CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
En estos días, a varios no se les pasó por alto un hecho transparente y significativo: en el Día de la Soberanía se celebra –aunque no demasiado– un corte. Un corte histórico. Porque pasar, los gringos pasaron. Pero el corte les costó. Nadie lo ha dicho mejor que el joven e insospechable Miguel Brascó en el paradójico “triunfo” La Vuelta de Obligado, que cantaban tan bien el Turco Cafrune, Zitarrosa o Alberto Merlo: “Qué los tiró a los gringo’ hij’una gran siete... / Navegar tantos mares, / venirse al cuete, / venirse al cuete...”
Que el 20 de noviembre de 1845 el general Lucio Mansilla –más Thorne, más Santa Coloma, más el “gaucho” Rivero, más Facundo Quiroga (h)– le hayan hecho el aguante durante horas a la poderosa flota anglo-francesa acá nomás, a la altura de San Pedro, en la Vuelta de Obligado, es una hazaña, un gesto heroico que se llevó un montón de muertos y heridos de ambas partes. Es sabido, y se ha recordado en estos días, que la estrategia acordada con Rosas por el padre de Lucio V. –el de la excursión a los ranqueles– fue elegir ese tramo estrecho del Paraná para cruzar gruesas cadenas de orilla a orilla, sostenidas en chalupas y botes. Cortar el río, bah: no dejarlos pasar hacia el norte y ahí, una vez inmovilizados, amontonados y sin mucha libertad de movimiento, castigarlos a cañonazos con las baterías emplazadas en la costa.
Fue un combate desigual entre fragatas modernamente artilladas contra unos cañoncitos así. Sin embargo, para cuando finalmente los invasores pudieron “silenciar” las baterías, romper las cadenas y forzar el paso, el costo de vidas y daños materiales en las naves averiadas era muy alto. Pagaron caro el peaje ese día y en las escaramuzas que siguieron. Un año después renunciaban a su pretensión: el Paraná no era mar abierto sino espacio soberano de una nación soberana. El corte funcionó. Ingleses, franceses y sus impresentables aliados nativos, exiliados o no, se la tuvieron que bancar. Al menos durante un tiempo.
“Cómo rompe las pelotas este Rosas, que no deja circular por el Paraná arriba y vender tranquilos nuestras manufacturas... Así esta gente nunca va a crecer, así no se puede hacer negocios. Hay que pasar por la aduana, perder tiempo...”
No quiero exagerar ni realizar saltos de razonamiento excesivos, paralelos disparatados. Pero es curiosa la actualidad de estas cuestiones. No sólo en términos de alta geopolítica –los eternos avances del imperio de turno sobre las más o menos precarias barreras proteccionistas de las naciones periféricas– y en el reiterado argumento de las “trabas para hacer negocios” que se esgrimen para criticar toda opción alternativa al saqueo del capitalismo salvaje, sino a algo mucho más sutil pero emparentado y enquistado “naturalmente” en la vida cotidiana: la vigencia increíble, en cierto sentido común urbano de clase media (comunicada y comunicante que tiene auto / consume taxi), de lo que no sé definir sino como ideología de la circulación.
Paralela o complemento perfecto para la insoportable y omnipresente ideología de la seguridad, la ideología de la circulación se manifiesta y circula –sin ironías– por los mismos medios. Quiero decir: las “dificultades de circulación” y los “problemas de inseguridad” aparecen convertidos en principales cuestiones que deben ser el/los motivos cuasi excluyentes de atención, ocupación/preocupación cotidiana para un cierto sector de la población argentina constituida –por influjo de ciertos medios de comunicación masiva– en el receptor y destinatario privilegiado del mensaje de los medios. Voy a ser grosero, acaso injusto, pero la sensación es que cierta radio y cierta tele hablan de, para y desde el que está arriba del auto. Y ésos –digo yo– ¿cuántos son/somos? ¿Qué y cuánto significan en el contexto general del país y de la sociedad esos sus/nuestros “problemas”?
La cuestión ejemplar es así: casi “naturalmente” –tal como funciona la ideología, dicen los que saben– ciertos informes mañaneros de noticieros y radios le hablan no a la gente en general (el total de la múltiple y descalificada, sufrida población) sino preferentemente a los que tienen auto y deben manejar para ir y volver de su trabajo, o de lo que fuere que necesiten hacer, moviéndose en la ciudad.
Se les avisa, al hablar del “estado del tránsito”, que puede haber “problemas”, en general de tres orígenes: con el clima –si llueve y se inunda, si hay granizada y te caga el auto–, de obras (a ver qué rompieron ahora) y de manifestaciones (otra vez cortaron, quién sabe por qué, estos hijos de puta).
Tres hechos diferentes, de naturaleza radicalmente distinta, asimilados / contados como “problemas” en la experiencia aparentemente pasiva de un damnificado. Esa es, la del damnificado, la figura que se recorta: ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¡Qué país de mierda!, etc.
En realidad, cuando hay “dificultades de circulación”, las noticias que importan y de la que ese “problema” es una consecuencia por lo general menor, son otras: lo importante en este país es (la necesidad de) que llueva, no sólo que haga “buen tiempo” para irse un fin de semana a la costa; lo importante es qué obras se hacen o se dejan de hacer y si hay una manifestación que corta una calle –más allá de la pertinencia de la forma– la noticia principal es el reclamo, no la molestia ocasional del que no puede pasar
Lo increíble es que después de reiterar hasta el infinito este mecanismo de comunicación, se detectan “estadísticamente” –a falta de otras variantes menos impresionistas y más genuinas– síntomas de “malhumor” social. Para medirlo, es curioso, se computan los bocinazos privados o el pensamiento vivo del taxista atascado y no las protestas realmente malhumoradas de los que no tienen laburo, de los que piden por menos represión, de los echados por una empresa negrera o de los trabajadores que pelean por una democracia sindical largamente demorada.
En realidad –yendo un poco más lejos– lo que jode es la imposibilidad de trasladar las reglas de la propiedad privada y la lógica del negocio, al espacio común o público, con su lógica necesariamente solidaria. Eso se nota, a nivel macro, cuando en otros órdenes y otro ámbitos el “problema de la circulación” involucra a personas físicas reales, no a autos o capitales, y la tortilla del discurso ideológico liberal central se transforma: fuera los inmigrantes, fuera los indocumentados, de ese color no, por acá no se puede pasar ni circular, no jodan, miren por la ventana.
Y a veces les / nos toca, a los malhumorados de burguesa ocasión, saber en realidad de qué se trata la acomodaticia ideología de la circulación.
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