› Por Sandra Russo
El barrio Alto Comedero, hacia donde fue creciendo San Salvador de Jujuy, se deja ver con la perspectiva del cerro. Entra uno en él como en cualquier barrio suburbano, acostumbrando los ojos a la pobreza, que aumenta en relación inversa al centro. Esto último es aplicable al mundo.
De pronto se ven las casas del barrio Túpac Amaru. Son hileras de cuadrados pintados con los colores de la tierra norteña. Celestes, amarillos, ocres, verdes. En muchos tanques de agua, que coronan las casitas como las chimeneas de los cuentos clásicos, sobre el negro brilla la imagen de Túpac Amaru. Es una imagen fuerte, desprendida de lo expresionista del retrato histórico. Es elemental: recrea el elemento indígena y el gesto resistente.
Esas viviendas sociales que a cualquier contratista del Estado le cuestan 130.000 pesos, a la organización le cuestan 86.700. Para abaratar los costos producen ellos mismos los bloques de cemento y las carpinterías metálicas. El taller metalúrgico tiene tres turnos: trabajan las 24 horas. Y apenas hubo un excedente, se montó la fábrica textil. En ella, la encargada explica las tareas de los hombres y las mujeres que costuran absortos en su trabajo y rodeados de una pulcritud luminosa. Son 146. Hacen delantales blancos. Pero también acolchados y remeras bordadas por encargo. Sobre la inmensa pared del fondo, la pared indica: “Compañero, tu patrón no comerá más de tu pobreza”.
Los orgullos actuales de la Túpac Amaru son tres: el Cemir (Centro Integral de Rehabilitación para personas discapacitadas), el Parque acuático y el Parque temático. Los tres son sorprendentes, por distintos motivos. Pero probablemente en el Cemir se concentren los ataques de emoción o de llanto de los visitantes que llegan para conocer el barrio. Sobre todo si se trata de hombres o de mujeres que alguna vez entrevieron un orden de las cosas diferente. Incluso allí se ha registrado la emoción de algún cronista con firma conocida de un gran diario. La cobertura después no reflejó ese momento.
El Centro de Rehabilitación fue construido en cuatro meses. A la entrada hay una plaza con juegos adaptados. El edificio tiene todo lo que podría tener un centro prestador de servicios de las prepagas más caras, aunque es gratuito y abierto a la comunidad. Pasará como con el tomógrafo del Centro de Integración Comunitaria. Les derivarán pacientes de los hospitales provinciales. El de la Túpac fue el segundo tomógrafo de la provincia. En el nuevo edificio hay salas preparadas para diferentes discapacidades, un enorme gimnasio acondicionado con antideslizantes, pileta climatizada, una sala con cámara Gesell para que la usen psicólogos y psicopedagogos. Hay baños en distintas versiones y con variantes de protección, y salas con la acústica preparada para discapacidades auditivas. Es probable que la emoción surja en la visita al Cemir porque allí lo que se ve es la obra de gente que fue débil y ahora es fuerte, y piensa y trabaja para otros débiles. En eso, después de todo, reside gran parte de un gran sueño colectivo que atraviesa el tiempo y las generaciones. Cuando uno se emociona en el barrio de la Túpac es porque eso ya no se sueña. Se ve.
Fue en las copas de leche, según cuenta más tarde el Reptil (que se llama Sergio, tiene 23 años y es hijo de Milagro Sala), que detectaron que en las casas había niños y adultos discapacitados. Muchos estaban en la cama. Las familias no sabían qué hacer con ellos. Tomaron cuatro casas y provisoriamente armaron un centro de rehabilitación para que esas primeras cincuenta personas tuvieran asistencia. Ahora están listos para recibir a muchos más.
Pero son los Parques los que delatan un aspecto un poco surrealista de la Túpac. Los parques, que están hechos y pensados para la comunidad pero en especial para los niños, tienen una identidad por el momento indescifrable, porque es una identidad en construcción. La Túpac Amaru ya no es la organización social conocida por hacer miles de casas. Fue la acción, la obra, la que les dio derecho al discurso político. Y aunque haya internas irresueltas entre los movimientos sociales, está claro que más allá de las resistencias tanto del sistema como de parte de la clase política, esos movimientos tienen derecho a elevar, poner en escena y pelear no sólo por sus intereses, sino también por sus convicciones. La redistribución de la riqueza siempre evita hablar de la redistribución del poder.
El parque acuático refleja la obsesión de Milagro Sala por las piletas. La Túpac ha salpicado la tierra hirviente de Jujuy con piletas de natación. Están por todas partes. Son la reivindicación del alivio y la recreación. Son piletas en las que a ningún chico le revisan la cabeza para ver si tiene piojos. El parque acuático es el clímax de ese impulso. Tiene cascadas, toboganes y consta de varias piletas encadenadas. Pero a su lado, el Parque Temático lo deja a uno boquiabierto. Los dinosaurios gigantes se alternan con esculturas de peques, los duendes patagónicos de un dibujo animado nacional. Dentro de poco, esa inmensidad de agua, animales prehistóricos y peques será coronada con un enorme arco que replicará al del Tiahuanacu. A la ligera, uno diría que todo ese conjunto da Dalí. Aunque podría dar también Lewis Carroll, con una Alicia quechua en un pequeño país de las maravillas.
Mi visita a Jujuy coincidió con un contingente mayoritariamente femenino de Carta Abierta y el Partido Humanista. Cada vez va más gente. Uno allí va a ver, a escuchar y a conocer. La manera injuriosa en la que el senador Morales elevó al conocimiento nacional la existencia de la Túpac Amaru, se resuelve en forma paradojal. El desarrollo aceitado que ha tenido esa organización, su mística y su originalidad pueden plantear debates, pero si no se es un canalla perdido, despierta inequívoco respeto. Vivimos pidiendo que “se haga algo”. Hay que ir a ver cómo en el norte, una organización que se inspira en Evita, el Che y Túpac Amaru ha tomado de este último su rasgo principal. Nos es completamente desconocido, a los argentinos que venimos de los barcos, ese rasgo. Nunca nos hemos permitido el interés. No es solamente político el fenómeno de la Túpac Amaru. Es un brillante destello cultural.
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