son los mejores. Ganar. Los policías, con cascos y látigos, arremeten. Veo a dos obreras correr desesperadamente. Las masitas Terrabusi de antes. ¿Quién dio la orden a la policía? Alguna vez se va a saber. Siempre ocurre así. Lo hemos visto en la historia del movimiento obrero. Aquellos que empezaron a luchar por las ocho horas de trabajo y que fueron denigrados como agitadores, saboteadores y otras palabras, sus nombres quedaron sin embargo en la historia de la lucha por la dignidad. De los represores, nada, salvo eso: que fueron nada más que represores del derecho. La firma Kraft debe saber que sólo el diálogo y la mano abierta para la solución la pueden llevar a ser considerada en el mundo del trabajo como digna. Si gana tanto, vuelque un poco más en las manos que dan forma a sus productos. En el egoísmo hay una secuela que no se puede curar: el odio.

Lo mismo me ocurrió cuando fui a visitar en Quilmes a los trabajadores de la Cooperativa Textil Quilmes, quienes fueron desalojados en agosto del edificio de la ex empresa Ferratex, luego Filobel y por último Fedabtex. Desde ese momento, los hombres y las mujeres del trabajo acamparon en las afueras del establecimiento. Allí están: sufriendo las inclemencias del tiempo y todas las humillaciones que representan no poder trabajar en su oficio y en su cooperativa, la forma más democrática para trabajar. La empresa, en octubre de 2008, despidió a 120 operarios, dejando en planta sólo a diez. Pero a los despedidos no les abonaron las indemnizaciones. Entonces éstos, con total sentido del verdadero derecho a trabajar, ocuparon la fábrica y fundaron una cooperativa, imitando el claro ejemplo de Zanon, que demostró como cooperativa ser superior en producción y en fuente de trabajo a los antiguos empresarios. Pero el juez Vendola y el fiscal Saizar ordenaron el desalojo de la fábrica. En vez de favorecer al trabajo, favorecieron la desocupación y la malignidad empresaria, que ni siquiera cumplió con el pago de las indemnizaciones. Pero los trabajadores no se rinden. Allí están, contra viento y marea. Los representantes del pueblo de Quilmes tienen que intervenir. Se trata de una fuente de trabajo y de trabajadores que quieren mantener a sus familias. No se les puede negar ese derecho indiscutible. Primero el trabajo y después la pequeñez de discutir si el empresario que no paga sigue teniendo todos los derechos de cerrar la puerta y mandarse mudar.

Allí están los obreros. La sociedad les impide trabajar y cumplir con sus ideales de una cooperativa de trabajo. Los representantes del pueblo se callan la boca. La Justicia envía a la policía como única solución. El empresario sonríe detrás de la cortina de un restaurante de lujo. La otra Argentina, no aquella del pensamiento de Mayo de 1810. Aquella que quiere seguir cantando el Himno: “Ved en trono a la noble igualdad”. La noble igualdad. Libertad, libertad, libertad.

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